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« Previous Page Table of Contents Next Page »rada, impresionáronme al punio que me conmovió la de esta noche, la que el pue– blo en masa de la capifal (más de cinco mil personas), llevó á cabo en plena ca– lle, frente á mis habitaciones del hoiel del "Nuevo Mundo".
Ha habido de todo: coheies de luz, ser,enaia, discursos entusiásticos, y en el centro de la muchedumbre aglomerada, el retrato del General Díaz en hombros de un grupo de salvadoreños, alumbra– do por candelabros con bujías de cera y sirviendo de lazo de unión á las bande– ras de los dos países.
Cuando, después de los discursos de ellos, me exigieron que hablara, no supe lo que contesté; sólo sé que duran.l:e unos veinte minutos dí suelta á mi agradeci– miento y les hablé más con el corazón que con palabras.
El pueblo, igual en esto á todos los pueblos, se conmovió; los próximos á mí me aplaudieron porque me oían y los de– más porque oían aplaudir; el pueblo, digo, exigió mi salida, y yo salí para caer en brazos desconocidos que me inspira– ban confianza absoluta, que me estrecha– ban, que me estrujaban, que tiraban de mí, y que por último colocáronme ,en el mismísimo centro de la impenirable masa humana, con la que emprendí, en vilo ó
poco menos, triunfal paseo por las prin– cipales calles de San Salvador. Ins±antes de delirio inolvidable: el espíritu de un pueblo exteriorizando su gratitud por afro, bajo la bóveda esirellada de un cielo tropical.
En el parque de Morazán, donde nos deSbordamos, el entusiasmo rayó en 10–
cur9" ~ro lQc\lra benigna, la que afaca á las muHi±udes cuando no están anima– das de una mala pasión. Desde las gra– das del pedestal que corona la figura en bronce del prócer que da nombre, á la plaza, arengué de nuevo á este amigo múlfiple y formidable, en cuyas entrañas había peregrinado por la ciudad; confes– táronme ministros del gabiente, indivi– duos particulares, obreros inteligentes; las notas de nuestros respectivos himnos, por la millonésima vez, subieron hasta los astros en portentosa ascensión de símbolo, y el retrato del Presidente de México, siempre en hombros y siempre alumbrado por las bujías de cera, veíase á 10 lejos, por sobre el encrespado mar
de cabezas, que' se inclinaba, Cual si has– ta el cromo sintiérase entusiasmado y
rindiera gracias mudas á la imponente y
solemne manifestación popular.
29 DE DICIEMBRE
Santa Ana
En camino de hierro hasta Santa Ana, capital del Departamento del mis– mo nombre, al Occidente de la Repúbli– ca y á la falda de uno de sus volcanes en acfividad.
Parnosa por la exagerada valentía de sus hijos y por encontrarse muy próxima á la histórica Chalchuapa, que á su vez hállase á unos cuantos pasos de la frontera con Gua±emala. Chalchuapa es histórica, porque allí encontró la muer– te el dictador guatemalteco J. Rufino Ba– rrios,el año de 85.
En Santa Ana, a1J.nque con menores proporciones que en San Salvador, fuí fes– ±ejadísimo.
Sólo permanecí dos días.
31 DE DICIEMBRE
En el puevo club de San Salvador, en el baile con que despiden al año que se consume.
No obstante - que señoras y caballe– ros logran con su extremada cortesía hacerme pasar muy agradable velada, cuando' á las doce de la noche, reunidos en el buffe±, se apuró la tradicional copa de champaña, simbolo de deseos que se formulan en frases cortas por nuestras dichas recíprocas, al mirar cómo los no– vios se buscaban y los matrimonios es– trechábanse las manos, y se abrazaban los amigos, nube de tristeza invadió mi espíritu; me reconocí viajero y solitario, me hacían falta los adorados huéspedes de mi alma, que á esta hora, ella esta– ría pensando en el ausente, y él, confia– do ha de dormir en su cuna sin saber iodavía ni por qué ha nacido ni por qué vive...
y abandoné el baile, sin abrigo nin– guno porque el cálido clima no lo con– siente, pero bien envuelto en melancolía dulcísima que me adormeció y arrulló en mi vulgar cuarto de hotel, hasta el que penetraba, por la ventana abierta y poe– tizada con tiestos de geranios y violetas, un desmayado rayo de luna.
1900
1 9 DE ENERO
(San Salvador). En una quinta de Santa Tecla, propiedad del adinerado y
hospitalario súbdito británico, Mauricio
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Duke, que ha ofrecido almuerzo patriar– cal para reunir á sus hijos y á sus nietos. Los extraños somos pocos, de ellos el Ge– neral Regalado y yo.
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