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gran Basílica. Por fin di con una en la que había estado de visita y en la que estaba una de las jó– venes de la casa que la había acompañado al ho– tel. Un poco más tranquilo me regresé al hotel don– de por fin encontré a Lastenia. Naturalmente la ale– gría de ambos fue muy grande al reunirnos de nue· vo.

Ante el Santo Padre

Después de haber obtenido la autorización del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno pa· ra presentar mis credenciales ante el de la Santa Se– de, no perdí tiempo en presentarlas y luego en vi– sitar al Santo Padre con mi esposa. Corno es de su– ponerse, íbamos muy emocionados al pensar que nos presentaríamos ante el Papa Pío XI, mas después de la ceremonia y la visita salimos muy confortados por la bondad y sencillez de Su Santidad. Nos im– presionó la suavidad de su palabra y la dulzura de su corazón de Padre.

En Roma estuve varios meses y antes de salir de Ifalia fuí a conocer Florencia y su bella Catedral, así corno Venecia con sus canales y sus góndolas y sus palomas en la Plaza de San Marcos. Nuestra llega– da a Venecia fue durante la temporada de baños y tuvimos oportunidad de ir a Lido. lugar de mucha concurrencia y un balneario muy alegre, después de lo cual decidirnos abandonar Ifalia y continuar nues– tro viaje por Europa.

Hac:,ija Viena

De Ifalia salirnos para Viena y otras importan– :l:es ciudades europeas, corno Hamburgo. En este via– je de Roma a Viena volvimos a sufrir una sepF'.""l.– ción forzada mi esposa Lastenia y yo. Corno dije antes, en el viaje de Francia a !:talia, el regis:l:ro aq,uanero se llevó a efec:l:o en el ferrocarril misn"lo y

sin haber tenido siquiera previo aviso, pero en el trayec:l:o de !:talia a Aus:l:ria hay necesidad de bajar el equipaje en la región del Tirol, en un lugar fron– terizo donde se llama a los pasajeros para que pre– sencien el registro de su equipaje. Yo no bajé por– que no oí el ,llamado y no fue sino hasta que un norteamericano, que iba en el asiento contiguo al mío, me dijo que se estaba llevando a cabo el re– gistro que me dí cuenta de ello. "Vaya", me dijo, "a ver si tiene tiempo para que se lo hagan". En efecto, me bajé del tren y pregunté en la Es:l:ación Aduanera por mi equipaje, mas al hacerlo noté que el tren partía y entonces corrí hacia el tren y quise abordarlo mien:l:ras ya comenzaba a caminar, pero uno de los empleados del ferrocarril me agarró y me detuvo e hizo que me qui:l:ara de donde estaba tra:l:ando de abordar el vagón, con lo que el tren par– tió.

El empleado, con toda cortesía, no dejó de re– prenderme diciéndome que había hecho muy mal al no bajar a tiempo para el registro aduanero y que había hecho aun peor al querer· abordar nuevamen–

te el tren cuando éste estaba en movimiento, pero, me dijo además, que felizmente nada me había ocu– rrido cuando bien podía haber sufrido un serio ac– cidente, mas yo no le oía bien lo que decía debido a la gran preocupación que me producía el pensar que Lastenia no llevaba ni papeles, ni documentos, ni dinero, ni medios para entenderse con las gentes, y que iba a ser un problema serio para mí el poder descubrirla en la rufa. Por fin conseguí con el mis– mo empleado que me detuvo que en el camino le dieran a Lastenia unos cien dólares y que le avisa– ran que yo saldría en el siguiente :l:ren que pasara lo que se suponía sería corno unas seis horas des– pués. Felizmente el empleado pudo comunicarse con el tren en que iba Lastenia y decirle que se que– dara en una estación del camino en donde esperaría mi llegada. Un poco más tarde el empleado me di– jo que ho me preocupara, que mi esposa me esta– ba esperando en la estación de un pueblo cuyo nombre no recuerdo en es:l:os momentos, y en don– de me podría reunir con ella corno a las seis de la farde, lo que en efecto sucedió.

