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« Previous Page Table of Contents Next Page »formación respecfo a mi persona, ellos la encañona– ron con sus rifles y la amenazaron de muerle, pero ella se mantuvo firme, negándose a darles informa– ción alguna, por lo que optaron por retirarse. Sabedor de ese hecho lo denuncié al Jefe Direc– tor de la Guardia Nacional, General Somoza García, mas el tal Wilson y sus compañeros jamás recibie– ron la menor sanción.
Al exilio
Al ver que no había garantías para mí, ni para mi familia, me ví precisado a asilarme en la Emba– jada de México, a cargo del Licenciado Ociavio Re– yes Spíndola, quien con toda corlesía me recibió y consiguió el salvoconducio necesario para salir del país. El mismo me acompañó al aereopuerlo junto con mi familia.
Antes de salir del país, ante los oficios notaria– les del doc:l:or Felipe Argüello Bolaños, extendí car– tas credenciales a mi buen amigo don Alcibíades Fuentes hijo, para que me representara en la parle económica del Parlido Conservador. Tal representa– ción otorgada fue reconocida con valor oficial por el docior Carlos Cuadra Pasos, Vice-Presidente en ejercicio de la Presidencia de la Junta Directiva Na– cional y Legal del Partido Conservador de Nicara– gua. Me complace declarar que la aciuación del se– ñor Fuentes en el ejercicio de esas funciones a él encomendadas se ajustaron en todo a su honradez y probidad personales por lo que ha tenido siempre
mi vivo reconocimiento y amistad.
Desgraciadamente, mi sobrina Adelita sufrió un choque nervioso que la dejó muy enferma, decaída y nerviosa, por lo que resolvimos trasladarnos a San José de Costa Rica, donde el clima podría serle fa– vorable.
En San José nos hospedamos en el Hotel Ra– leigh, mas como a los ocho días comenzamos a no– tar en nuestra sobrina síntomas de enfermedad men–
tal, ya que lo que conversaba era completamente incoherente por lo que fuimos con ella a visitar el Asilo Chapiú para que la examinara el docior Cha– cón y nos diera su opinión personal.
El docior no encontró nada alarmanfe en ella, pero a los pocos días Adelita se quiso tirar del bal– cón del Hotel a la calle, y si no hubiera sido que mi esposa llegó a tiempo de defenerla, hubiera encon– trado una muer.l:e segura.
En presencia de este hecho tan alarmante, inme– diatamente la llevamos al Asilo donde la interna– mos. Pero mi mala suerle no llegaba hasta allí. Ese mismo día Lastenia me parlicipaba que se sentía su– mamente enferma. Le hablé a mi amigo el docior David Stadihagen que se encontraba en San José y me aconsejó que la llevara donde el docior Quesa· da para que la examinara y me ofreció que él mis– mo estaría presente en el examen. El docior Quesa– da encontró un fibroma que podía ser canceroso y me aconsejó llevarla inmediatamente a los Estados Unidos para que la viera un especialista amigo suyo que había curado a su hermana que vivía en Nueva York.
Sin pérdida de tiempo resolví salir para los Es– fados Unidos junto con Lastenia, dejando a Adelita en el Asilo.
A los pocos días de estar en Nueva York recibi– mos cable de San José parlicipándonos que nuesfra querida sobrina había fallecido. En el mismo men– saje se nos pedían instrucciones sobre lo que debería hacerse.
Contestamos que el cadáver debía ser prepara– do y enviado a Managua, para ser enterrado en es– fa Capital, pero el General Somoza, en esta ocasión fue tan duro, que no quiso permitir la entrada del cadáver a su patria, siendo que su muerle había si– do causada por parlidarios del mismo General So– moza.
En vista de fal negativa no se tuvo más remedio que enterrarla en San José. donde :todavía descan– san sus resios modales.
