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« Previous Page Table of Contents Next Page »De Managua en un taxi pequeño, de los l1ama~
dos "Gatos" me trasladaron por los caminos polvo– rienios de Masaya, los pueblos, hasta llegar a Ji– no±epe donde se hizo alfo a solicitud mía para invi– :l:ar a un almuerzo, con los oficiales. Hasta ese mo– !J.1.ento pensé que me llevaban a la frontera, pero al llegar a Nandaüne tornaron la ruia de Granada. Cuando el autornóvil en que viajaba llegó a La Pól– 'l7ora se juntó con ofro en 9ue iba mi sobrino, Hum– berio Chamorro con su senora esposa, porque Hum– berio había sido libertado ese mismo día. Allí, en La pólvora, el Coronel Escobar Cornandante de la plaza noS hizo una serie de recomendaciones explicándo– noS nuestra calidad de prisioneros en un tono agre– sivo de tal manera que tuve que protestar haciéndo– le 'l7er que no cabían tales res±ricciones pueslo que se me había señalado la ciudad por cárcel para mi confinamiento y que en buena hora podían devol– verme de donde me ±raían puesto que yo no había solicitado mi traslado. Jun±os en±ramos, pues, a la ciudad y a la residencia de mi sobrino, cuya casa por cárcel se me había señalado. Ese fue el carác– ter de mi traslado a Granada y así permanecí por to– do el tiempo que pasé en la ciudad. Desde aquella primera noche la casa se convidió en cuariel, hacien– do incursiones en ella a media noche la Guardia Na– cional, enfocándonos en nuestros dormitorios para constatar si no nos habíamos fugado.
Itllif!cnno
Aunque m.i residencia en la casa de Hurnberto era ya un alivio a mi situación de Bluefields, tenía allí dificul±ades, corno la de no tener libertad de re– cibir visitas porque siempre estaba a la puerta de la casa un Guardia, de ceniínela. Mis rnalesiares fí~
sicos se recrudecieron a pesar de la fina atención que recibía de parle de Humberto y de su señora es– posa, y sin darme yo cuenta de que el aumento de peso y gordura era tan sólo aparente, pues no me sentía bien y nuevanLente enfermé de cuidado, esta vez de hidropesía, razón de mi, corno digo, aparen– te gordura.
Comenzó a asisiirme el Doctor Edmundo Miran– da con iodo éxito y enseguida llegaron los DoC±ores Armando Benard y Adán Solórzano quienes lne ofre– cieron sus servicios gra±uifos por ±odo el tiempo que durara mi enfennedad, lo que con sincero agradeci– miento hago consfar en esfas mis MenLorias. Ellos se dedicaron a esi:arn1.e asistiendo con es– merada solicitud, llegaban con frecuencia a exami– narrne y en varias ocasiones llevaron al DoCÍor Gui– llermo Espinosa, para que ±arnbién él diera su ilus– ±rada opinión médica, lo mismo que otros DoC±ores, corno por ejernplo el Dr. Enrique BeHi Corlés, repu– fado cardiólogo.
Cuando me hallaba en mi lecho que podría llamar de muerte, rodeado de fanLiliares y médicos, recuerdo que llegó un representante de "La Prensa" en busca de declaraciones y aproveché esa ocasión para decir que "nunca en mi vida había hecho un mal a nadie deliberadamente y a sabiendas".
«:oniñesa y trlomaalga
A pesar de las dificulfades que airavesaba en Granada tanto por mi salud, cuanto por las inco– modidades que mis amigos tenían en visitarme por la presencia del Guardia a la puerta de la casa y
la constante vigilancia a que yo estaba sometido, debo mencionar con agrado la satisfacción que ±u– ve de recibir la atención médica a que he hecho re– ferencia y la oporlunidad que tarnbién tuve de cum– plir con el precepto Pascual de confesar y comul– gar. Fue con motivo de mi cumpleaños y por la in– fluencia de mi buena amiga la distinguida dam.a Doña María Urtecho de Zavala, quien se empeñó en ello, que logré confesarme con el R. P. Azcue, S. J., ReC±or del Colegio Centro Arnérica, y el Señor Obis– po de Granada me dio la COluunión. En esa oca– sión que era, corno digo, la de mi cumpleaños, pedí permiso para ir a la Iglesia, a la Catedral, y se me concedió. Ese día hubo una reunión de familia allí donde Humberío, y no dejó de sorprenderme que la
casa se llenara de amigos y familiares que llegaron a felicitarme. Ya por entonces me encontraba me– jor de salud y pasé un buen l"a±O de- agradable ex– pansión.
