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« Previous Page Table of Contents Next Page »cita un bosque de rizos luengos y sede– nos: siendo de adver±ir en alabanza suya, que' más lla~ó mi atención porque no he visio en Nlcaragua muchas cna±uras agraciadas.
El Ministro de Relaciones, que notó la delectación con que miraba yo al inte– resante rapaz, lo cogió de una mano y me lo acercó:
-Mi pequeño herm.ano Fernando, -exclamó á guisa de presentación y en-tre bromas y veras.
¡SU herm.ano, si podría ser su nieto!... An±e m.i incredulidad manifiesta, in– sisfió, apelando al testim.onio afirm.a±ivo de los circunstantes.
--Sí, sí, puede creerlo, su herm.ano esl
El anciano D. Agustín, intervino:
-~Acaso el señor Ministro duda que este niño sea hijo mío? ...
-No dudaba yo, señor, me sorpren– día...
-Pues voy á acabar de sorpren– derlo...
-¡ Fulana I (se me escapa el nom.bre de su esposa).
y á nuestro corro llegóse una joven que apenas si representaba veinte ó v·eintidós años, muy apenada, roja toda, sin poder disim.ular su avanzadísim.o em– barazo.
-También "eso" es m.ío, señor Mi– nistro-me declaró el anciano D. Agus– tín, apuntando al vientre. fecundado, con ademán tan casto, con entereza tan 11.0–
nesia y un orgullo tan sano y legítim.o, que me cautivó, me hizo estudiarlo con cariño y recordar leídos paisajes bíbli– cos.
Me enamoró ese viejo erguido y so– lemne, publicando, honrado y casto, con su temblorosa diestra extendida, sin fal– sos pudores por la santa maravillosa obra de la generación, que era él, el casi no– nagenario, quien había engendrado una nueva vida en el vientre juvenil que por voluntad propia le pertenecía, sin curar– se de si moriría hoy ó mañana, ¿qué le importa?...
Tranquilamen±e cerrará para siem– pre sus ojos, rugosos ya, con la seguri– dad del que tras de larga vigilia, pero con la conciencia de la labor y el deber cumplidos, se duerm.e en la muerte.
¡Herm.oso ejemplo! Más que nunca me afirm.é en lo que de tiempo atrás he pensado: que las canas son arm.as de do– ble filo; cuando bien llevadas, respetabi– lísimas; cuando llevadas mal, que por desgracia es la regla, hieren á quien las porta y lo convier.ten en objeto de ludi-brio y mofa. .
Hasta para ser viejo, necesHase sa– ber serlo.
Después de comer, volvim.os á nues– tro tren.
Ibamos ahora hasta Diriamba, térmi– no aC±ual de la pintoresca vía férrea.
El camino confinuó bellísimo, un ver– dadero festín para los ojos.
Al regreso, detuvieron el tren frente á importante finca de campo, "Santa Ce–
cilia", cuyo dueño nos dispensó, asistido de su familia, improvisada y hospitala– ria acogida.
Hubo desde piezas en el piano y re– frescos sin alcohol, hasta exhibición mi–
nuciosa de la propiedad y la maquina– ria que en el ingenio se quejaba.
8 DE FEBRERO
¡Ináudifo! I Hinverosím.il! I Hhhenor-me!
Cuando me encaminaba esta tarde al Palacio del Gobierno, sin reparar en que la acera sombreada era la del cos– tado del m.ismo Palacio y se encontraba desierta en toda su longitud, trepé en ella para ahorrarme las caricias de este sol de plomo derreiido.
A su mitad, sentado sobre un cajón de vino y con el rémington sin bayoneta entre sus piernas dobladas, en la aC±ih~d
más inofen~:i.va y menos marcial que im.a– ginarse pueda, refl exionaba ó dormitaba un soldado de infantería. No llamó mi atención, lo creí "clase", cabo ó sargen– to á la sombra y á unos cuantos pasos del destacamento en forma, que con fu– siles' en pabellones, guardaba en plena calle t:L.J.o de los ángulos de la presiden– cial morada.
Continué cam.inando de toda chiste– ra y redingota, y al pasar junto á él, le– vantó pesadaIuente su fisonomía broncí– nea é ineJtpresiva y me preguntó sin em– pleo de tralamientos:
-~Qué, usted es miliiar?.. .
Con1.o la leyenda quiere, según nues– tra antigua mala fama que por el orbe vuela, que á iodos los mexicanos se nos suponga más ó menos guerrero, á la le– yenda atribuí la original pregunta del in– fante. Sin duda-díjeme á mí mism,6,– este pobre ha oído hablar de que llegó á su tierra un :ministro de México; m.i chistera y m.i levita, no frecuentemente usados en estas latitudes, le han indica– do que yo he de ser ese ":ministro", y no cabiendo en su caletre que pueda existir m.inistro :mexicano que no luzca (peor ó :mejor ganadas), divisas y cha– rreteras, por falfa de educación y eXCeSO de curiosidad, me ha interrogado. Y has– ía con cierta benevolencia, acortando mi
andar, le contesté:
-No, no soy soldado, soy civn...
I Jamás lo hubiese hecho! En el pro– pio instante, transmutado por la ira en un Bernardo del CarPio cim.arrón, del des-
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