En México
Después de afender a la enfermedad de mi es– posa en Nueva York, donde fue internada en el Me– morial Hospital de esa ciudad, bajo la dirección y tratamiento del docior George Pack, y una vez qUe ella había recuperado su salud, salimos el 2 de Fe– brero de 1937 para México, habiendo desembarca_ do en el puerlo de Veracruz. Este puerlo, uno de los más imporlantes de la República Mexicana, lo en– contré bastante descuidado en cuanto a higiene, por lo que resolvimos salir inmediatamente para la Ca– pital. El trayecio del ferrocarril de Veracruz a la ciudad de México es, por una parle, muy pintores_ co, con el Volcán de Orizaba que se divisa bellísimo con sus eternos picos cubierlos de nieve, y por otra, puede considerarse como una gran obra de ingenie_ ría sobre las cumbres de Ma1±raia.
A nuestra llegada a México estuvimos por unos cuantos días hospedados en un hotel, más luego con_ seguimos alojamiento en una Casa de Aparlamen_ tos en el Paseo de la Reforma, principal arleria de aquella hermosísima ciudad. Por este aparlamento, amueblado, pagábamos 150 pesos mexicanos men– suales, pero aunque era bastante bonito y presenta_ ble tuvimos que abandonarlo después de algún tiem– po de ocuparlo, debido a que los ataques de asma se me hicieron muy frecuentes e intensos, por 10 que nos pasamos a otro que aunque inferior al que teníamos era nuevo y estaba muy bien asoleado, habiendo con esfe cambio disminuído grandemenfe los ataques de asma. Como estaban construyendo en la misma Avenida de la Reforma, otra casa de apar– tamentos de mucha más comodidad y apariencia, en cuanto estuvo terminada resolvimos pasarnos allí. Esta nueva casa se llamaba "El Latinoamericano" y en ella vivimos por varios años. Aquí pagábamos la suma de 600 pesos mensuales.
La co~onia nicaragüense
En México encontré una numerosa colonia nica– ragüense, la mayoría de sus miembros ocupando buenas posiciones en el periodismo, el profesorado, el foro y la medicina. Con casi todos esos elemen– tos de valía cultivé muy buenas relaciones, y como ellos eran también opositores al Gobierno del Gene– ral Somoza García nuestro acuerdo eran aún mejor, pues fuera del país las divisiones banderizas pue– de decirse que desaparecen.
Enfre estos nicaragüenses, los de mayor signi– ficación eran, el notable escritor y economista, don Francisco Zamora, sus hermanos, y su madre doña Lola Padilla, en cuyo hogar se celebraba fados los años la Purísima, siendo muy concurrida su casa, especialmente el ú1±imo día, en el que después de rezar y cantar las oraciones y canios que se acos– tumbran en Nicaragua, se repartían frutas y golosi– nas 10 mismo que se hace aquí. Además de la fa– milia Zamora esfaba la del Dr. Pedro José Zepeda, médico de gran clientela, muy servicial con todos sus :paisanos. El Ingeniero y Profesor don Andrés GarCla, reconocido por sus relevantes méritos, inte– resado, como los anteriores, en el bienestar y buen encauzamiento de los nicaragüenses que llegan a México, así como los señores Roberlo y Julio Barrios, y los señores Dr. José Angel Cifuentes y hermanos. La lista sería larga y cansado enumerarlos a todos, pero no debo omitir a la dociora Concepción Pala– cio, a quien conocí aquí cuando todavía era estu– dianfe en la Escuela Normal de Señoritas época en que con frecuencia llegaba a visitarme para comu– nicarme sus ansias de adquirir una profesión, una vez terminados sus estudios de maestra. Quería ser médica y lo fue, graduándose en la Universidad de México y habiendo fundado una Casa de Materni– dad, ejerce su profesión con bastante buen éxito. La dociora Palacio, además de sus aciividades profe– sionales dedica gran parle de su tiempo a activida– des políticas, siendo de lamentarse que se haya en– rolado en el Parlido Comunista y sea a éste al que le de su valiosa energía y actividad intelectual. Con todas estas personas que viven en México, y a quienes he mencionado. mantuve muy esirechas
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