Al reunirnos de nuevo nuestra alegria fue muy

grande por lo que dispusimos no continuar el viaje sino que resolvim.os pasar la noche en esa poblaci6~

que por cierto era muy bonita.

Quiero dejar aquí constancia que además del empleado ferrocarrilero del Tirol que tuvo toda cla_ se de atenciones para conmigo, debo expresar mi

agradecimiento al desconocido norteamericano que iba con nosotros en el tren y el que con toda genti_ leza, se preocupó por mi señora y :tuvo la amabili. dad de dejarle cinco dólares cuando ella se quedó en la estación donde me había de reunir con ella. Nunca he podido devolverle su dinero porque ja– más ob:l:uve su dirección pues ni siquiera conocía su nombre.

En Viena estuvimos muy contentos porque 1119. gamos el día Jueves de Corpus y la ciudad, que es muy católica, dedica ese día para que los niños den su Primera Comunión. Por la tarde de ese día hay un gran desfile de carrozas, todas muy bien ador– nadas con abundancia de flores. De Viena parfi– mas a Praga donde estuvimos unos días y donde observé que había gran abundancia de pordioseros en la ciudad. De Praga nos dirigirnos a Berlin don_ de todavía se veían los efec:l:os de la guerra, sin em– bargo, se notaba también la fuerza de recuperación que tenía la ciudad. Después de unos cuatro o cin– co días de estar en Berlin pasarnos a HamburgQ donde encon:l:ramos a nuestro amigo don Aarón Sao loman (q. e. p. d.) y a su señora.

En Hambul'go

En Hamburgo llovía mucho en ese tiempo que era en el mes de Agosto y corno yo estaba deseoso de ir a Suecia, desde los días en que había estado en Washington donde asistí a una conferencia sobre Suecia y sus bellezas naturales. Por eso con los em– pleados del hotel en Hamburgo me informaba por el tiempo que haría en Suecia y me informaron que el tiempo sería ,lluvioso, por lo que desistí del viaje y resolví ir a Holanda y a Bélgica, de donde salí pa. ra Inglaterra.

En Inglalen'a

A nuestra llegada a Londres tuvimos alguna di– ficuliad en conseguir cómodo alojamiento en los hoteles porque todos estaban llenos de gentes. Por fin encontramos uno que nos resulió bastante bueno

y en él nos alojarnos por unos dos o tres, días, duo rante los cuales nos dedicarnos a conocer la ciudad. Me presenté en la oficina del ceremonial diplomá– tico y solicité audiencia para presentar mis creden– ciales corno Minis:l:ro Plenipotenciario, la que me fue concedida inmediatamente. En un ceremonial muy sencillo, mucho mas que el de I:talia, presenté mis credenciales ante el Rey con quien departí como si fuéramos viejos conocidos.

En Inglaterra, recibí una invi:l:ación para concu. rrir a una recepción que el Rey y la Reina de Inglate– rra darían en honor del Rey de Egipto, del Presi· dente de Liberia, del Minis:l:ro Plenipotenciario de Suecia y del Minisrro Plenipotenciario de Nicaragua, por lo que resolví regresar a Londres.

La recepción era en los jardines del Palacio de Buckhingham. Desde la puerta del Palacio has–

ta el fondo del jardín había a uno y orro lado del pasillo un cordón de seda con una cadena envuel–

ta en terciopelo rojo. El pasillo llegaba hasta una pérgola o bahareque en donde habían mesas y asien· tos. En los salones del Palacio nos reunimos los invitados de honor junto con sus esposas, y en los jardines afuera había gran canfidad de gentes, prín– cipes de la Casa Real y miembros de la nobleza. Aparecieron el Rey y la Reina y después de los saludos de rigor ellos se encaminaron hacia el jar– dín seguidos de los invitados de honor.

Llegarnos hasta el bahareque mencionado, des– pués que el Rey y la Reina pasaron saludando a uno y ofro lado del pasillo, y allí nos estuvimos con la Reina y los príncipes y princesas y los otros in– vitados con sus esposas, mientras el Rey se mante– nía como aislado. Recuerdo que la Reina de Egipfo tenía rubíes incrustados en las narices, y que el

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