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restaurants de París y Londres; en es:l:e último lugar casó con londinense, y la pareja se vino á An'lérica en busca de una .forluna que ya enconlraron en Nicara– gua. Ella entiéndese con cocina y arre– glo de cuartos; él con restaurant, canti– na, servidores y público, y ambos van viento en popa, á cada año mejor que los an1eriores á cada lustro rece±ándose unas vacaciones en Europa. Amén del hotel, son dueños de una quinta, y de una finca, y de terrenos de cultivo; pero la 1uás bella de sus propiedades, la que me cautiva y reliene horas y horas sin salir del hoiel, eS su hijita, un ángel ru– bio de seis á siete años, á punio de par– firse para un colegio de Inglaterra, y con la que en poquí~i~o tie.mpo. ~e alcanzc;" do intimidad pos1±rlTé!.. Los n1nos son aS1, necesitan de muy poco tiempo para cer– ciorarse de que un extraño los ama de verdad.

A la hora del al.muerzo, Se llegó á

mí un señor obeso y anciano, muy afa– ble, muy risueño y de fácil decir:

-Soy el Ministro de Helacion~s Ex–

teriores, vecino de usied, pues habllo en esie lnismo hotel; m.i casa se halla en la ciudad de León... ¿Cómo se encuentra usted'? .. eslábam.os esperándolo con an– sia .. , aquí se quiere rnucho á México ...

y á sus hornbres. . .

Con el señor Ministro me encan1.iné al Palacio para celebrar mi prirnera en– trevista cOli' el General D. José Santos Ze– laya, Presidente de esta feraz Nicaragua.

El aspecto del tal Palacio, por fuera y por dentro es, al igual de todo lo de aquí, raro y fantástico.

Hiciéronme esperar en el Ministerio de Relaclones n1Íen±ras el Sr. *** iba á anunciarme al General Zelaya. A poco, tornó diciéndome que el Presidente me aguardaba.

Volvim.os Él bajar, doblarnos á la de– recha; m.uchos soldados descalzos y so– bre las aunas, en iodos los ángulos, en todos los pasillos, m1. todos los rincones, ni más ni menos que en Gua±emala, has– la con el mismo unifonne: pie en el sue– lo y poco aseo en el individuo, que va cubierio con pergeño paupérrimo de mania estarnpada. Al ex±:r:emo de un co– rredor del piso bajo, gran biombo de pa– pel, y á a la derecha, en el vasto patio, pulular de tropa y una pieza de arfille– ría moderna abocada á la enirada del Palacio.

Tal deialle sí que me alarmó. ¿Si esiallara en la ciudad el rnás pequeño é insignificante albor010, dispararían estos angelitos sin aira averiguación? ...

Unos oficiales bien uniformados (continúa también en esio la semejanza con Gua±emala), interrumpieron una par– ±ida de ajedrez, se cuadraron polílica-

mente y después de anunciarnos, nos in– trodujeron en el sancía sanC±orum.

Hizo el señor * ** las presentaciones de estilo y yo tomé asiento á la derecha del Presiden1e.

Amplia la estancia, ventilada y abun– dante de luz. En su testero principal, gran mesa colmada de libros, papeles, etc. Dando frente á la entrada, el Gene– ral Zelaya, y dando el frente á Zelaya, su secretario particular, quien en cuanto me hube instalado, previa reverencia muda se ausentó acompañado del se– ñor ***

Jl@sé Sanll@s Z.~laV3

Ins±an±es de observación mutua. Es José Sanios Zelaya hombre cor– pt.uento y de varonil aspecio; bien despa– chado de mostacho, blanca la tez, claros los ojos, el bigote tirando á rubio, lo mis– rno ,que el cabello, que comienza á esca– sear. Revela su edad, cuarenta y cuatro

á cuarenta y seis años, y si no fuera por lo vasto de sus n'lanOS y lo excesiyamen– te dura que resulta su mirada en ocasio– nes, predispondría del todo en su favor desde el pri:rner momento. Al hablar es frío y alardea de hablar muy despacio, corno si n1.ucho madurara lo que había de decir.

Al sentarme noté, colgado á la iz–

quierda de su mesa, dentro de lujoso marco, un retrato, no de lo peor, del Ge– neral D. Porfirio Díaz. (Con posterioridad n'le infonnaron de que Zelaya es no sólo entusiasta admirador del General Díaz, sino que asimisl11.o Se llama imitador su– yo) .

RompÍluos los fuegos de nuestras a1nÍs±ades con una escaramuza bastante viva, en razón á que él insistía en impu– tarrne padicular interés por defender la causa de ColonLbia, con la que Nicaragua se halla en los peores términos. Rectifi– cados los conceptos, entrarnos en una cor– dialidad 1uás que aparente y la breve conferencia discurrió tranquila hasta ~l

mo:rrten±o en que nos separarnos cual dos viejos a..."'11igos.

Regresé sólo al Minis±erio de Rela– ciones Ex1eriores y mi D. *** -de quien ya sé, y su aspedo me lo ha confinnado, que es varón de larguísimo pesquis,– lTIe brindó con una botella de champaña y con el siguiente discursillo:

-"Mi querido amigo: quiero que junios nos bebarnos esta botella y que charlando arreglemos lo que tengamos por arreglar (aquí se rió). Yo no soy di– plomático, ni casi abogado; soy agricul– for; un bienintencionado que llama pan al pan (nueva risa), y que cree que nues– iras diferencias centroamericanas, nues– tros grandes asuntos (fingida ironía), así han de ser fra±ados: conversadi:l:os, sin

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