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nistraba la propiedad, habia salido para Managua la noche anterior en la lancha de la hacienda que transpoda la leche, pues había recibido aviso del na– cimiento de un nietecito suyo.

Visila de la G. N.

Cuando me levanté y salí a hablar con ellos, me dijo uno de los dos Guardias que habían llegado, que tenían instrucciones del Comandante de San Frascisco para llegar a citanne a que fuera a hablar con él, y que ellos estaban allí para acompañanne. Ambos Guardias se mostraron muy corteses y ni en su rnanera de expresarse ni en su aciliud sospeché nada que fuera realmente grave. Sin ernbargo, ern– pecé entonces a suponer que podía haber habido una denuncia en InÍ contra, de la clase que con fre– cuencia sornas víctimas los hacendados conservado– res. Con todo les dije a los Guardias que me espe– raran rnientras accedieron ellos de buen grado. Ordené entonces que les prepararan a ellos tarn– bién su desayuno y una vez que yo rne hube pre– parado para salir, partirnos. Le dije al mandador de carnpo que rne acornpañara, pero cuando rne dí cuenta todo el servicio iba en mi cornpañía a dejar– rne a San Francisco del Carnicero, puerto del Lago de Managua. Todos iban rnontados en sus mejores bes– tias y todos se fueron conrnigo.

Los guardias iban muy rnal rnontados en unas mulitas enclenques que apenas podían caminar por– que el terreno estaba húmedo y resbaloso, rnientras que nosotros íbamos en fornidas bestias caballares, de rnanera que en cualquier rnornento podríamos ha– berles hecho una jugada a los guardias en los llanos que habíamos de atravesar, en un recorrido corno de diez kilórnetros que rnedian entre Río Grande y San Francisco, recorrido que se hace nonnalrnenta en una hora a caballo. .

En el· trayecto no hubo novedad digna de con– farse, más ya para llegar al puedo se aparecieron otros montados que no eran precisarnente de la Guardia sino de ]a Reserva Civil, un grupo de civi– les armados que llegaban a reforzar a la Guardia Nacional. Todo aquello, naturalmente, iba tornando rnuy mal aspecto, porque desde ése rnomento estaba a rnerced de cualquier exaltado pa#idario d€l1 Sorno-cisrno. .

En la cárcel

Llegarnos a San Francisco y nos dirigimos direc– tarnente a la Cornandancia, donde le dije al Cornan– danfe que estaba a sus órdenes. Por toda respuesta el Comandante se dirigió a un Cabo que se .encon– traba por allí y le ordenó que rne llevara al cuarto tal, que era, sirnplernente, la cárcel.

Esta cárcel estaba inrnunda,ni siquiera se en– contraba barrida, toda polvosa¡ estaba en el rriisrno esfado de suciedad y porquería en que la había de– jado el úlfirno prisionero que había estado allí. No había un taburete, un cajón en que sentarse ir allí pasé foda la mañana. . . A medio día pedí al Comandanfe enviara a al· guien donde doña María Manzanares para que me alistara almuerzo, lo que ella hizo con mucho gus– to. Ella rne envió un suculento almuerzo que ha– cía contraste con la situación en que rne encontra-ba. .

A Managu.a

Corno a la una de ese misrno día llegó de Ma– nagua una comisión de Guardias. bastante numero– sa, con instrucciones de llevanne a Managua. El Cornandante de San Francisco hizo en:trega de rni persona a esa cornisión 'y ~sta, que estaba cornpues– fa de oficiales, rne llevaron a embarcanne en la rnisrna ernbarcación en que habían llegado: una lancha de vela y rnotor. . En el trayecto de la prisión al embarcadero hay una faja de rnontecito, un monte poco bajo,' y el ofi– cial que hacía de jefe de la Cornisión iba dando ór– denes a los Guardias que rne escoltaban p·ara que variaran de rumbo. Eslas órdenes las daba el oficial en voz alia. con una voz estentórea. Así fuE! que'íba-

r ' ,', ",! 1:, ~

mos caminando en zig-zag por foda aquella faja de

monte.