E81l Ubell'1lad
Poco tiempo después, el 15 de mayo de 1956,
no recuerdo bien el motivo, el hecho es que fuí. no– ±ificado por las autoridades que quedaba en libero tad. Había permanecido en la residencia de Hurfl– berta Chamorro, mi sobrino, con la casa por cárcel, más de un año.
Antes de venirme de Granada, visité a varias per– sonas amigas para agradecerles las atenciones que habían tenido conmigo durante mi estada en la ciu– dad. Recuerdo haber visitado a mi buen y recorda– do amigo don Juan José Zelaya, padre de don Joa– quín Zavala Urlecho, Direc±or de REVISTA CONSER– VADORA. Desafortunadamente Juan José estaba en su lecho de enfermo, habiendo sido el motivo de su enfermedad, que desgraciadarnen±e resultó rnOT– tal, una grave caída que sufrió mientras inspeccio– naba los linderos de su propiedad de la Otra Ban– da. Me contó que a él le gustaba revisar los ±raba– jos y que se había subido a una escalera de la que se cayó fracturándose seriamente. Después le sobre– vinieron complicaciones y falleció. Aprovecho esta oportunidad para testimoniar el aprecio que siem– pre le tuve por sus eminentes dotes de caballero y ciudadano ejemplar y por los servicios merilorios que prestó al Parlido y a la Patria durante mi pri– nLera gestión presidenciaL
Después de algunos días de visitas en Granada, ya gozando de compleia liberlad, me trasladé a Ma– nagua. Me vine en compañía de Humber±o y de los doctores Armando Benard y Adán Solórzano, que generosamente se ofrecieron para acompañarme y volví a instalarme en casa.
Trabajos Agdcolas
Una vez instalado, me dediqué a rehacer un po– co mis propiedades que habían sufrido fuerte dete– rioro durante el tiempo de mi prisión y también a restaurar m.i crédito financiero que estaba algo ave– riado por la misma razón, y por eso iba con frecuen– cia a inspeccionar, ya fuera a Santa Las±enia o Río Grande, donde inicié trabajos agrícolas de urgente necesidad, corno reparaciones de cercas, resiembra de potreros, mejor cuido del ganado, a fin de aum.en– far la producción de leche que es ]a única entrada de dinero con la que cuento en mi vida, pues no tengo otra. De eso depende el que rni faja se estire o se encoja. En esta ocasión se me estaba encogien– do seriamente y no corno en Granada que se eslaba estirando, pero por la hidropesía.
Por este tiempo, en los corrillos no se hablaba cosa alguna respecto a posibilidades de trastornos políticos, solamente sí se rumoraba con insistencia la oposición que encontraría en la ciudadanía la idea de la reelección del General Somoza sobre la que yo ya me había pronunciado en varias ocasio– nes, esto es, que si el General Somoza insistía en reelegirse era muy posible que trajera lraslornos al país, de eso estaba seguro, y 10 había expresado en una fiestecita que tuvimos en Diriamba con moiivo de otro cumpleaños que celebré en la finca de los señores Rappaccioli.
~¡¡ltiembJL'e de \1956
Pues bien, a principios de Septiernbre de 1956
me fuí a Río Grande a pasar unos días y allí. me en– contraba el 21 de septiembre, cuando por la rnaña– na del 22 llegó el mandador Hermenegildo JairCle a hablarme a mi aposenlo para avisarme que unos Guardias habían llegado diciendo que querían ha·· blar conrnigo. Me extrañó la hora en que llegaran, que eran las cinco de la mañana, sin embarg'o, no sospeché que pudiera ser algo grave para mí. Yo me encontraba solo en la hacienda, no an– daba conmigo ningún compañero amigo ni familiar; solamente me acompañaban las gentes del servicio de la hacienda. Mi sobrino Humberlo, que adrni
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