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« Previous Page Table of Contents Next Page »que ella me hiciese la siguiente amone~tación: "1;1 General me. asegura que éS–
tás decidida a casaríe con él, a lo que yo no me opongo siempre que te rindas pér– iecta cuenta de lo que sería ese matrimonio. Sabes que por ser él un anciano, sólo ±e tocaría contemplarlo y cuidarlo, y que también será por corío tiempo. Estás dis– puesta, sin eniliargo, a cumplir con tus deberes de esposa a pesar de todo esó?" Yo le respondí que sí, supuesto lo quería muchísimo.· . . ,
Para ese entonces el General se hallaba tan delicado de salud que David Méndez, su secretario, llegó a informármelo por encargo del Dr. Adán Solórzano, quien pedía que inmediatamente me trasladase a Managua Para atenderlo. Quin– ce días pasé a orillas de su lecho, acomoañada de otra señora y cuando él hubo rrte– jorado, regresé a mi casa. Pero el General sufrió una nueva recaída y volvieron a llamarme. Fue en esta vez que resolviInos no demorar más el matrimonio.
Corno dije, el General se hallaba grave en poder solamente de su secretario, que aunque solícito corno el que más, no era la persona indicada para servirle. Viéndolo en tal situación el Doctor Solórzano eXigió que se me volviese a llamar para que fuese yo quien se encargase de cuidarlo, medicinado e inyectarlo de acuerdo con sus indicaciones.
El General no quería molestarme, pero al fin cedió ante la insistencia del Doctor y envió a traerme. Fue así cómo regresé a la Pensión, instalándome a ori– llas de su lecho.
Aquella misma noche, corno a las siete. doña María Uríecho de Zavala lla– mó por teléfono para informarse sobre si era ciería la gravedad del General y ha– biéndosela confirmado, me dijo que llegaría inm€)diatamente en compañía de un sacerdote Jesuíta, a quien en aquellos momentos tenía de visita en su casa. Doña María me pidió que así se lo anunciara al General, porque llegaría para pedirle que se confesara. Así Se lo manifesté a Mariana y Estebaniía, las dos herm.anas del General, quienes se lo hicieron saber, habiéndose rrtostrado el propio Generall-nuy gustoso de hacerlo.
• Esa misma noche que se confesó iba a efectuarse la boda por sugerencias de doña María, pero hubo que posponerla hasta el siguiente día porque el Jesuíta no tenía en aquellos momentos la autorización eclesiástica necesaria.
A la mañana siguiente, en mamenlos en que el sacerdo±e le daba la Sagra– da Comunión, entró el Juez que venía a celebrar el matrimonio civil, y l-nien±ras éste se efectuaba, don Abel Gallard salió en busca de Monseñor Alejandro Gonzá– lez y RabIeta, Arzobispo de Mana.gua, para obtener el permiso correspondiente que necesitaba el sacerdote Jesuíta¡ pero Monseñor· González y RabIeta prefirió cele– brarlo en persona, corno así se hizo a las 7 :00 p. m. en la nUsma Pensión Romero• . situada del Parque Central media cuadra abajo, sobre la Calle del Triunfo, en esta ciudaci de Managua.
Nuestro rrtatrimonio, por supuesto, fue muy comentado nacional e internacio– nalmente. Unos lo aprobaban y oíros no. Unos, por la diferencia de edad, y otros. porque yo períenezco a una familia humilde pero noble. Lo que sí puedo decir, y
me siento segura al afirmarlo, es que todas aquellas personas que rrte conocían estaban acordes en reconocer que el General Chamarra había hecho n1.uy bien en dar ese paso. y así nos lo hicieron sentir con sus felicitaciones, siendo todas ellas personas dignas.
Al día siguiente de habernos casado, el General Chamarra dejó de ser para mí el hombre a quien empecé a querer por su actuación política en Nicaragua. Ahora era mi esposo. Había comenzado una nueva vida para lUí. Yo había de– jado de ser "la Merceditas", corno cariñosamente me llamaban, para converfin-ne en Doña Mercedes de Chamarra. El mi eSPOSO Y yo su esposa. El enfermo mi pa– ciente y yo su Ém.ferrrtera.
Me consuela recordar cómo. desde entonces, mejoró tanio su salud desde que contrajimos matrimonio. Lo encontré recluído, allá en una pequeña pieza de la Pensión Romero. Una habitación que sólo era para dormitorio pero que se ha– ],Iaba convertida en sala de recibo, oficina y hasta comedor. Corno nunca había tenido casa propia, lo primero que hice fue sugerirle que nos trasladáramos a una Inía, aquí en Managua, pero él rehusó con mucho orgullo y cieria delicadeza. . "Ten paciencia", me decía, "hasta que pueda construir la propia nuestra. Y así . poderte dar ese gusto". Fue así cómo hasta la edad de 93 años que el General Cha.– . morro llegó a construirse la casa en que vivió conmigo, en donde acaba de morir, casa corno su vida. corno la nuestra, sencilla y modesta, con un amplio dorn1.ͱo– rio y ventanal que da a un patio varias veces más grande que la casa, donde corre– lean las gallinas, -entre las que se crió en Comalapa- levantándose corno sus ga– llos al primer canto de la madrugada.
"Mercedifas", me decía, "vieras que feliz me siento aquí, porque iodo lo
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