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« Previous Page Table of Contents Next Page »alta aristocracia. y aquí voy a expresar una blasfemia: Emiliano no fue nunca un Chamorro, fue Vargas, Pérez o García, es decir, un hombre del pueblo de cuerpo entero
y quizá por eso sentía una distancia con los aristocratas criollos que nunca pudo acortar. En cambio su compadre de Comalapa o el General Potosme se sintieron con él de hermano a hermano y en ese sentimiento y con esa reac– cion vivida cincuenta años le dio forma al último Caudillo popular que se fue envuelto en el calor del pueblo y con el rocío de las lágrimas de los descalzos.
En la época briJIante de su Caudillaje tuvo de cerca a un Tomás Masís, a un Luis Mena, a un José María Mon– cada que trataron de emularlo y de imitarlo y que por supuesto fracasaron porque no tuvieron el hilo invisible conque se amarran los cariños populares. La condicion de Caudillo, muy personal del General Chamorro ni se imita ni se hereda. Y no es cuestion de que el caudillis– mo está superado ahora. Al menos yo no lo creo. No hay caudillos sencillamente porque esos hombres no se dan todos los días. Nacen de tiempo en tiempo por una serie de factores sociales que se suman, por decirlo así, a la propia personalidad del ente humano que lo convierte en el representativo ideal de la mente del pueblo. El caudillo popular es leyenda, es mística, es fanatismo. El líder es la creacion artificial y esporádica de grupos de hombres por un tiempo. El jefe militar o político es el producto de la fuerza o la violencia. El dirigente es la máquina calculadora de un partido, pero ninguno de éllos es caudillo popular. Emiliano Chamorro abajo y arriba, equivocado o no, en el país o fuera de él, triun– fante o derrotado, solo o con muchos fue siempre un Cau– dillo popular. Y él mismo se sintio siempre más del pueblo que de su familia, más de su partido que de la República.
Entre los Caudillos de América, no recuerdo a ningu– no que ejerciera un poder sentimental tan grande y lo curioso es que ni siquiera fue un hombre de cultura supe– rior, pero conocía el idioma del hombre común, del cam– pesino y del viejo conservador de Chontales o Matagalpa que aceptaba como una verdad bíblica "lo que dijo Emi– Iiano..."
Creo sinceramente que la muerte del General Cha– morro sepulto al Caudillo en Nicaragua, al menos por muchos años. Y la herencia política, democrática, cívica
y republicana que dejo no es la que seguramente habría deseado. La Repúblicc;l amarrada a una dinastía que solamente los imponderables continentales pueden cam-
biar. El partido conservador desunido y llegando a su propia destruccion y la democracia, el civismo y las virtu– des republicanas en cuarentena. Para mí la mala admi· nistracion que el General Chamorro hizo de su Caudillaje en diferentes etapas de su vida política, cargan con un lote de serias responsabilidades. Y no se trata de que todos los muertos son buenos. Yo respeto al hombre, pero estoy analizando al Caudillo. Somoza García y su dictadura son hijos legítimos del Chamorrismo. y así lo debe haber comprendido el General Chamorro que quizo borrar aquella paternidad, pero no pudo. Lo siento por la República y por él. La historia si es limpia dirá la úl– bma palabra.
En Nicaragua no ha habido ningún otro Caudillo popular. Hubo patriarcas en los treinta años; hubo tira– nos; uno que otro estadista de estatura normal; muchos doctores y generales al gusto; pero caudillos populares solamente Emiliano ChamorrO. Ni siquiera Sandino que tuvo una noble causa y un bello gesto, iluminado por el sacrificio de una traicionera muerte, se puede clasificar como un caudillo popular. Fue al comienzo un cabecilla y después una bandera, con algunas rasgaduras, pero al fin una bandera azul y blanco. Pero no fue un cau– dillo. Creo que un Caudillo popular no puede sembrar ejemplos como un maestro. Y pienso así porque el cau– dillo popular actúa con impulsos propios al ritmo de sen– timientos. Trabaja el corazon, pero no el cerebro. Consecuentemente como Caudillo Popular el General Chamorro no puede ser un ejemplo, ni debe ser un maes– tro. El hombre, Emiliano Chamorro, como tal, puede ser un ejemplo de honestidad, de humildad, de tenacidad y
de hombría, pero como hombre. El caudillo es otra co– sa, porque aunque se quiera ser no se puede si no se lleva muy hondo el hilo invisible que lo anuda con el pueblo. Emiliano como Presidente de la República que– do muy rezagado del General Chamorro como Caudillo Popular. El no supo hacer otra cosa en su vida que vi– vir, pensar y actuar como Caudillo y la leccion está a la vista. La prueba de mi afirmadon anterior está en que todo el mundo recuerda al hombre legendario y no al ex-Presidente de la República, a pesar de que fue probo, honesto y sereno en el poder.
Yo no sé si en el curso de los años venideros será motivo de orgullo para Nicaragua el hecho singular de haber sido la cuna del último Caudillo popular de Amé– rica, pero sí sé que cuando seamos una auténtica Repú– blica todos los hombres de bien dedicarán un íntimo y
afectuoso pensamiento a EmiJiano Chamorro.
EMILIANO CHAMORRO: GOBERNANTE ECUANIME
aORACIO ARGUELLO DOLASOS
Sin duda alguna que la finalidad de los partidos políticos, después de asentarse sobre el indiscutible res– paldo popular -fuente de todo poder- es llenar sus propositos mediante programas que merezcan recta eje– cucion y convierta la fortaleza de sus tesis en elocuente realidad.
El Partido Conservador de Nicaragua, obsedido por el orden, ha tenido su preciosa fuente de infiltracion en
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las masas con el elemento sustancial de una filosofía cristiana, y ésto, considerándolo bien no puede inducir a pensar que por ese hecho sea un partido catolico, aun cuando está compuesto de catolicos. Me ha interesado exponer ese pensamiento porque la moral aplicada a la política debe estar ligada en forma indisoluble para con– ducir a los pueblos sobre la privilegiada senda del bien común y marcar con lo justo todo acto de buen gobierno que eleve el nivel de las naciones hacia metas de justicia
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