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res, sin levantarles causa de responsabilidad, den–

lro de su período, amén de otras varias irregulari– dades en la integración de los Municipios con miem– bros conservadores.

Es preciso detenerse un momento en estos dos aspectos acentuados, pues los dos temas conslituyen esencia del ideario del Conservatismo. Cuando los voceros de ambos Partidos discutían las diferencias de criterio en la adopción de los principios de la Car– ta Fundamental, el Partido Conservador propuso e insistió muchísimo para obtener tanto el sufragio ac– tivo para la mujer nicaragüense como la restaura– ción de la elección popular de las Municipalidades, como es de su propia naturaleza y de raíz tradicio– nal en Nicaragua. No fue negada la razón del Par– tido Conservador para sustentar esas reclamaciones, pero los liberales no quisieron aceptarla, y entonces se convino en una fórmula transaccional, que fue la adoptada en la Constitución, a fin de que tales rei– vindicaciones quedaran tan solo diferidas a una ley que podría promulgar después el Congreso Nacional, sin necesidad de reforma constitucional quedando postulada de esía manera la aspiración y tendencia de nuestro sistema conslítucional para lograr esos propósitos del Partido Conservador. Fue posterior– mente que se le concedió ésto a la mujer, como lo explicaré más adelante.

También es del caso mencionar solamente, sin detalles, algunos incidentes del poco aprecio y va– limiento a que se expusieron los miembros conser– vadores que participaron en las diferentes tareas de Gobierno en virtud del principio de las Representa– ciones de la Minoría, y tan solo es bueno hacer re– lación a esos indicios por cuanto significan que fal– ta todavía en Nicaragua, principalmente por parte del Partido Liberal, una mejor comprensión de la amplitud, alcance y trascendencia que tiene para el funcionamiento de la democracia la intervención del partido opositor en las funciones de gobierno.

Ensayo sin I'e:;¡;ullado

Como bien lo expresó la Direcfiva Suprema, pre– sidida por don Emilio Chamorro Benard, en su pri– lTIer Manifiesto, el Partido Conservador no estaba colaborando en el Gobierno ni camparlía responsa– bilidades. Estábamos haciendo un ensayo que no dió resuliado.

Todas estas inconformidades fueron soportadas por el Partido Conservador, en aras del bienestar ge– neral, en la sana creencia de que ese ensayo de con– viviencia nacional, como todo ensayo, debía sufrir algunas fallas en su noviciado para ir poco a poco perfeccionándose progresivamente en el desarrollo del sistema. Sobre estos tópicos fueron bastante nu– merosas las representaciones y hasta quejas que el Partido Conservador hizo llegar, tanto verbalmen– te como por escrito, al Poder Ejecutivo, y principal– mente, en materia impostergable, las comunicaciones y Memorial del Partido Conservador sobre el "Status legal de nuestras Municipalidades" reclamando di– versas infracciones.

No solamente el General Somoza destituyó a dos Alcaldes Conservadores, los de Matagalpa y Chon– tales, nombrados en virtud de las ternas por la Re– presentación de la Minoría, sino que también im– ponía su decisión en las ternas mismas de los fun– cionarios que se referían al Ejecutivo, pues advertía de antemano ciertos nombres; y hasta llegó el caso del Vice-Ministro del Distrito Nacional, cuando re– nunció don Fernando Solórzano, que sin esperar el envío de la terna nombró a su sucesor don Marcial Salís hijo. En lnás de un caso se mostró indignado por las personas designadas en fernas pasadas por el Partido Conservador. Y cuando no podía dejar de hacer las cosas a su modo, acosaba de tal manera a los Alcaldes conservadores con los Regidores y Teso– reros que se les hacía imposible a éstos el buen fun– cionamiento de sus cargos. Llovían los cargos en la Direcfiva del Partido Conservador y llegaban has:l:a mi casa las quejas sobre todas estas mezquindades de Somoza, quien no supo comprender ni medir la trascendencia de esas violaciones de lo convenido. Yo

atribuyo a falta de V1Slon y a ceguera política del General Somoza no haber compendido que esas pe– queñas renuencias de su parte al fiel cumplimiento del acuerdo político de los dos Partidos, estaban em– pezando a formar un ánimo de decepción entre los que tuvieron de acuerdo con ese Pacto y alentaban las razones de los que lo habían adversado. Todos esos brotes y gérmenes de descontentos comenza– ron a fermentar un clima, que se hizo general en el Partido Conservador, en cuanto al fracaso de ese Acuerdo.

