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do se levantaba y ya nos poníamos de viaje pidiéndome le pasara su sombrero y

su saco.

Por la noche, cenábamos, como de costumbre, a las 7:00 pm., leíamos los periódicqs, conversábamos sobre los trabajos que teníamos pendientes en las hacien– das y planeábamos los viajes que necesitábamos hacer. :t:los acostábainos a las 11:00 pm., después que se iban las últimas visitas.

Ya con su pijama puesta, lo recostaba en la cama y me sentaba a su lado en una silla para decir nuestras oraciones. Primero se persignaba y lu,ego recitába– mos un Padre Nuestro y un Ave María Yo seguía a solas rezando mi rosario, pero él se 1irni±aba a escucharme, porque lo encontraba muy largo. Esta costumbre de rezar no sé si la tenía antes de casarse conmigo. Era tan callado que no sabría decir si es que rezaba mentalmente. Pero. un día le enseñé a que se persignara y

que lo hiciese ante mí. Le dije que jamás veía que lo hiciera, que todo cristiano estaba en ese deber. "Yo tengo una gran obligación contigo", le decía, "que es cui–

darte cómo a un tierno". Se ponía a sonreir y me decia: "Hay extremos de extre– mos, mi primera esposa Lastenia, nunca me exigio tanto, ella rezaba sola, pero

me exiges que lo haga contigo". Pero me le impuse y lo hice acostumbrarse a re– zar y au~ a persignarse a solas sin que yo se lo dijera, y cuando él observaba que yo lo había visto hacerlo, acomodaba su almohada y me decía: "Está servida, se– ñora, yo me voy a dorinir".

Es~a casa sólo la abandonábamos para cumplir con nuestras obligaciones sociales y para irnos al campo a trabajar. En una lancha de su propiedad cruzá– bamoS! el Lago, sin otra compañía que sus marineros. Llegábamos al otro lado donde nos esperaban nuestros inOZOS a caballo. El caballo del General, "El Ter– ciopelo", era algo sagrado. Nadie debía montarlo. El caballo eniraba al agua hasta acercarse a la lancha, con el agua a la barriga, y a él subía aquel anciano como cuando era un joven jinete. Y juntos hacíamos la travesía hasta llegar a la hacienda.

Estando en la hacienda se resolvía la salida al campo. Muchas veces, en el invierno, se veía venir la tempestad porque el cielo aparecía encapotado, yen±on– ces él me decía: "Prepara tu capote que parece que quiere venir el agua"; y ya con sus espuelas puestas, me preguntaba:"Estamos listos, Mercediías? Nos pone-rnos en marcha?" Yo le respondía: "Sí, señor, cuando Usted mande!" Pero en– tonces los empleados intervenían diciéndole: "Pero, General, ya viene el agua y se van a remojar". "No importa", contestaba "tenemos que ir a dar una andada". Y salíamos sin que nos detuvieran ni la llovizna leve ni el aguacero fonnal.

Hay una parte en los potreros donde los caballos pasan por los suampas con el lodo hasta los ijares. Un muchacho a caballo iba adelante, enseguida él y yo deirás. El se volteaba y me decía: "Cómo es que tu ni ie mojas los pies en. esa :tu mulita que es mucho más pequeña que mi caballo?" "Bueno, "le contes:taba, "porque corno yo también soy chiquita corno la "Alazana", puedo subir los pies arriba de la albarda". Y él me quedaba viendo ... ,Qué días aquellos, los más fe– lices cuando junios salíamos al campo! El me quedaba viendo como yo me las manejaba, echando mis piernas hacia adelante y levantándolas para. no enlodar– me. El irataba de imitarme y lo lograba haciéndolo mejor que yo, porque lo que hacía era a la inversa, doblaba las rodillas y agarrándose del tejuelo de la albar– da, zafaba los pies de los esiribos y echaba tan atrás las piernas que casi sentaba en los talones.

Durante horas enteras hacíamos grandes recorridos para ver los terneros y las queseras y llegar a los corrales a la hora del ordeño. También recorríamos los algodonales perdiéndonos enfre las plantaciones, tomando él por un lado y yo por ofro hasta juntarnos a la salida. "Bájate de la mula", me decía, "y fíjate si tiene plaga". Era incansable, y jamás lo ví de mal humor, a no ser una sola vez en que lo ví enojarse de veras.

Fue un día en que habíamos salido a hacer un recorrido por la costa del Lago para ver el ganado "pronfo", es decir, el próximo a parir. Unas eran "tier– nas", oiras de "correr" y oiras "buenas" ya para sacar a las queseras. Seguimos adelante hasta llegar al sitio "El l'íarawala" donde habían 250 paridas y ya como a las 10:00 am., viendo que todo estaba bien, pasarnos al "Porvenir". Decidimos entonces revisar ofro terreno dispuesio para la siembra de algodón. Para llegar allí

había que abrir varios portones y para eSo llevábamos a un muchacho de la ha– cienda. Notó el General que el muchacho mon~aba un caballito nuevo, y le dijo: "Nunca te acontezca andar amansando bés!i~s cuando andes con nosotros. Ya van dos veces con esta que te 10 digo". Seguimos adelante y llegarnos a u:n lugar que se llarna "El Papalote" que consiste en potreros de zacafe de Guinea. Pasamos va– rios corrales, enseguida la casa, luego eniramos a una montaña ya próxima a la

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