Page 138 - RC_1966_04_N67

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un lujoso ho:l:el si:l:o fren:l:e a la gran Piazza d'il Po– polPMi represen:l:ación diplomá:l:ica en I:l:alia :l:enía

un doble carác:l:er. Yo es:l:aba acredi:l:ado como Mi– nis:l:ro Plenipo:l:enciario an:l:e el gobierno civil Italia– nO Y an:l:e el gobierno eclesiás:l:ico de la Sania Sede. Es:l:a doble represen:l:ación era bas:l:an:l:e difícil de de– sempeñar si no era con mucho :l:ino, porque corrien– :l:emen:l:e el gobierno civil Italiano no acep:l:aba a nin– guna persona que es:l:uviera acredi:l:ada :l:ambién an– :l:e la San:l:a Sede. Sin embargo, yo logré desempe– ñar mi doble represen:l:ación sin haber :l:enido difi– cullad alguna.

con el rey de Dalla

Para obviar alguna dificu1:l:ad que pudiera pre– sen:l:arse, a pesar de nues:l:ra fe ca:l:ólica y de nues:l:ra profunda sumisión religiosa al Papa y su preemi– nencia espiri:l:ual, presen:l:é primero mis credenciales an:l:e el Rey de Italia.

El recibimien:l:o oficial que me hizo fue muy apara:l:oso y como para conducirme iba en la carro– za real que el Gobierno tiene para el servicio diplo– mático, era curioso ver cómo al pasar el carruaje las gen:l:es saludaban con respe:l:o, se qui:l:aban los sombreros o vi:l:oreaban al Rey, quizás creían que él era el que pasaba en esos momen:l:os.

Al llegar a Palacio fuí conducido por varios sun:l:uosos salones en los que es:l:aban los a1:l:0s dig– na:l:arios del Reino, miembros de la nobleza i:l:alia– na haciendo valla, por entre los que había que pa– sar has:l:a llegar al salón privado del Rey.

,El Jefe de Pro:l:ocolo me advirlió que yo debía golpear la puerla y que el Rey en persona sería quien la abriría. En efec:l:o golpié suavemen:l:e, abrió la puerla el Rey mismo. Le saludé conforme al ce– remonial establecido y él me invi:l:ó a pasar y sen– :l:arme en una banque:l:a forrada en terciopelo. Lo que yo hice y él se sentó a mi lado.

El Rey me habló de Nicaragua, de su :l:opogra– fía y de su producción agrícola, en lo que parecía es:l:aba bas:l:ante bien informado. Yo a mi vez le hablé de Italia, de lo bien gobernada que se en– con:l:raba, de la gran evolución que había :l:enido en su progreso, de nues:l:ro deseo de tener una inmi– gración i:l:aliana en Nicaragua. Esto ú1:l:imo le inte– resó al Rey e hizo cálculos sobre el posible aumen– :1:0 de población que nues:l:ro país podría soporlar dada su extensión :l:erri:l:orial. Mi visi:l:a llegó a su fin y me despedí del Rey con la misma corlesía acos– :l:umbrada, es decir, conforme al ceremonial diplomá– tico" volví a pasar por los salones :l:odavía llenos de nobles i:l:alianos has:l:a salir a la calle donde me es– peraba el carruaje que mI'! había de conducir de re– greso a mi ho:l:el en la Pi¡;¡.zza d'il Popolo, donde me esperaba mi esposa, impresionada y nerviosa, por :l:an elaborado ceremonial y deseosa de conocer, en :l:odos sus de:l:alles, la visi:l:a Real que acaba de efec– fuar.

A! siguiente día me correspondió hacer la visi– ta a la Rein¡;¡" una mujer a1:l:a y elegan:l:e, origina– ria de Mon:l:enegro, provincia de la ac:l:ual Yugoesla– via. Me recibió con mucha afabilidad, me extendió su mano para que yo se la besara y es:l:uve conver– sando con ella duran:l:e algunos minu:l:os.

Con Mussolini

Por supuesto que an:l:es de visi:l:ar al Rey y a la Reina le hice una visi:l:a al Primer Minis:l:ro, Beni:l:o Mussolini, quien me recibió en su oficina. Era un h.ombre bajo, regorde:l:e, de aspedo grave y serio, Sln embargo, era muy afable conversador.

