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nistración de seis Departamentos para demostrarle que estos serían mejor administrados que los otros que lo' eran por Liberales, mas el Presidente se negó y sólo me ofreció el Deparlamento de Rivas, después de lo cual me despedí de él diciéndole que al si– gUiente día regresaría para resolverle en definifiva. De Casa Presidencial me fuí directamente a la de don Adolfo Díaz para informarle que no había si– do posible llegar a un acuerdo satisfactorio con don Carlos y que yo estaba dispuesto y preparado para darle el golpe esa misma noche. E inmediafamen– te lo expuse el plan que tenía formulado, el que fue aprobado por él.

El Lomazo

Al regresar a mi casa de habitación mandé a notificar a mis amigos de las Sierras para que se reunieran en un punto cercano a la Loma de Tisca– pa, al que yo llegaría a las once de la noche. Efectivamente, llegué a la hora señalada y en silencio y con caufela subimos los allí reunidos a la Loma.

Entre los que me acompañaban iba el General Alfonso Estrada, quien me aconsejó que me regresa– ra para 1'10 tener dificullades después con el Depar– tamento de Estado. A la Loma subimos como 200 personas de diferentes pueblos. .

Ocupamos la Loma sin incidente alguno y en la madrugada, a eso de las cuatro de la mañana, lla– mé por teléfono a Casa Presidencial.

Cuando don Carlos llegó al teléfono y preguntó quien le llamaba, yo le dí mi nombre y logré sentir su gran sorpresa y sobresallo al oírlo, y cómo, muy extrañado, me preguntó de dónde lo llamaba. Yo le coIÍfesté con mucha calma que lo lamaba de la Loma. "Y que está haciendo allí?, me preguntó. Yo le contesté que había llegado a hacerme cargo de ese establecimiento militar porque él había rehu– sado el arreglo que le había propuesto. Le reco– mendé, además, de que no hiciera ningún movi– miento milifar en mi contra, porque si yo me daba cuenla de que se estaba organizando algo para re– cuperar la Loma abriría los fuegos desde allí. Le pedí, también, que diera sus órdenes al Jefe del Cam– po de Marle para que me entregara pacíficamente esa posición militar.

Después de esta conversación esperé que acla– rara bien el día para comunicarme con el Campo de Marle y advertir a su Jefe que no debería permifir la entrada de gente al Campo y que si yo veía que estaba entrando esa gente abriría fuego sobre esa posición y que era mejor que se pusiera a mis órde– nes para evitar el derramamiento de sangre.

Entrega del Campo de Maria

El Coronel Francisco Solórzano Murillo, Jefe Mi– litar del Campo de Marle, comprendiendo que su si– tuación estaba perdida, muy comprensivamente se puso a mi disposición y por ese lado no tuvimos di– ficullad alguna y nuestras relaciones fueron muy cordiales.

Después de la ocupación de la Loma, pasé una circular a todos los Comandantes de Armas de los Deparlamentos dándoles cuenta de la sifuación y de que de ahora en adelante deberían atender sola– mente las órdenes que emanaran de mi auforidad. En general, todos contestaron de conformidad, a excepción del Comandante de Armas de Bluefields, don Eliodoro Rivas Solórzano.

Durante ese día -25 de Octubre de 1925 sólo una vez hice disparar Una ráfaga de ametralladora hacia el lado de Casa Presidencial con el objeto de intimidar a un grupo de hombres que se estaba orga– nizando en el Parque. Después de eso, todo quedó tranquilo y en ninguna parle hubo novedad alguna.

Visitas a don Carlos

Al siguiente día, muy temprano, fuí a visitar a don Carlos y estuve conversando con él sobre las realidades de la sifuación. Durante la conversa– ción se me quejó de haber sido amenazado por unos jóvenes Amles, pero más tarde, al investigar yo con

esos jóvenes sobre el particular quedé completamen– te convencido de que no había habido tal amenaza y que los dichos jóvenes no habían actuado de ma– nera hostil hacia el Presidente.

