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« Previous Page Table of Contents Next Page »-.1 Al Cabildo! I Al Cabildo! ...
Al Cabildo-distante algunas cuadras que á mí figuráronseme interminables,– enderezamos n ues±ros pasos en lenta y ruidosa procesión, sobre arenal candente, bajo los rayos de un sol capaz de derretir iodos los hielos del Arfico y del Anfárti– co.
El Cabildo, más enflorado aún que las calles, con sombra bienhechora, que casi podía paladearse; sin metáfora, era una sombra que sabía á recompensa y premio.
El Cabildo, no de 10 mejor, que como edificio apenas si lo es, y corno mobilia– rio, pues, no tenía mobiliario.
Discursos en toda forma y galaniísi– mos hacia México y su Gobierno.
Entre dos arengas, quise ilustrar mi ignorancia y que me dijeran por qué Chi– nandega es histórica.
-Porque aquí se firmó uno de tantos pactos de concordia centroamericana, ro– fo al poco tiempo; y aquí celebró sus se– siones un congreso importante.
Al cabo de prolongada estancia y con mayor número de personas dentro del tren-la banda inclusive-continuarnos viaje hasta León, donde nos esperaba el almuerzo.
León
León, la metrópolis nicaragüense. También en procesión, pero esta vez por calles de veras y dentro de una ciu– dad en forma, caminamos bastante. Mos– tráronme los principales edificios, desco– llando la Iglesia Catedral. Narráronme la vieja historia de odio que de tiempo in– memorial conviriió en rivales á León y
Granada, porque mnbas dispu±ábanse la preferencia de ser la capital de la Repú– blica. De esa disputa nació Managua, ca– pital actual, que, anúncianrne, apenas si puede denominarse ciudad, pues lleva muy pocos años de inaugurada y aunque se halla en plena formación, ella es más lenta de lo que quisieran los buenos de– seos de sus hijos.
Después de copioso almuerzo, que nos cayó, dígolo por mí, corno maná pre– ciadísimo, embarqué de nuevo con mi gran co:mi±iva, que tenía resuelto acompa– ñarme hasta las orillas del lago.
De improviso, el lago de Managua, con el Momotombo enhiesio y humeante en su centro. El Momotombo es un vol– cán que Víctor Rugo hizo célebre citán.– dolo en sus 'Cuatro Vientos del Espíritu" ¡
mis acompañantes apresuráronse á men– cionar:me el hecho.
-[Ahí tiene usied á nuestro Momo– tombo, el cantado por Víctor Hugo! ...
[Qué bellos son, en efecto, el volcán
y el lago, así no los hubiese cantado Víe-
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tor Rugo ni nadie! Son por sí mismos un canto.
Mien±ras más avanzábamos, m.ás des– nudábase el lago y más me enamoraba. Para no perder delalle, no m.e apar±é del ventanillo y más me recreé á cada paso, á cada línea. Esa contemplación me in– demnizó de n1.01es±ias y calores, y cual siempre acontéceme con espectáculos de esa talla, mi admiración, para no m.enos– cabarse, cerró mis labios.
Hasta el vaporcito no me dejaron mis acompañantes de la larga cam.ina±a; á bordo, descorchamos junios las primeras cervezas heladas.
El vapor tocó su cam.pana, mis acom– pañan±es despidiéronse, luego se agrupa– ron en el muelle, descubiertos, agitando sus pañuelos afeciuosamen±e. Yo en la borda, asistido de Meneses, hice otro ±an– to, y el vaporciio, después de desamarra– do, viró iodo tembloroso, cual si el volcán lo asustara, se salpicó de espuma, y á lo úl±imo, jadeante y trémulo, echó á cami– nar, con sus émbolos funcionando de pri– sa, corno personas ocupadas que no quie– ren desperdiciar las horas.
Mansamen±e, nos separamos del mue– lle cuando principiaba á atardecer.
Meneses y yo, hablándonos apenas, realizamos la poética travesía sentados la– do á lado en sendos bancos de lona, y de cara al volcán, cuya mole enorme des±a– cábase y se divisaba desde cualquier pun– ±o de la embarcación.
Sin embargo, al doblar un cabo y des– cubrirse Managua, materialmente recos±a– da sobre las ondas, el Mornotombo dismi– nuyó, hasta que en una curva que pasó inadveriida-así era de suav·e,-perdí de visia al monstruo, que se hundió mágica– mente, corno si se suicidara en el lago.
Ya era noche cerrada; el vaporcito multiplicaba jadeos y íemblores, y comen– zó á sal±ar a~ punto de derribar mareados
á casi todos lbs pasajeros.
Allá, en la cinta enana, semicircular y negra de la costa, principiaban á brillar luces aisladas, que se apagaban y encen– dían ni más ni menos que luciérnagas en los bosques.
Y del fondo del lago, de las muchas montañas que lo circundan, ó Dios sepa de dónde, soplaba un viento huracanado.
Aminoró el vapor sus aItdares y la tripulación dió comienzo á las maniobras que preceden á los anclajes; voces de man– do, arriar de banderas, gruñir de cade– nas ...
La costa se precisó I no era una línea fantástica y lejana ahora adivinábanse ár– boles y edificios; las luces, fijas ya, diría– se que avanzaban rodeadas de prole nu– merosa que se desparramaba por calles, encrucijadas y vericuetos, manteniendo
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