Page 159 - RC_1966_04_N67

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ga, no tenía duda alguna, como me 10 confinnara el aviso oporluno del sirvien:l:e.

En o:l:ra ocasión,. uno de los empleados de la Farmacia del Hospital, me advirtió que no debería :I:omar cierla medicina que me habrían de llevar esa misma noche, porque esa misma noche iban a aca– bar conmigo si yo la :I:omaba.

En efec:l:o, a eso de las nueve de la noche llegó un asistente con la medicina, pero como yo estaba sobre aviso, no quise tomarla, y como previamente me habia armado con una. varilla. de hierro de las que sirven para el mosquitero, varilla que había puesto al alcance de la mano en cualquier momento que la necesitara, me acerqué al silla donde la tenía por si acaso el asistente tomara la determinación de hacérmela :I:omar a la fuerza.

Aforlunadamente el hombre no insistió en dar– me la medicina que yo rehusaba, pues quién sabe qué hubiera sido de mí si al él insistir y querer usar de la fuerza para dármela, yo le hubiera gol– peado con la varilla de hierro que tenía a mi alcan– ce. . Realmente es extraño que los médicos del Hos– pital Militar hubiesen recetado tantas drogas y ad– ministrado tantas medicinas a un enfermo como yo, una peisona de edad. Posiblemente su in:l:ención era la de curarme de mis dolencias, pero las medici– nas me producían serias reacciones, las que ellos no adver:l:ían por la constante incomunicación en que se mantenlan conmigo. Yo he estado en una inco– municación que solo en Rusia podría ser igual.

Cercano a la lIocura

Debo confesar que durante mi permanencia en el Hospital Militar, ya fuese por el abuso de las dro– gas o por efec:l:o de la misma enfermedad de que adolecía, efecto del traiamiento infrahumano a que estuve sometido en la celda de la Compañía A, lo cierlo es que yo no estaba completamente equilibra– do, quiero decir, en mi sano juicio.

Muchas veces mi cerebro se imaginaba cosas que no existían, y quizás algunas de estas cosas que yo he tenido por cierlas, no lo fueron en realidad. Por ejemplo, una vez llegué a pensar que uno de mis antepasados, un Chamarra, en uno de sus viajes a Europa había dejado una suma de dinero deposita– da en un Banco y que esa suma había ido crecien– do a través de los años hasta llegar a ser una suma fabulosa y que esa suma me perlenecía. Se me ve– nía a la mente la idea de que la Guardia Nacional me iba a sacar de la prisión para llevarme a Europa a reclamar aquel dinero.

Estas elucubraciones de mi cerebro me asalfa– ban corrientemente de noche. . Quizás fueran pesa– dillas o sueños que persisfieran duranÍe la vigilia. Lo cierlo es que sufría de esas alucinaciones de mi ce– rebro y que después de haber salido del Hospital y de la prisión, me sometí al tratamiento del Doctor Mario Flores Orliz, quien me dio las medicinas nece– sarias para vigorizar mi cerebro y todo aquello fue desapareciendo por completo.

A Consejo de Guena

Llegó por fin el momento del Consejo de Gue– rra de Noviembre, al que me cüaron para dar mi de– claración. Tenía por entonces 3 meses de estar pri– sionero en las condiciones que he descrito en los pá– rrafos anteriores.

Durante el Consejo, en un momento de mi de– claración, el Mayor Medal me hizo una pregunta que no recuerdo bien sobre qué era. No tengo pre– sente tampoco cual fué mi contestación, pero sí re– cuerdo que en ese momento fue cuando supe por primera vez que el General Somoza García había si. do herido. Cuando yo le mosiré extrañeza al tener de sus labios esas noticias, le pregunté: "Y es que

~l General Somoza ha sido herido acaso?" A lo que. me contestó el Mayor Medal: "No venga usted con, e$as hipocresías, haciéndose ahora el que no sabe lo q'le ha ocurrido' ' '. A lo que yo respondí: "Créame u,tied sinceramente que si yo lo hubiera sabido, lo h"-biera lamentado, como lo lamento ahora",

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y en verdad, lamento sinceramente que el Ge– ner,d Somoza García haya perdido la vida en la for– ma en que la perdió.

