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por su dedicación al trabajo, por su respeto y reco– nocimiento a la conducta conciliatoria de las auto– ridades superiores del Depariamento, por lo que te– nía absoluta confianza que en él reinaría la tran– quilidad para desarrollar su progreso.

Parece que el discurso del Jefe Polifico de Jino– tega, tan amplio para reconocer la labor benéfica de la colonia granadina, no agradó mucho al Jefe Polifico de Mafagalpa, don Enrique C. López, hom– bre muy reconcenfrado de suyo y de pocas palabras, y quien, al terminar de hablar el general Sáenz, se levantó e hizo uso de la palabra. Después de mani– festar cieria extrañeza por aquel agasajo tan entu– siasta para el Jefe Político de Jinotega, dijo que él, a pesar de considerarse no tener las mismas cuali– dades externas, ni gozar de los mismos afectos, se sentía garantizado y muy seguro de que no se alfe– raría la paz en el Departamento bajo su mando, pues bastaba que él fuera el Jefe Polífico y que yo fuera el amigo principal de la colonia granadina y el jefe de la oposición al Gobierno para que no se periurbara la tranquilidad pública "porque Emilia– no", dijo, "fue mi alumno en el Colegio". Al con– cluir su discurso el señor López, pedí yo la palabra para manifestar mi agradecimiento a don Enrique por haber sido mi profesor de Matemáticas en el Instituio, o sea el conocido Colegio de Granada, pero que encontrándonos ahora en campos políficos opues– tos tenía que obedecer, como soldado del Conserva– tismo, las órdenes que recibiera de mi Parlido, y que si alguna de esas órdenes era la de proceder a amarrar al Jefe Político para así poder tomar la pla– za, que yo lo haría, a lo cual replicó don Enrique al instante: "Y yo fe mafaría". "Sí, don Enrique" le contesté", "pero me mataría cuando ya Ud. estu– viera amarrado", diálogo jocoso que causó mucha hilaridad entre los concurrentes. Después de este incidente, se ferminó la fiesta, despidiéndonos fodos cordialmente.

Prisión en el Cuade! Principal

Antes de terminar esta fase de mi vida en Ma– tagalpa, voy a referirme a otro incidente tenido con las auioridades de ese Depariamenfo:

Cuando el Jefe Político, don Francisco Uriarie apresó a don Luis Vega, con mofivo del fracaso, ya relafado, de la conspiración del Cuariel de "La Mo– motombo" , en Managua, omití decir que pocos días después de dicha prisión, llegó Justo Arana, de Gra– nada, montado en una buena mula, muy andado– ra, y al verme parado en la puerta a la calle de la casa de Horacio Bermúdez, me gritó de largo: "Emi– liano, tus tíos están presos en Granada". Oyó esto el Jefe Polifico que en ese momento pasaba frente a mí y deteniéndose, me dijo: "Usted también debe de estar comprometido. Pase para la cárcel". Y me llevó preso.

Esta prisión tan original es la que dió motivo a que yo fuera enviado de Mafagalpa a Managua para ser juzgado en el mismo proceso en que esta– ban enjuiciados los Chamorro y ofros conservado– res, proceso que culminó con el decreto de expul– sión, por cuatro años, del general Alberto Rivas, del Coronel Laureano Hurtado, de Leónidas y Luis Co–

rrea, de Pedro José, Pedro Joaquín, Alejandro, Fe– lipe y yo, Chamorros fodos, enviándonos a El Sal– vador.

De la prisión de Matagalpa fuí trasladado a la prisión del Cuartel Principal en Managua, que así se llamaba al que estaba en el lugar que ahora ocu– pa el edificio del Distrito Nacional. En la celda en que fuí infernado, que era como de trece varas de largo por tres de ancho, estaban ya dieciocho pri– sioneros polificos. Conmigo subió el número a die– cinueve, los que permanecimos allí por un lapso no menor de dos meses antes de ser juzgados. Por su– puesto que fodos dormíamos sobre el piso de ladri– llos de barro quemado, con gran incomodidad. Pa– samos esos dos meses sin asiento alguno, mas nin– guno de nosotros mostró debilidad, antes por el con– trario, siempre se mantuvo un espiritu levantando,

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de gran carácter y fuerza moral entre los prisione. ros. .

