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« Previous Page Table of Contents Next Page »mujer blanca y harmónica admiran una de las más grandes bellezas que es da– ble adnúrar. También sonreían al tren; ellas parieron á los construciores; ellas viven con los hombres fuerles que las fe– cundan y que las harán parir por los si– glos de los siglos más hombres fuedes, más trabajadores resisientes que hayan de seguir construyendo ferrocarriles, sin curarse de clima, de latitudes, de fiera
y de alimañas.
Allí estaba la obra de ellas: los raci– mos de negros pequeños que reían casi estúpidamente de tanto abrir sus boca– zas, que nos saludaban con sombreros ro– tos y guturales gruñidos ingleses, que se encaramaban en las cercas y trepaban en las plataformas inmobles, con agili– dad de sinúos incontables y vivaces...
y el cuadro fué de mayor á m.enor: azul, el cielo; verde, el campo; de oro, los platanares; la región, inundada de éba– no purificado por lo blanco de tantos ojos que nos fiÚraban, por lo blanco de las dentaduras de tantas getas que se reían...
De pensar que la invasión negra es un serio peligro, apenas si me fijé en el camino, que es bello, sí, pero sin nada extraordmario en el panorama ni en la construcción.
¿Qué camino de hierro no es más ó menos bello en nuestra montuosa Amé– rica?
Puedo Limón
Arribo á Puerlo Limón, al atardecer. ¡Qué cierlo es el axioma de que "iodo es la mitad de su duplo!" En la pequeñez é insignificancia de casi iodos los puer– iecillos centroamericanos, Puerto Limón viene á ser un Liverpool formidable; hay en sus muelles dos ó tres vapores de la Uniíed Fruit Co., de Nueva Orleans, que cargan ó descargan bananos; hay un buen hotel, un bello parque minúsculo, un grato paseo en la playa y animado comercio.
Persisten el diluvio de negros y las habitaciones de madera.
Revestidas del grotesco estiranúento propio de los habitantes de poblaciones codas, nos recibieron las autoridades lo– cales dándonos habitaciones no malas y muy bien de comer. Anunciáronnos para mañana en la noche un baile en el salón del núsmo hotel.
Salimos á hacer la digestión en las calles de esta Liverpool centroamericana, que por el calor toinaríasela más bien por la prolongación del Congo. Se res– pira fuego.
No carece de animación la localidad, míranse varios cafés convenables, sus camareros limpios; en uno de esos cafés apuramos hasta media docena de refres– cos cuajados de hielo.
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Provistos de abanicos que compra– mos al pasar por una tienda china, co– ronarnos la noche yendo á asomarnos á un baile público, cuyos concurrentes con– templaban estupefactos tamaña colección de núnistros nacionales y extranjeros.
2!i DE ENERO
La mañana en los muelles, amena– zados de un magnífico almuerzo, que de– vorarnos al mediodía en punto.
Sólo una nota cruel: muchos brindis. Poco antes de la puesta del sol, en escuadrilla de botes, iuvimos un paseo muy agradable por el mar. Llegarnos has– ta un islote froniero al puedo. -¿Isla qué ... ?
Hay en ella pocas habitaciones y mu– chos cocos.
Después de la comida, al baile, muy concurrido por los de Puerto Limón, y por golpe de colombianos-célibes y casados, -que han emigado á Costa Rica huyen– do de las dulzuras del gobierno católico de su país. La reina del baile es una bo– goiana bellísima.
Yo bailé tres piezas y subí á mudar– me cuatro camisas; aquello no era baile, era una licuefacción. A punto de escu– rrirme hasta nú cuado y dornúr antes que continuar en la ardorosa fiesta, hube de detenerme sin embargo para cumplir la promesa que tenía yo hecha al transfor– mista de la Presa.
Desde nuestra llegada á San José su– pimos que había una compañía de verso, y á ella asociado, el joven de la Presa. Este muchacho, quiso la casualidad que habitara en el hotel que me cobijaba, pared de por medio con el salonciío pri– vado donde yo recibía, y por la vecin– dad, enteréme de dos cosas: de que vivía con su padre-señor maduro, de luenga barba y musulmana aciitud,-y de que se gastaba una querida, no fea, con quien regañaba veintiséis horas de las veinti– cuatro del día. Entre disgusto y alterca– do, él estudiaba su violín, sin desagradar á los que le quedábamos inmediatos; ha– cíalo con maestría y con internútencias, pues á la mejor, estallaba una riña, en– mudecía el instrumento y escuchábase la voz del padre del artista-única ocasión en que yo la oía,-intentando el aveni– núento, alcanzado casi siempre.
Hasta que por conducto de Meneses no me significó Presa que le urgía ha– blarme á solas, no habíamos pasado de una inclinación de cabeza al tropezar por escaleras y pasillos.
y me habló. Déche tremebunda; ex– plotado por la compañía de verso, que tampoco descansa en lecho más mullido; extrema urgencia de abandonar Costa Ri– ca é ir á probar forfuna en mejores paí-
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