El objefo de aquellas órdenes era para ver si en algunas de ellas yo protestaba o decía alguna casa en su contra, o bien, para atemorizarme y hacenne creer que aquellos carnbios de dirección eran para darme a entender que se :trataba de encontrar un lu– gar propicio para fusilarme.

Pero por fin salimos de aquella faja de monte y continuarnos nuestro camino sobre la costa abiena Todo este :trayecto lo hice solo en poder de· la Guardia, pues mis sirvientes que rne habían aCOm. pañado hasfa San Francisco fueron ordenados ret1. rarse del lugar después que fuí ubicado en la pn– sión, y aunque ellos se quedaron rondando por allí

no se les permitió que rne acornpañaran rnás. • Yo no llevaba equipaje alguno, pues a la salida de Río Grande pensé que iba a regresar esa InÍsma rnañana, una vez que hablara con el Comandante Todo InÍ equipaje consistía en la ropa que llevaba puesta y InÍ saco que llevaba al brazo. Este saco 10

llevaba por si acaso rne daba frío, lo que realmente no me dio. . Por fin llegarnos al ernbarcadero y una vez alli subimos a la lancha. Grande fué rni sorpresa al ver en ella a Ruxnbedo a quien suponía en Grana~

da pero a quien habían capturado antes de desem_ barcar en Managua y lo habían trasladado a esta ofra lancha, en pie de guerra, con 50 Guardias Na– cionales que venían a buscarme. Los Guardias nos advidieron que no debíarnos dirigirnos la palabra que nos rnantuviéramos incornunicados el uno deí otro en ambos ememos de la embarcación. Serían corno las 2 de la tarde cuando zarpamos de San Francisco y corno tuvirnos una buena nave– gación. pues el Lago estaba tranquilo, llegarnos cer~

ca de las 3*

de la farde a Managua. Es decir, gas– tarnos en la travesía unas dos horas que es el tiem– po corriente en que se hace la navegación entre San Francisco y Managua. .

En la zaranda

A nuestra llegada al embarcadero otro nurner~

so pelotón de Guardias !los esperaba al rnando d~l

Mayor Peralta quien nos obligó a rneternos en una camioneta zaranda, que corno habían desprovisto de sus asientos tuvimos que sentarnos en el piso y

sufrir las violentas sacudidas y golpes a

través de terrenos abruptos y caInÍnos no pavimentados en un alarde de tiltrajarrne sin respetar ni mi edad ni rni condición de Ex-Presidente de la República. Sin que hub~ésemos podido darnos cuenta por qué ca– lles pasabarnos llegarnos hasta la Residencia del Jefe Director de la Guardia Nacional.

Allí rne separaron de Rumbedo a quien no volví a. ver sino rneses después y rne dieron por fin una pleza decente en la que tuve opodunidad de des– cansar. A la puerta de ese cuarto estaba siempre de fumo un Guardia y aunque me confesfaba de

b~en rnodo ~uando le dirigía la palabra notaba que era rnuy rehcenfe en sus contestaciones y que a ve-ces se concretaba a rnonosílabos. '

Yo no había tenido la oportunidad de preguntar a persona alguna por los rnotivos de mi prisión. Nadie fampoco rne había preguntado nada. No qui– se preguntar tampoco al Guardia de turno pues sabía que él ignoraría los rnotivos, y que, si los sabía no habría de decírmelos a mi. No hubo, debo decir con franqueza, ninguna dernostración de hostilidad en

rni contra. Y en una ocasión un: oficial, volunfaria~

rnente, rne dijo que ellos estaban inciertos sobre lo que iban a hacer conrnigo.

En la Com~añía l/A"

Despues de unas cuantas horas de estar en ese lugar, me condujeron a los cuadeles de la Compa– ñía "A", ubicados en la Loma misrna. Allí me regís·: trarori y ~e quitaron un librifo de InÍsa que llevaba yo en IlU saco, un par de anteojos que usaba para, leer, cuarenta y ocho córdobas en efectivo que an~ d~ba en la bolsa y un reloj de pulsera que me ha~

b~~ regala.do en Nueva York rni arnigo Luis Med~

hlJO, que tiene una buena joyería en aquella' ciudad.

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