Yo no tenIa más que decir, y en ese momento

rece~'ó el Consejo;

lnvitado a quedarme en el Campo de Marle pa– ra continuar mi declaración por la tarde, fui condu– cido ti. un lugar por donde pasó el Coronel Zepeda a qui.en conocía personalmen:l:e y a quien detuve para l,reguntarle si lo que había dicho el Mayor Medal era. cierlo, es decir, lo de la herida del Gene– ral Sonloza García y allí me la confirmó el Coronel Zepeda y me

informó, además, que el General ha– bía muedo a consecuencia de las heridas. Ese fue el primer día en que yo tuve la noticia de la herida y muerle del General Somoza, noticia que recibí por medio de los miembros del Consejo mismo que me estaba juzl11ando.

Cañoneo lejano

Yo no había tenido noticia, hasta ese momento, ni siquiera por sospechas de semejante acontecimien– to, no obstante que el día de su entierro yo oí un cañoneo que me pareció era en un subterráneo, y así se lo dije en mi declaración a los del Consejo. Recuerdo que ese día yo claramente oí un ca– ñoneo de unas piezas de arlillería en el Campo de Marle, ;pero como digo, las oí como deniro de un subterraneo, y así se los dije a los oficiales del Con– sejo, más ellos ni me lo negaron ni me lo confirma– ron.

Ob'o emaño incidente

Se me olvidaba referir que una noche, mien– tras estaba en la celda de la Compañía A, llevaron a un reo aparentemente condenado a muerle. Este individuo daba grüos lastimeros, pedía por miseri– cordia que no 10 fusilaran, y daba voces acerca de que sus hijitos se quedarían huérfanos y abandona– dos.

A mi me pareció que todo aquello era urta bur– da comedia. Eso de que llegara un médico á. pre– pararlo, a ponerle inyecciones para que se le calma– ran los nervios, y después oír las órdenes para que se alistara el pelotón que habría de ejecutarlo, me pareció era una maniobra para atemorizarme, por– que nunca me habían sacado de la celda a altas horas de la noche como me sacaron en esa ocasión, con el sólo objeto de que pasara por la celda donde estaba el presunto condenado a muerle y que yo me diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Con excepción de ese incidente, nunca oí nada extraordinario. Tampoco oí que torluraran a ál–

guien, cOmO dicen que se oía donde estaban Pedro Joaquín Chamarra y los otros prisioneros.

A veces me daba cuenta de que llegaban gen– tes a prisión. Yo no podía ver a nadie, pero oía los pasos en el pasadizo frente a la puerla de mi celda.

-Así fueron pasando los días y las noches. Lar– gas noches de vigilia en las que·meditaba y recor– daba mis días de lucha por la liberlad de Nicara– gua.

Elección de Don Luis

Después vinieron los días de la elección de don Luis Somoza, días que fueron precedidos por agita– ciones candidafurales. En esos días se sentía gran agit:'lción en la prisión, porque según pude cap:l:ar hablan tres bandos en la Guardia: uno que estaba por la elección de Luis, oiro que quería la elección de su hermano el Jefe Director de la Guardia Na– cional, y un tercer bando que adversaba abierlamen– te la continuación de los Somozas en el poder y este bando hasta hablaba de levantarse en armas. Nunca pude danne cuenta qué elementos de la Guardia esta;ban' en al~o. de los ires bandos, pero sí de la existencia de los mismos.

Pasadas ~ que fueroh las elecciones, en las que, naturalmente, resultó electo Don Luis Somoza,un día de tan:l:os se apareció una comisión compuesta por el Doctor Eduard~ Conrado Vado, General Carlos Rivers

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