Después de la visifa a don Carlos, la que no tu–

vo en realidad trascendencia alguna, pasé a visifar, por primera vez, al Ministro Americano Mr. Eber– hardt, quien me recibió muy cortésmente. Después de una ligera conversación preliminar, me preguntó qué pensaba hacer con don Carlos. A esta pregunta respondí que mis planes eran solamente eliminar al elemento liberal del Gobierno y dejar que el Sr. Solórzano terminara su período presidencial. El Mi– nistro me manifestó, entonces, que don Carlos era un hombre muy difícil de comprender y muy va– riable que por la mañana pensaba una cosa, al me– diodía otra y por la noche otra.

Este juicio del Ministro me hizo creer que él ve– ría con agrado la remoción de don Carlos, por lo que le hice saber que nosotros podíamos exigirle la renuncia a la Presidencia y de que ese cambio po– díamos realizarlo sin trastornos algunos en el país. La reacción del Ministro ante esta declaración mía fue la de pregufarme que con quién repondríamos a don Carlos y yo le contesté que con don Adolfo Díaz, que era Senador de la República. A lo que el Minis– tro me preguntó: "Quiere que lo consulte con el De– partamento de Estado? Yo le contesté que sí.

Tres días después de esta conversación recibí una llamada telefónica de la Legación Americana para avisarme que el Ministro deseaba verme y.sin pérdida de tiempo me dirigí a la Legación. El Mi– nistro me recibió inmediatamente y me enseñó un cable del Departamento de Estado aceptando a don Adolfo Díaz como sucesor de don Carlos.

Como es norma del Parlido Conservador seguir el camino de la legalidad informé al Ministro que podíamos reunir al Congreso en sesiones extraordina– rias para que conociera de la renuncia del Presiden– te Solórzano y que, conforme a la Consillución, es– cogiera para reponerle a uno de los miembros del Senado. Al Ministro le pareció muy buena la idea y convenimos en que yo regresaría dentro de po– cos días para avisarle la fecha de la convocatoria del Congreso para llevar adelante el plan expuesto, y efectivamente, algunos días después regresé y le informé que la fecha señalada era el 15 de noviem– bre.

Al llegar ese día a la Legación Americana obser– vé que don Carlos Solórzano salía de ella y aunque, naturalmente no sabía que asuntos habían tratado, me dí cuenta que el Ministro se mostraba muy com– placiente con él y quizás por ese cambio de actitud fue que no quiso aceptar mi idea de fijar el 15 de Noviembre para la convocatoria del Congreso a se– siones extraordinarias y que me propusiera dejar ese asunto para ser resuello en las sesiones ordina– rias de Diciembre.

Como yo no quería violentar al Sr. Solórzano, a quien veía casi todos los días y por quien, en ese trato constante, nació en mí alguna simpatía para él acepté la propuesta del Ministro Eberhardt.

Arreglo con don Carlos

Cuando estuve discutiendo con don Carlos So– lórzano sobre la renuncia de la Presidencia que de– bía presentar ante el Congreso, me habló de su anuencia a retirarse previa condición de que se le pagaran sus gastos de propaganda electoral. Yo con– sideré justa su pretensión y ofrecí darle mi coopera– ción para ver de conseguir se le pagaran gastos elec– torales que, según me dijo, estilnaba en cincuenta mil córdobas. Le dije de la posibilidad de sacar esa Suma de la partida creada por el 5% que para propaganda se le deduce del sueldo a los emplea– dos públicos. Le prometí, además, hablar con el Gerente del Banco Nacional de Nicaragua, para ver si el Banco adelaniaba esa suma para ser reembol· sada con el impuesto mencionado.

De conformidad con mI ofrecimiento hablé con el Gerente del Banco Mr. Rosenthal el que no puso objeción alguna, lo cu¡¡¡.l comuniqué al Presidente

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