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« Previous Page Table of Contents Next Page »El buen funcionamiento de las complejas insti– tuciones gubernamentales exige, pues, seleccionar una élite especialmente dotada para el quehacer político. ¿Cuál debe ser el proceso de esta selección? Las de– mocracias representativas necesitan dos clases de élite: una élite de funcionarios que asuma el poder mino– ritario e impulse el desenvolvimiento de las institucio– nes gubernamentales; y otra élite de hombres políticos que, representando el poder mayoritario, colabore con dichas instituciones. "Esta doble élite de funcionarios y de hombres políticos -afirma Hauriou- debe ex–
traerse del conjunto de la Nación por procedimientos de selección que consistirán en el nombramiento je– rárquico, después de un exámen o concurso, por lo que respecta a los funcionarios, y en la elección popular, por (o que respecta a los hombres políticos". (9).
La élite y el quehacer político
Dijimos atrás que la Política, en su más noble acepción, debía ser considerada como un deber, como una misión; y que esa misión gravitaba sobre el ele– mento humano mejor dotado por sus virtudes y por su talento, es decir, sobre la élite. Adentrándonos aho– ra en el terreno de la práctica, cabría preguntarse de qué modo realiza la élite ese ingente quehacer políti– co.
Si la primordial finalidad de una Política auténti– ca es la instauración de un orden social, que a su vez debe estar engarzado y apoyado en el orden moral, es evidente que la primera tarea de la élite política es la intuición certera de ese orden moral, para proyectar– lo después sobre una situación histórica dada. No se trata de forjar un esquema de fórmulas para la racio– nalización de la sociedad, tarea de utopistas y de ideó– logos románticos, La élite política, para merecer ver– daderamente ese nombre, no solamente debe intuir el orden moral, sino trasladarlo al orden social, a la vida misma. Es decir, debe transformar las intuiciones en nuevos usos, por medio de una Política viva y activa.
En un régimen de libertad política, las mayorías participan en el poder de dos maneras: a) por medio del poder mayoritario, cuyas funciones de control y vi– gilancia ya hemos analizado; b) por la acción de la opinión pública. El mando no significa otra cosa que el predominio de una opinión, de un espíritu, y es, en consecuencia, un poder eminentemente espiritual. A esa ley de la opinión pública la considera Ortega y
Gasset como la gravitación universal de la historia po– lítica.
La opinión pública, sin embargo, aun siendo un instrumento mayoritario, no tiene su génesis en la co– munidad indiferenciado. La opinión pública es crea– ción de una minoría, de una élite capaz de extraerla de un conjunto de circunstancias y situaciones. "50–
ciológicamente -afirma Francisco Ayala- el sujeto de la opinión pública pertenecerá a una élite, es decir, a un grupo socialmente activo, provisto de iniciativa y de capacidad de reacción frente al estado de opinión dominante en la masa indiferenciado y ante circuns– tancias imprevistas" (20). Ancho campo de batalla para el dinamismo político de una élite es, pues, la or– ganización de la opinión pública: por medio de este poderoso instrumento las intuiciones de la minoría se– lecta irán adquiriendo resonancia y corporeidad, has– ta hacerse carne y sangre en la vida nacional.
Sería pecar de iluso, sin embargo, el creer que los esfuerzos de una élite, por tenaz y entusiasta que ella sea, puedan ser capaces por sí solos de transformar y empujar un país hacia mejores destinos. La élite no es más que el fermento que actúa sobre la comunidad nacional. No cabe esperar nada bueno para la Pa– tria mientras no se adueñe de todos los grupos socia– les, empresarios, obreros, militares, campesinos, estu– diantes, etc. un auténtico espíritu público. Espíritu público que es, por una parte, conciencia de un porve– nir concreto y serio; y por otra, voluntad férrea que permita vivir bajo la disciplina del deber.
Contrariamente a las aristocracias, que son exclu– sivas y cerradas, la élite debe recibir cuotidianamente el influjo de nuevas savias y de valores nuevos. Para que pueda darse una genuina selección es necesario que exista en cada país una cantidad suficiente de in– dividuos especialmente dotados para el quehacer so– cial y político. Yeso sólo se consigue movilizando y encauzando las energías y los recursos de la sociedad y del Estado en pro de la educación nacional. Misión cuantitativa de la élite es organizar esa tarea de la educación pública para multiplicarse a sí misma; pa– ra que la élite, no obstante ser minoría, sea una mi– noría numerosa. Misión cualitativa de la élite es fo– mentar una educación integral, que reconozca la su– perioridad del orden moral y la soberanía de Dios so– bre los hombres; que no solamente traiga luces a nues– tra inteligencia para conocer el Bien, sino que brinde apoyo y estímulo a nuestra voluntad desfalleciente pa– ra seguir el camino de lo mejor.
(Conferencia pronunciada en la Universidad Nacional de Nlcaraltlla. León, 8/IX/1950).
(1) (2) (3) (11) (12) (15) (17) (19). - Maurice Hauriou - Princi– pios de Dereclho Público y Constitucional. Madrid. 1927. Págs. XVI (Pró– logo) 58 - 53 y 59 - 178 - 185 - 193 - 117 (Nota) .- 218.
(4) Ruiz Giménez -La Concepción Institucional del Derecho- Ma· drld, 1944. Págs. 340.
(5) Salvador Llssarrague. El Poder Político y la Sociedad, Madrid, 1944.
(6) L'Humanlsme Politique de Saint Thomás. Parls, 1839. Tomo 11,
Pág. 57.
(7) (8) - La Prudencia Política. Madrid, 1945 - Págs. 112-117. (9) (13) (16) - Obra. Completas. Tomo IV - Pg. 242. - Tomo IIJ.
Pág. 93. - Tomo 111, Pág. 136.
(10) Breviario Conservador (del autor), Managua, 1948, Págs. 31-32.
(14) Adolfo Weber. Tratado de Economla PoUtlca, Barcelona, 1935, To– mo 1, Pág. 138.
(18) Alfredo Weber. La crisis de la Idea moderna del l!:E<tado ~ :taro-pa. Pág. 146.
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