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cuando lo saqué de su error y le demos– tré que lo que me habían servido era música de los Estados Unidos, su furor no reconoció lÍYni±es, ordenó que el di– reC±or de la banda me lo encerraran en un calabozo.

El pobre diablo, que lucía aspecto de buen filarmónico, se nos presentó todo confuso, con este argumento con– cluyen±e:

-"Cuando lne hice cargo de la di– rección de la banda, me entregaron por inventario los himnos americanos rolu– lados unos por uno, y juro á usiedes que hasta el día de hoy los músicos y yo he– m.os tenido por único y genuino himno mexicano el que acabamos de ±ocar.....

El argumento poderoso, todavía au– menló la iracundia del buen Facio, que no se apeaba de su macho.

-A este rne lo deben encerrar. Por supuesto que la orden no se llevó a eÍeC±o y mi querido director lleno de com.punción y de propósitos de en– mienda, se retiró dándose por compur– gado con el sofoco.

24 DE !!JNlf::itiO

En tren especial, con música y buffet á bordo, diversos miembros del Gobier– no costarricense, varios particular·es de distinción y nosotros, par±imos la rnaña– na de hoy rumbo al Puerto Limón, si– ±uado sobre el lTLar Caribe ó de las An– tillas.

Doce horas inieresan±es de continuo calninar dentro de esta zona tórrida, lu– j urian±e y enfermiza. En las oercanías del puedo, sobre todo, era tal la can:!.i– dad de bananeros, que el arOlua del plá– tano embalsamaba los aires, y las hojas de esos árboles, cayendo y rnezclándose hasla lo inverosímil, llegaron á engen– drarme la idea de que me hallaba pri– sionero en el bosque inmenso, y que ni el tren mismo, á pesar de su furioso em– puje, era bastante á abrir brecha en la oliente rrturalla de oro.

¡Bravo por el excelso Artista!

Duran±e el largo camino, observé alarmante abundancia de negros pulu– lando á entrambos lados de la vía, en las estaciones, los campos ,los caseríos cercanos y disiantes, que regocijaban mi vista por estar fornlados estos úl±imos de caraC±erís±icas y rientes habitaciones de madera: su fondo rojo ó café; las per– sianas claras: los techos, de pizarra y en declive, con chim.eneas empenachadas de humo plomizo y ágil; los velvederes y verandahs albeando de limpios, colga– dos de hamacas, m.anchados de mecedo– ras con rnoñas ó lazos en sus respaldos; las casas de madera que los ingleses y americanos de los Estados Unidos siem– bran y avientan por dondequiera que

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moran y por dondequiera que ambu–

lan, vale decir, por el mundo entero.

Porque iodos esos negros eran ingle– ses, de Jamaica, y americanos, del Sur de los Es±ados Unidos, de la Louisiana, de la Florida y del Old Ken±ucky. Y allí esta– ban, lrabajando, viviendo con sus muje– res, con sus chiquillos con sus banjos en– tre cuyas cuerdas dor:rnita el home que ellos saben evocar en su canto monorrít– mico y tristísimo, aunque ningún hogar posean en la Herra nativa; allí estaban su whiskey, su pipa y sus músculos fé– rreos de raza fuerte que no ha de ex±in– guirse nunca, que sobrevivirá quizá más que las airas, para sojuzgar y absorber– las; allí estaban inundando de ébano las privilegiadas y admirables sabanas ±ro– picales, empapadas de sol, desde el Prin– cipio.

Bien que los ví: en la labor, el hom– bre, descubierto su busto de bronce oxi– dado, que el sudor estriaba barnizándo– lo corno con pátina especial, y de lejos á lo rnenos, sin afearlo ni volverlo asque– roso.

Veía yo al hombre en la labor ó me– ciéndose en la hamaca ó leyendo y dor– mi±ando en las pajizas rockingchairs que se movían lenta y perezosamente para compensar de las recientes fatigas al rayo de esle sol inhumano de puro humani– tario.

A la mujer, veíasela doblada sobre las hodalizas, en los liliputienses sem– brados que, sin acusar las amputaciones, deslindaban á las rientes casas de made– ra, humeanies y fingiendo apartados cen– tinelas que iodo lo desafiaran, sin cesar en su vigalincia de cuidar lo que les per– tenece.

Los mocosos, desnudos y sin embar– go castos por ser negros (diríase que aun necesitarían pelarse la piel para quedar indecen±es), divagaban á m.odo de ±ier– nos gorilas, entre juegos y grifos.

y cuando pasó el tren, altivo y sono– ro, los hombres divisábanlo con afeC±uo– sa confianza; ellos herraron la vía y ar– Inaron los puenles y lucharon con el cli– ma, con. el idioma, con las fieras, con las alimañas venenosas; sonreíanle desde su asiento y desde su hamaca; desde los sur– cos, finnemen±e enclavados en la tierra en que han ido quedando y mul±iplicán– dose...

Las mujeres, pesadamente, se ende– rezaban en iodo su volunlen de hembras fecundas, de buenos y mansos animales primitivos; las manos, descansando en sus extensas ancas de paridoras incansables; oscilantes bajos sus corpiños, las disfor– mes ubres hechas para amamantar glo±o– nas bocas de muchachos toscos y sanos, y no para alegrar vistas ni tactos de amantes exquisitos que en el seno de la

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