Page 40 - RC_1966_04_N67

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Ca:;a-hacienda. El muchacho volvió a abrirnos los parlones de '¡La Caiba". Eran ya como las 12:00 m. y hacía un sol fortísimo. El muchacho ab#ó el ~o por– tón. Pasó el General, pero en ese instante se le solió al muchacho el porlón que sostenía porque como era brioso el caballito nuevo qué montabá, se le asúSt6. Yo, que seguía inmediatamenté después, apenas pude sostener el porlón Con la mano

y me golpeó un poquito. El General se alarmó y me preguntp,' insistentemente si me había golpeado, y aunque yo le aseguré que ,nada Irte había 'pasado, se encole– rizó a tal extremo esta vez, que perdiendo los estribos, como se dice, dio de rien– dazos incesantes al muchacho, diciéndole que ya se lo había adverlido.

Las circunstancias de estar caído el Parfido Conservador y. de hallarse en las condiciones en que todavía lo dejó, no desalentaron nunca al General Chamarra.

~o hubo día, desde que lo conocí, que su mente se distrajese de la suerfe y de las . actividades 'del Parfido. En Washingion, no resistió quedarse ppr más tiempo hos– pitalizado, por regresarse a Nicaragua, posponiendo el estado de su sa.lud a los in– tereses políticos de su Partido.

Hubo necesidad de traerle una silla de ruedas, pero tampoco resistía per– manecer en ella, y estando prohibido de caminar, se incorporaba al menor des– cuido mío, y sólo volvía a ocuparla al sufrir el desvanecimiento a causa del cora– zón que le fallaba al echarse a andar.

Unos cuantos días antes de morir, quiso asistir a una reunión política en Granada, y esfando el auto;rnóvil a la puerla de la casa, salió de ella a solas, ca– minando, para abordar el carro, cosa que hasfa en ese instante me dí cuenta. Co– rrí ordenando al chofer que lo tomara del brazo, pero él no lo permitió, y por no confrariarme, le dijo al chofer: "Sígueme, pero no me toques". Tampoco permitió que llevasen la silla de ruedas en el autom.óvil. Cuando el carro se ponía en mar– cha, se despidió de mí, diciéndome sonriente: "Dentro de poco ya no voy a nece– sitar de esa silla, porque ya estoy bien".

Ni los años, ni las enfermedades, ni las dificultades lo hicieron "arrendar". Nada le modificaba tarito canto que una persona le dijese que algo no podía hacer–

~. Aun en el campo era ai;í. Yo, que lo conocía mejor que sus propios viejos em– pleados, les adverfía a estos que supieran presentarle los prpblemas. Cuando sa– líamos, y había alguria difieult~d en el camino donde fuéran:t0s, por ejemplo, cuan– qo salíamos a dar alguna vuelta por la montaña a darme algunas explicaciones t'eferentes a hasta dónde llegaban los linderos de la propiedad y teníamos que in– fernamos' por: lugares :que a los empleados parecían intransitables, puesto que ll;is malezas del monte nos cerraban el paso, el General no resistía que el baquiano *08 dije~ qt;le por allí ha podía pasarse. El, enfonces, le decía que se aparfara y se echaba. ~(:>bt:s ~ q4ellQ de bestia hasta quedar casi acostado;, sobré e11$, yen– traba sin' que le impotíaran los bejucos y las espina.s, hasía dar~ pasQ. Na·tural– mente, c6mO yo iPa detr.ás, donde él pasaba, paf:lsba yo tarnbiéh~ En uI1ts opor– i'l-lnidad ~~9;e,sa~~ léllamé la 'atención a, MáXimO,'el mandador,4e campara quien le dije: "~xitt:\0L.n\:1n~a,,1e 'digas al General que no puede!? pasarJ porque ,~~ionces

Él¡ ±e qtiita.Ia, de.lan±eray se nos puede caer delcaballó. ; SigUe s~e.mpre adelante". ',:'Así 'como era en lQs campos de la hacienda,' era. ta:rttbi~n Ein· el 'campo de la

política. No, ~E1 le po.d.ía, decir que el Partido COnservador no siguiera adelsmte. Y quiso ser 'siefrlp:re el ·primeto. en abrir el camina.' . , '

La:~~1t\\l.$str~s de' ese temple de acero las dej6 en sús Últimas expresi6nef:l, siempre envueltas eh ternura para mí. "Mi pañi±o de lágrimas" fuEda 'Ó.l±ima que pronunció cuando lo llevaba a acostar, empujándolo en su silla de ruedas, con mi barbilla rozando su cabeza, mientras yo le bromeaba llamándOle, "Mi pelonci±o".

y fUe en esos instantes, en que al sentir el rOce de mi barbilla· contra su c~beza,

que sentí. que esía se echaba hacia adelante bruscamente, déSpués de habértne dicho: "No r,ne estés haciendo maldades". Me deÍtive, y con ttUs dó~ manas quise levantarlEOa. cabe~ay le pregunté: "Qué te pasa, Emilianito, qué, es lo qUe tiene... ?"

Era la muerfe~ Pero él, inirándoIrté, me dijo: "No es nada!" y rni.1nQ.

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