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de que por la noches poco duermo pen– sando en alacranes y dem.ás bichos ino– fensivos, doy en la prácfica. de dormir siestas interminables.

Por más que hago, no el1cuenfro res– puesra á la siguiente pregunta que me obsesiona:

-Dado este clima, dada.s las casas con sus techos de paja, los hombres de pensamiento, que no escasean en Nica– ragua, ¿cómo harán para trabajar? -Rubén Darío, hijo de estas comar– cas, ¿cómo inauguraría aquí sus iniciales primores literarios? ..

Arcano impenetrable.

s DE FEBRERO

Ya no puedo dudar. Gracias á una doblez manifiesta que hoy compruebo patentemente por un telegrama que se me mostró, mi misión ha hecho fiasco y México puede-y sobre todo, debe, en mi concepto,-renunciar á la pacificación de estos pueblos hermanos, que se aman entre con el mismo intenso afedo que Caín nutría por Abel.

Lo malo es que no pueda marchar– rrte enseguida, pues no sería urbano el que dejara de aceptar, y agradecer cual de veras agradezco, los festejos que este Gobierno prepara en obsequio mío.

Después de la comida de esta noche, en que tuvimos como invitado á Mc Gill, resolvimos dar un paseo á orillas del la– go y sentarnos á disfrutar inocentemen– te de-la luna -que está en creciente– al borde del muelle de rrtadera.

Y nos lanzarnos Me. Gill, Meneses y yo por las calles sorrtbrías; cruzamos el Parque; cos±earrtos el cuartel de Artille– ría, bordeamos el paradero del camino de hierro hasta no dar con las orillas del lago, iodo escamado de plata, grande, tranquilo, ideal. ..

Presas de honda admiración, á cada paso de±eníamosnos, y con el aspedo más pacífico del mundo, transpusimos el lar– go muelle á cuyo extremo veíase atraca– do uno de los vaporcitos que hacen la ca– rrera entre Managua y Momotombo. Char– lábamos y reíamos quitados de la pena, nuestro avance era lento, al compás de la charla y de la risa... A medio muelle hállase una verja, mas como la encontrá– ramos abierta,sin el menor escrúpulo la franqueamos. Allí tuvimos que hablar á gritos, porque el \Tiento ensordecedor que se levanta del lago noche á noche y que apenas riza su argentina superficie, se llevaba nuestras palabras cuando salían apenas de los labios...

Intempestivamente escucharnos un desremplado y amenazador: "aquién vi'– ve?" que nos paralizó y detuvo, porque nos llegó acompañado del ruido caraC±e– rístico que hace un rifle cuando 10 mon-

notas ni tiquis miquis impropios de pue– blos jóvenes y re'public~nos (.~?) que, ~o­

mo Nicaragua, solo anSIan que los deJen trabajar en pa.z. .. Con que, á la salud de usted!. . . por México! Y demos princi– pio á nuestras negociaciones (risa final más franca y de duración mayor)" ...

¿No es cierto que lo anterior parece copiado de alguna d~ las mejores pági– nas del maestro Galdos? ..

Después de comer-¿á dónde ir en esta ciudad fu±ura?-nos instalarnos Me– neses y yo en un banco del jardín exte– rior del hotel, taciturnos y de pocas pa– labras.

Por suerte, nos cayó el joven chile-no D. Samuel Mc Gill, oficial en las reser– vas de su país y empleado aquí como instruc10r del ejército nicaragüense, que me fuá presentado la mañana de hoy. Es muchacho educado y de maneras, con quien puede conversarse, siempre que pase uno por alío su ingrata manía-la de que los chilenos adolecen,-de colocar

á iodo propósito y á todo momento á

Chile en los mismísimos cuernos de la lu– na.

Noche inocente, charla casi infantil; proyectos del joven oficial, narraciones recíprocas de cómo es Chile y cómo es México, conversación desmayada, que prolongamos, sin embargo, para retardar el momento de ir á encerrarnos en los cuarios.

4 DE FEBRERO

En vista de mis murrias diurnas y

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:J DE FEBRERO

Por cierias circunstancias que total– mente pertenecen á la parte oficial de mi viaj.e y que no me es dable, en con– secuencia, esta:rnpar en estas páginas ín– timas y más ó menos literarias, sospé– chome que fracasaré en mi misión paci– ficairiz.

Mientras más días gasto en Nicara– gua, luás ganas dánme de salir de ella, á pesar de que abunda en riquezas y en– cantos naturales de todo género; á pesar de que aquí no existe, ni epidémicamen– te, el tremendo azote de la fiebre ama– rilla. .. no sé qué será, pero, á mí á lo menos, me despierla ideas extravagan– tes; hay momentos en que hasta creo no hallarme en América, sino en Africa; el sol, el suelo, la fauna, la flora, la e±no– grafía, los usos, las costumbres, todo me hace pensar más bien en regiones remo– tísimas que recorriera yo á modo de un Livingstone ó de un S±anley, y no en be– neficio de ciencia alguna, sino ad majo– rem pax centro-americana gloriam.

I Quiera mi Gobierno tomármelo en cuenta!

Que, regularmente, no querrá.

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