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que :mé gusta a mi, fe gusÍa a ti". Estos ires años de nuesÍro mairUnonio,fu 19 ron para los -más felices de mi vida. Fueron corno un mar de cariño que me rega– ló 'el General•. Para mí, donde hay cariño hay felicidad, y yo :trataba de corres– ponderle co~ atenciones y cuidados. En todo, nuestro matrimonio fue común y co– rriente, porgu,e mi. esposo, el General Chamorro, no era un hombre común y co-rriente. ,,'.,

La verdadera celebración de nuestro mafrirnonio se llevó a cabo en la Ha– cienda "Río' Grande", mas o menos al mes de casados, cuando resolviznos realizªr eSe primer yia'je que hacía con él ya de casada. Todos los empleados de la Ha– cie¡nda se reunieron para celebrar nuestra llegada. Unos, porque ya me conocían, y otros, porque deseaban conocerme, todos nos esperaron a la. pasada del río, re– ventando bo:rn,bas, cohetes y morteros a nuestra llegada y gritando el famoso y po– pular, "ViVa Chamorro!"

Bajamos del jeep para montar a caballo, y así, en caravana, llegamos hasJa la Casa-hacienda donde nos reuniznos corno a quinientas personas.

Se mataron novillos y cerdos y se repartieron camionadas de gaseosas, lico– res y abundantes comidas, al son de las mariznbas; y los campistos corrían a los toros en nuestro homenaje en uno de los corr¡:;iles convertido en barrera.

Duran1e dos días la Haqienda "Río Grande" se convirtió en un pueblo que parecía celebrar la fiesta de su

Santo Patrono, que en este caso era el máfrimonio del General Chamorro con Merceditas Rodríguez.

Ahora que esta casa está vacía y yo estoy viuda, echo a volar esfos recuer– dos corno reflexionando conmigo misma. Se rite vienen a la mente pequeñas fra– ses que dentro de mí se tornan inmensas. Una madrugada, a eso de las 2 :00 am. me desperté para acercarle unas frutas que gusfaba de comer aun a esas horas, y observándome solícita con él, me dijo estas palabras que no puedo olvidar: "Vie– ras que apenado me sienfo que lo peor de' mi vida te haya focado a fí. No ±e merecías que yo ±e hubiera tocado en esta forma". Y yo le contesté: "No debes sentirte apenado por ningún motivo, ya qUe mis deseos son servirte y cuidaríe hasta el úlfizno momento. Por el contrario, deberías estar orgulloso y feliz, segu– ro de quien te quiere corno yo". El, con un gesto sonriente, me rindió las gracias.

Corno jamás conoció el temor, éste nunca hizo mella en él y, por consiguien– te los problemas no le minaban su salud. Creo que a ese coraje, -que hacía que la misma mueríe le pareciese un insignificante detalle-, es que se debe que su vida llegase a ser tan larga. Para hacerse ilusiones, para planear, para trabajar aun a los 95 años, era joven. Cinco minutos antes de morir, no exagero, estaba ha– ciendo arreglos con un ingeniero para unos trabajos de irrigación.

En vísperas de nuesfro viaje a Washington para internarse y operarse en el Hospital Walfer Reed, corno huésped del Deparíamento de Estado, me decía: "Si vuelvo encajonado, haz tal cosa y tal otra. Pídele a Dios, eso sí, que no muera fue- . ra de mi Patria, porque quisiera morir en mi casa". Dos días después de aquella grave operación, se maravillaban de su espíritu los gentiles médicos noríeamerica– nos que tan solícitamente lo atendieron comenfando modestamente que sin su tem– ple, jamás hubiesen podido tener el éxito que Se gozaban haber alcanzado, al ver– lo ya sentado en una silla nítidamente vestido de saco y corbata, rogándoles que le permitiesen hacer un recorrido por las calles de Washington, en las que, hacía 50 años, se había paseado ufano. Y sus deseos fueron cumplidos, porque doce días después de operado, recorrió aquellas calles alIado de sus alfos anfitriones milita– res.

Fue siempre un hombre que no perdía el tiempo y que necesitó siempre estar ocupado en algo. Por 10 general, Emilianito, corno llegué a llamarle ya casada, se levantaba a las 5:00 a.m. a bañarse, y muchas veces lo hacía aún a las 4:00. Era muy liznpio. Tornaba un jugo de naranja y después de revisar los periódicos, con– tinuaba la lectura de sus libros que, por lo general, versaban sobre asuntos de historia. Aquel viernes, víspera de su muerte, me desperté y lo hallé leyendo, a esa hora, un libro intitulado "Historia secreta de la úlfima guerra", que por cier– to quedó interrumpido para siempre en un capítulo que tiene por, título, "Cómo se secuestra a un General". .

A las 7:00 am. esfaba desayunándose con Corn Flakes y leche, un pancake, un huevo, un pedacito de pan con queso de mantequilla y una taza de café con leche. Siempre gozó de buen apetito y de buen humor, aun cuando parecía serio 1"

callado. Se desayunaba conmigo y con mis dos sobrinitas, pero lo hacía deprisa porque a esa hora llegaba el lechero de la hacienda con la correspondencia de los administradores y los pedidos que se le hacían. En esos menesteres trabajaba hasía corno a las 10:00 am. hora en que salía a la calle, a los Bancos o a visitar a cier-

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