Recuerdo que al decirle que yo prefería hablar en Inglés, que en Francés, que es el idioma oficial de la Diplomacia, me respondió que yo le hablara en Español, que es un bello idioma, y que él en cambio hablaría en Italiano, que así es:l:aba seguro que nos entenderíamos bien, como efectivamen:l:e su–

c~dió. Así es:l:uvimos deparliendo por un buen rato, Sln darnos verdadera cuenta que cada uno de noso– :l::ros es:l:aba hablando en su propio .idioma, él en Ita– liano y yo en Español, y_ambos noS entendíamos a

las mil mar¡;¡,villas, pues él hablaba despacio y cla– .amen:l:e. Dos veces me entrevis:l:é con Mussolini, y las dos veces hablamos en la misma forma. La cla– ridad de su pensamien:l:o y la fuerza de su perso– nalidad me dejaron un recuerdo imborrable. En una ocasión fuí invi:l:ado a presenciar una ex– hibición de vuelo acrobá:l:ico en el que parliciparían cien aviones de la Fuerza Aérea Italiana. Concurrí el día señalado para las pruebas al lugar indicado y me dirigí al estrado que ocuparía el Cuerpo Diplo– mático. Aquello es:l:aba lleno de gen:l:e y pi::>r :l:odas parles buscaba con la vis:l:a al Rey o a Mussolini y a ninguno de los dos veía. En el fondo del campo de aviación observé a los cien pilo:l:os bien forma– dos con sus respectivos mecánicos. A poco ra:l:o se oyó un :l:oque de clarines y los pilo:l:os y sus mecá– nicos marcharon alrededor del Campo has:l:a colocar– se propiamen:l:e enfren:l:e de nues:l:ro es:l:rado. Cuando ya se acercaban reconocí a uno de los que marcha– ban a la cabeza del grupo de aviadores: era Beni:l:o Mussolini, con las mangas de su chaqué remanga– das, su sombrero de copa un :l:an:l:o ladeado y con un fuerle movimiento de brazos como acostumbran los militares. La ovación que recibió fue inmensa. En esos años su popularidad en Italia era verdadera– mente enorme.

En San Pedro

Una vez' fuimos a la Basílica de San Pedro para asistir a una Misa Papal. Si mal no recuerdo se ce– lebraba entonces el Jubileo durante el cual fue pro– clamada la fiesta de Cristo Rey. Cuando llegamos a la Basílica nos dirigimos al si:l:io que es:l:aba des:l:ina– do para el Cuerpo Diplomático, donde teníamos nues– tros asien:l:os señalados. La iglesia es:l:aba llena de bo:l:e en bote, y había en lugares estratégico!! unida– des de la Cruz Roja para en caso de acciden:l:es que siempre hay en semejan:l:es aglomeraciones de gen– :l:es aunque en es!a ocasión no hubo ninguno. A poco r<;lto hizo_ su entrada el Santo Padre, Pío XI. La puerla de la nave principal de la Basílica, que sólo se abre en ocasiones de Jubileos, se abrió suavemen:l:e y el Santo Padre entró. Iba de sanda– lias y con, sus arreos papales deslumbrantes, segui– do de un séqui:l:o de prelados. Al en:l:rar el Santo Padre :l:odo el mundo en la Basílica comenzó a aplau– dir con entusiasmo. Aquel aplauso de más de cien mil personas no causaba ninguna molestia al oído an:l:es bien se oía como un simple murmullo como el que produce el viento con los pinares debido a la inmensidad de las a1:l:as naves de la Iglesia más grande del mundo.

Después de la entrada del Santo Padre rogué a Las:l:enia se quedara a la Misa porque yo :l:enía que asistir a un Congreso de Agriculiura, el que iba a ser inaugurado por el Rey y Mussolini, y al que no podía faliar. Así fue que a Las:l:enia le quedó el au:l:omóvil de la Embajada y yo me fuí en otro de alquiler al lugar donde se iba a inaugurar el Con– greso In:l:ernacional de Agriculiura, donde llegué an– tes de la en:l:rada del Rey.

Cuando el Rey en:l:ró y se dirigió a :l:omar asien– to en la pla:l:aforma real, la concurrencia aplaudió pero con mucha frialdad. A poco ra:l:o en:l:ró Musso– lini y los aplausos con que fue recibido eran a:l:ro– nadores y frené:l:icos. La diferencia de recibimien:l:os era indudablemen:l:e muy marcada.

Al :l:erminarse la inauguración del Congreso In– :l:ernacional de Agriculiura regresé a la Basílica de San Pedro para recoger a mi esposa. Mas ocurrió que ya la celebración religiosa había :l:erminado y que :l:oda la gen:l:e se había ido a sus casas. Por :1:0– das parles busqué a Las:l:enia y no la encontré, y no encontré tampoco el automóvil que le había dejado a su disposición. Eso me hizo suponer que se había ido a nuestro hotel por lo que me dirigí haci¡;¡, allá, pero no la encon:l:ré allí tampoco.

Como se comprenderá no dejó de preocuparme aquello, y mi preocupación crecía al pensar que Las~

tenia hubiera podido extraviarse en aquella enorme urbe que es Roma. Por lo que me dediqué a in~

fonnarme de ella en :todas las casas vecinas. a la

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