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« Previous Page Table of Contents Next Page »recho. El Estodo regulo la sociedad a través de los ordenamientOs Jundlcos y poliucos, que O su vez de– ben estor Integrados en el orden moral. Y en la llore SUJeclon a esos ordenamlenlos alcanza el homore la reallzaclon plena de su destino temporal.
Política auténtica, libre de contaminaciones y fal– sedades, es la que de::.cansa en una concepción inte– gral de la vida. . La que se fundamenta en los idea– les tllOSÓTlCOS, religiosos y morales de una sociedad. TOdO lO dt::mas es oportunismo huero o desviación de– magog1ca. Una POlitica sin finalidades trascenden– tes Irae necesariamente consigo la corrupción y el re– lajamientO de la vida social. 1:.1 I:stado Laico, al de– clararse en actitud de miope neutralidad trente a los proolemas trascendentales del ser humano (urigen, de:mno, razón de ser), dejó abiertas las puertas para que las tinalldades economlcas suplantasen a las fina– lidades politicas, religiosas y morales. Es decir, sirvió de medio propicio para la invasión de las doctrinas marxistas que proclaman la pnmacía de lo económi– co sobre los demás órdenes vitales.
La tragedia y la crisis del mundo moderno -fe– nómeno sobradamente conocido y analizado-- tiene su origen en el divorcio, más o menos constante, que se ha venido produciendo entre la Política y la Moral o Etica. Esa separación se inicia durante la época del Renacimiento y recibe expresión doctrinal en los escritos de Maquiavelo. Maquiavelo sostiene que las normas de la Moral no son aplicables a la Política y
propone una concepción inmanente y amoral del Es– tado. El agnosticismo del Estado Laico acelera la ruptura entre la Política y la Etica. Finalmente, en nuestro mundo contemporáneo, el hombre, despojado de sus valores morales, viene a caer fácilmente en las redes del Estado Totalitario, fascista o comunista.
Es evidente que el primer paso necesario para revalorizar y revitalizar la noble función de la Políti– ca es reintegrarla a sus cauces naturales; reincorpo– rarla al orden moral, del que nunca debió haberse se– parado. Porque si la finalidad de la Política, a tra– vés del gobierno estatal, es el Bien Común de los ciu– dadanos, ese Bien Común no es solamente un bien fí– sico y material, sino también un bien moral. "La Po– lítica- escribe Leopoldo Eulogio Palacios- es algo agible, que no puede ser valorada sólo ni principal– mente por sus resultados externos y por su éxito, sino por la bondad intrínseca y moral que proporciona a los súbditos de la nación". (7).
El afirmar una Política trascendente, ligada a
Etica o Moral, no significa el propugnar un doctrina– rismo de gabinete, una evasión beatífica de las reali– dades vitales. Una Política prudente debe encontrar el justo medio entre el idealismo utópico y el prosaico oportunismo. Y si tiene que adaptarse a las circuns– tancias históricas y sociológicas donde le sea dado de– senvolverse, no debe abandonar nunca lo que consti– tuye su primordial objetivo: la conciliación de esas rea– lidades con un orden moral inmutable. liLa verdade– ra concepción de la Política -nos dice Palacios en su
obra recientemente citada-.- debe acoplar a cada cir– cunstancia nacional los dictados universales de la ley moral. La verdadera Política debe ser guiada no por un arte aséptico de moral, sino por lo virtud cardin<;J1 de la prudencia". (8).
Enfocada con ese criterio, la Política, más que un simple derecho, se convierte en un imperioso e impos– tergable deber. Un deber tanto más impostergable e imperioso cuanto más viciada y corrupta esté la cosa pública en un país. La obligatoriedad del quehacer político, así entendida, viene a convertirse en una auténtica misión.
El Poder Político
La Política -decíamos anteriarmente- es el go– bierno de la sociedad por el Estado, dentro de los cau– ces del orden moral y del derecho. Un nuevo factor se presenta en esa definición, exigiendo un análisis de su significado y de sus alcances. Se trata del factor
gobierno, del poder político.
El hombre, por el hecho de vivir en sociedad tie–
ne que estar sujeto a un determinado poder que re– presenta al grupo y que le impone una cierta conduc– ta. "La función de mandar y obedecer -dice Ortega
y Gasset- es la dec~siva en toda sociedad. Como ande en ésta turbia fa cuestión de quien manda y
quien obedece, todo lo demás marchará impura y tor– pemente" (9).
El poder político es, pues, un factor activo e im– prescindible en la vida de la sociedad. La crisis uni– versal que atraviesa el Estado moderno ha tenido que afectar al poder político, como ha afectado a todos los elementos esenciales de la sociedad. Toda crisis significa la pérdida de un equilibrio y se manifiesta en uno de estos dos síntomas: o en una atrofia o en uno hipertrofia. La historia de estos últimos tiempos nos enseña cómo el péndulo político ha venido oscilando constantemente de la anarquía al despotismo: vale de– cir, de una autoridad atrofiada a una autoridad hiper– trofiada.
La esencia de la autoridad no reside en la fuer– za desenfrenada, sino en el prestigio moral. Para que los ciudadanos puedan someterse de buen grado a los dictados del poder, es necesario que ese poder sea un
poder de derecho, y no un puro fenómeno de fuerza. Ahora bien, no puede concebirse un poder de derecho sino en función de la libertad política. Porque el po– der estatal no se limita a garantizar la libertad de los ciudadanos, sino pone las bases mismas que hacen po– sible su existencia. En el Estado como organización política, el poder, al actuar sobre el conjunto social, se repliega sobre sí mismo, dejando libres a los indi– viduos. Los individuos viven en el Estado con liber– tad, porque a su vez el Estado realiza un orden de principios universales que aquellos reconocen como su– yos. (10).
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