Recuerdo que encontré allí a don Fernando So– lórzano, al General Alberto Rivas, ambos de Mana_ gua, a los Generales Leónidas y Luis Correa, de Gra– nada, y al Coronel Laureano Hurtado, de Rivas, así como a Gregorio Salamanca y Felipe Salinas y va– rios ofros cuyos nombres se me escapan de la me– moria.

Al exiUo

Durante esta pnSlOn me parece que confraje el asma que desde enionces, hasta ahora, padezco. Para juzgarnos, el Gobierno creó un tribunal mi– litar de investigacióri cuyo fiscal de guerra era el ge. neral Francisco R. Torres "Malacate", cuya oficina estaba como a tres o cuatro cuadras de distancia del Cuartel. Allí fui varias veces a declarar y en uno de esos días en que es.l:aba rindiendo mi declaración el general Torres "Malacate" me dijo: "Yo no soy como Zelaya que está perdiendo el tiempo. Yo de 10 único que soy partidario es de la fusilación". En– tonces le repliqué: "No me imporla lo que usted piertse, lo que me interesa es que usted termine pronto esta investigación, que si me toca ser fusila– do le voy a enseñar a los liberales cómo muere un conservador". El general Torres no dijo nada. Po– cos días después, en Consejo de Ministros se decretó la expulsión del país, por cuatro años, de varios de los que estábamos presos y de otros que se habían escondido en los días de la persecución.

Entre los expulsos estábamos, como he dicho, Pedro José, Pedro Joaquín, Diego Manuel, Alejan– dro, Felipe Chamorro y yo, quienes fuimos embarca– dos en los primeros días del mes de marzo de 1897,

en Corinto, con destino al puerto de La Unión, Re– pública de El Salvador.

En San Salvador

Este es un puerto bien abrigado, en el Golfo de Fonseca, que bordean las fres Repúblicas Centro– americanas de El Salvador, Honduras y Nicaragua. A pesar de que iba de una celda del Cuartel Princi– pal de Managua, donde hacía un calor insoportable, -cuartel que años más tarde fue desiruído por com– bustión espontánea de sus depósitos bélicos infla– lnables-, lne sentía tan lnolesfo por el asfixiante calor que allí hacía, que resolví internarme, al si– guiente día, a San Salvador, Capital de la República, como en efecto 10 hice.

En esta hermosa y populosa ciudad centroame. ricana ya había algunos nicaragüenses establecidos, como don Pedro Rafael Cuadra y su esposa doña Carmela Chamorro de Cuadra, quien también sufrió atroz persecución de parte del Gobierno del General José Santos Zelaya; don Victorino Argüello y su fa– milia, don Federico Solórzano; el docior don José del Carmen Gas±eazoro, don Alfredo Gallegos y don Francisco Hue±e, todos miembros del Partido Conser– vador. Del Liberalismo se encontraban todos los Je– fes de la Revolución del 96, como don Francisco Ba– ca, el doctor José Madriz, los generales Paulino Go– doy, Chavarría, Hernández y Bustos.

El señor Cuadra y su familia tuvieron la gene– rosidad de empeñarse en que me fuera a vivir con ellos, lo que para mí era de vital importancia por– que no contaba con fondos necesarios para pagar un hotel. Creo que estuve viviendo con la familia Cuadra como por dos meses, después de los cuales me trasladé a la República de Costa Rica con don Alejandro Chamorro, quien, como se recordará, fue uno de los expulsados de Nicaragua por el término de cuatro años, y quien, como logró no ser cap±ura– do, tuvo la oportunidad de salir furiivamente para Costa Rica, de donde había llegado para explorar las posibilidades de conseguir apoyo de Guatemala y El Salvador.

A Cosla Rica

De El Salvador, pues, nos fraladamos a Costa Ri– ca en viaje directo desde Acajufla en un barco ale– mán llamado "Banda", A la altura de las costas

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