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social, con su consiguiente fortaleza espiritual y asisten– cia corporal.

Sin una moral bien cimentada no se conseguirían gobernantes ecuánimes que sellen sus actuaciones con rectitud e impriman magnanimidad al ejercicio de sus funciones, como formula de equilibrio que deben mante– ner al fijar el pensamiento en los supremos valores del espíritu.

Me correspondio el grande honor de ser Secretario del Presidente General don Emiliano Chamorro en la peor época de nuestras turbulencias políticas y le observé en su proceder la forma inalterable de un paciente gober– nante que analizaba con buen juicio los diversos V varia– dos problemas del Estado. Jamás le noté vacilacion para decidir con ecuanimidad y cuando en su ánimo se producía la resoludon, admiré siempre la manera con que desataba el nudo de la dificultad.

Nunca he creído que a los gobernantes debe atri– buírseles la responsabilidad que se posa sobre subalter– nos, desviados ele correctos procederes, y, por tal causa, actos de ofensa a la moral que se hubiesen cometido en su ejercicio, no podrán alcanzarle, porque estuvo muy por encima de pasiones mezquinas.

No tenía madera de dictador, pues nunca trato ele compensar con interés de espléndidas obras materiales, los que sustraen los de aquella catadura al nobilísimo ejercicio de la libertad. No compensa jamás la materia– lidad al idealismo, porque aquel se eleva sobre un espe– jismo economico de pasajero valimiento, mientras que lo otro descansa sobre los permanentes atributos de la dig– nidad humana. Solo tin gobernante ecuánime puede juntar las rutas plausibles del adelanto físico con la na– tural y logica perspectiva de las pristinas garantías a la individualidad del ciudadano.

Bien recuerdo que contradicc.iones lugareñas hadan que de los departamentos del Pacífico enviaran prisione– ras a personas destacodas, aunque adversarios al régi– men conservador, V cuando recibía los mensajes en que se lo participaban, rindiendo homenaje a la ecuanimidad, me comisionaba para que en el automovil presidencial -único que existía para el servicio oficial-, fuera a re– cibirlos y los condujera al lugar que libremente escogieran por alojamiento, mientras se reintegraban a sus hogares.

En cierta ocasion el segundo jefe de los rebeldes del Mombacho, cayo prisionero tras reñido encuentro. Llego vencido al Campo de Marte en donde despachaba el Presidente General Chamorro con quien tuvo larga con– versacion. Resultado: el reo libre, con viaje a Panamá a tratarse en centros médicos un malestar de los ojos, pasajes de ida y vuelta, dinero para manutencion en Ma– nagua y Panamá, un revolver para su seguridad personal y, desde luego, la correspondiente portacion de arma. El Presidente había juzgado en comparendo con el convicto el pro y el contra ele la divergencia bélica y resolviendo con ecuanimidad estimo oportuno tomar las medidas re– latadas.

Voy el permitirme trascribir de "Mi último odios al General Emiliano Chamorra", que pronuncié en el Club Social de Managua, lo siguiente:

Su personalidad constituyo un fenomeno que la his– toria tendrá que analizar usando de esa natural depura– don de infundados escozores; un fenomeno auténtico e inusitado, derivado ele su fuel'te voluntad. No fue raro en nuestras turbulencias encontrar sujetos de valía que mostraron impetuosa atraccion a sus mismas aficiones e inquietudes ciudadanas; otros hideron esfuerzos y com– prometieron encomiables empeños antes que él con sus mismas o parecidas devociones V, posiblemente, en simult6neo ritmo, quizá vendrán nuevos valores que naz–

wn como él, marchando con aira marcial. Pero la sub– yugante individualidad que sacudia, por largas décadas, el ambiente caldeado de nuestras rencillas, con fieles par– tidarios y adversarios de tremenda envergadura, no po– drá repetirse en grClclo que asombre para quienes ahora rendimos homenaje postumo con la cuota luctuosa del clolor, ni a (luienes nos sucedan en ese constante renovar del forzoso relevo de la vida.

Se irguio con perenM dignidad y su influjo cobro en la vejez brillo más puro que el del oro V más fulgor que

el el1ceguecedor del relámpago. Nunca perdio la fe en Dios, y como creyente descenderá a la fosa sujeto a la mágica y misteriosa c1u.... e que opera la muerte, desvin– culando espíritu y materiCl. Soltadas las amarras, el pri– mero volo raudo al sitio de los escogidos en la morada del Señor; la otra abonará su tierra para que las espigas setln más doradas y los fl'utos más alentadores.

EMILIANO CHAMORRO: ME~tlORIA INTELIGENTE

EMILIO GUTIER.REZ G.

Digamos, como prinCipiO general, que memoria es la facultad de conservar las ideas anteriormente adquiri– das, una palabra sinonima de recuerdo o de reconoci– miento; el resultado de un proceso mediante el cual, un individuo es capaz de conservar mentalmente ciertas ex– periencias previas.

En el caso del Gral. Chamorro el proceso se fincaba, sobre todo, en la memoria visual; y aún cuando la poseía para recordar fechas y sucesos pasados, la empleaba in– teligentemente para tratar a las personas y poderlas lla– mar por sus nombres y apellidos muchos años después. Es innegable que ese simple recuerdo, en la otra persona, ejercía una sugestion o admiracion que lo hacía

ligarse más estrechamente con ella desde cuando se veía objeto de él. Muchos ejemplos en la historia de los cau– díl!os, mimares sobre toclo, se citan con frecuencia, pero

sefÍa prolijo traerlos a estas páginas.

Para el caso de estas hojas, basta con el relato de algunas anécdotas de nuestro ambiente segoviano, ya que actuando quien escribe, en un escenario de provin– cias, y naturalmente de dimensiones reducidas, no puede recurrir a sucesos que hayan ocurrido en otras partes del país.

Cualquiera que haya leído su Autobiografía, escrita a los noventa años de edad, cuando se supone disminuí– das sus facultades mentales, estimará como fuera de lo

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