En lnedio de esías vicisifudes, transcurrieron más de ires años durante los cuales los dirigentes conservadores es bueno decirlo- tuvieron que en– frentarse continuamente a la voz en masa del Par– tido Conservador que con sentido de ingenuidad no logró nunca comprender los alcances de la nueva orieniación política de convivencia nacional a base de los Pactos mencionados. Sin embargo, a pesar de esta faHa de asen:l:imienio unánime, los conserva– dores supieron con cordura mantener la paz de la República, que -fuerza es re¡conocerlo- se debe fun– damentalmente, más que a las medidas del Go– bierno ,a la pasividad austera, voluntaria y cons– ciente del Partido Conservador. El mantenimiento de la paz se debe principalmente al Pariido oposi– tor, que es el que puede alierarla. El Gobierno lo más que puede hacer, por rnedio de su fuerza y de su represión, es restaurarla..

Así, rnientras el Partido Conservador, por su par– ±e, cumplía con fiel apego su compromiso al Conve– nio "manteniendo" la paz de Nicaragua por otra par– ±e, el Partido Liberal, ostensible y notoriamente, co– m.enzó a dar señales de querer a.partarse de sus obligaciones de "man±ener" incólume la Constitu– ción, preñando los nubarrones de una tempestad, con el movimiento de la reelección presidencial. Se hace necesario puntualizar la circunstancia h\ndarnental de que. sin rnenoscabo de todas las otras garanlías y libertades concertadas por volun– tad cornún de ambos Partidos en la Constitución Po– lítica de 1950, la referencia a la sucesión presidencial en las entqnces futuras elecciones de 1957, constituyó una de las vérlebras principales de toda la opera– ción política de ese Convenio. Efedivamente, puedo decir sin embargo que de no haber rnediado esa garaniía de la no reelección presidencial para 1957,

consignada como eje básico en la Constitución tran– saccional, con :l:oda seguridad no hubiese existido el Convenio de 1950. El Partido Conservador, en la ba– lanza de ese Acuerdo Político puso en el plalillo los despojos de su sacrificio para que el General SOlUO– za, pudiera rnaniobrar las elecciones, asegurando al Partido Conservador la tercera parle del Congre– so y además, sufrió pacientemente las vejaciones de la arrogancia liberal y los vituperios de innumera– bles afiliados conservadores, en la confianza cabal ele que en el otro platillo de la balanza, a trueque de prestaciones recíprocas, el Partido Liberal depo– sitaba su palabra empeñada de no abusar de la fuerza de las circunstancias para irnpedir una libre· elección en 1957. Además de lo que dejé relatado airás sobre la enfermedad del General Somoza, esa era la úliilUa esperanza que le quedaba al Partido Conservador: la palabra de Somoza de que se retira– ría del Poder y daría elecciones libres en 1957.

Nadie puede dudar de que fue el propio Gene– ral Somoza el que irnpulsó en todo el país el movi– rniento de la reelección presidencial desde el año de 1953. Cualquiera duda al respedo ha quedado fuera de toda discusión con los hechos posteriores. El Parlido Conservador consideró que ese movimien– to de la reelección presidencial consti±Uía una· viola– ción capital al cornprorniso de los dos Partidos his– tóricos de 1950. Y no podía ser de otra rnanera puesto que con toda evidencia era una violación sus– tancial al Acuerdo Políiico hecha unilateralmente por una de las partes, sin el consentilUienio y lUás bien contra la voluntad expresa de la otra, sin otro justificativo que la razón de la fuerza.

La prueba rnás palpable de este movimiento de reelección vino cuando el Gral. Sornoza, en 1953

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