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en el horizonte cuando se hizo la primela edición

de esta obra en 1892 De su copiosa producci6n, de sus innovaciones méíricas y del influjo que hoy ejerce en la juventud infelecfual de iodos los paí.ses de lengua castellana, mucho iendrá que escribit el fuJwo historiaciol de nnesira líricn",

La recomendación de don Anselmo so– bre Daría acaba de echar por lierra la leyen– da del fracaso del proyecto de su envío a Es–

paña para cOluple±ar su educación, pues ve–

mos que no influyó para nada en el propósi–

to de senadores tan respeiables los ges108 ele

librepensador que oe permiJiera su precoz in– teligencia en ocasión ian solemne.

l\ell!Jio,¡<l",.i <le lll""o DichosarrlGnte para la

vida posLerior de Da–

ría esía tendencia de librepensador no era

más que un gesto, sin arraigo en su alma na– iurahnen±e crisiiana, COlno nos Jo prueban

infinidad de sus poesías, y entamos por decir

todas, "de amargor impregnadas", corno él

rnisrno reCOlloce, al sentir acíbar en surJ lTIO–

mentos de desvíos TI""\UndallOs sielUpre, pnes al apurur lan copas del placer halló su U1.l.U3a

la alnargura, el sabor de las lágrirflBs, en las

heces, seüa inequívoca de que su inspiración

era profunda y esoncialmente cristiAna Allí

está el breve relicario "Spes" para declarar– lo sin lugs]· a duda, c:on sus Mo±ivos del Lo~

bo, La Carluja, Sun-t, gritos del alma por la

pérdida de la. fe, y laníos oh oS.

No debemos olvidar que las pdmeras pie"

dras en el gran edificio inleleclual de esta

gloria lileraria la pusieron en su alma nada menos que los J esuíias; COretO él rnisn1.o lo confiesa reconocido erl su de[i.cienle autobio–

grafía y la fe difícihnente muere en una al– ma privilegiada corno la suya. Daría es poe– ta de verdad, y la hisloria de la poesía, es– tudiada con profundidad, dentuesira a las claras que tocio poeta verdadero es por na–

furaleza clisfiano. Goelhe, a pesar de sus no– iorios desvíos, 110 nos dejará Jneniir y Darío

nos lo confirn1.B de n\odo más elocuenfe, aun– que hizo, con sus desvaríos pasionales por

donde perder ese otro divino tesoro de la fe que recibió corno gracia con el don de su poe– sía que hiciera que monlado en el potro sin

freno de su instinio, no cayera, porque Dios

es bueno.

y tenía fe, no de vacua sabiduría hu–

mana, sino de cristiano viejo, sin duplicidad

ni distingos. Sabernos de cierto la siguiente anécdota poco anles de morir, en León. Ma–

nüesló su deseo de confesarse y recibir los

auxilios divinos de la Sania Madle Iglesia, y para ello pidió un sacerdote. Visilábalo un notable intelectual de León, que ha abando–

~~do la de sus. l.nayores, para seguir co– rnentes espirituales espurias, y le dijo:

-Córno así, Rubén. Quieres confesar±el

-Sí, quiero confesarme.

-Bien, dada tu cul1ura, no necesiias ha-cello con un hombre. Confiésate con Dios, Con el supremo Sacerdote del Universo, eso

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corresponde a iu posición intelectual en el mundo

y el poeta, algo irritado, con voz de con– lrariedad, replicóle:

-No, no. Yo me quiero confesar con un sacerdote ungido, consagrado, aunque sea el úHimo cura de aldea, con el Cura de Subiíava. Yo soy caiólico creyente, y corno católico quiero morir reconciliado con Dios anle un sacerdote ungido.

y así lo hizo, y el Poeta que había hecho su enirada al gran mundo de las letras con una baladronada de impiedad, para poner– se de acuerdo con el siglo, el siglo corruplor y corrOlTIpido siempre, salió de él para en– Ílar en la doble gloria de la inmortalidad hu– mana y divina, por la puerta angosta de la h1llnildad, confesando sus pecados a un sa– cerdote de carne y hueso, representante de Dios en la tierra para absolver y desatar...

y el poeta se durmió en el Señor después de haber cumplido su misión literaria en la tierra con esplendor y gloria de las letras.

El ,'e9"".0 del ¡¡>"eln La Guerra Mundial se de-

sató entonces sobre Euro–

pa, donde el poeta permanecía enseñando al

rrtundo a pensar y soñar, en sus crónicas que

publicaban los rnejores diarios del mundo, y el poeta, amenazado París, lugar de su resi–

d~ncia, por las hue,s±es g~nnánicas, tuvo que

dIsponerse al regreso, y na±uralmenle, pen– só en venir a su patria a disfrutar lo que su aln'ta añoraba, la paz del hogar.

Se vino, pero no sin detenerse algún tieInpo en Nueva York, donde conocida su

fama, aplovecharon su presencia para que diciase algunas conferencias. Yo me encon–

traba entonces en Washington, y no tuve oca– sión de ver al gran poeta ni oír sus palpita– ciones proféiícas, que colulubraban en la gue– rra la realización de las profecías apocalípti– cas, el piafar de los cuatro jinetes que venían u extern'tÍnar el nml del mundo, pero si yo no lo oí, :tuvo esa feliz oporlunidad mi pa– dre, don Pedro Rafael Cuadra, que estaba en Nueva York, cuando llegó el Gran Portalira nicaragüense a aquella urbe incomparable que describiera tan magistralmente en una

de sus crónicas, corno si dijéramos el ruido

hecho poesía. Por don Salvador Calderón

Rarnírez, arrugo de Darío, entró mi padre en

la amisiad del vate, y por eso pudo escuchar sus conferencias de Nueva York, y prestarle oportunos servicios para facilitar su regreso a la patria.

La n'tisión que detenía a ITIi padre en En– tados Unidos era financiera, y conocida de iodos la influencia que ejercía en el gobier. no del enionces presidenie dOI't Adolfo Díaz, en el ramo de la Hacienda Pública. Cono" ciendo eSo Daría, y sabedor además por su amigo Calderón Ramírez de las buenas dis– posiciones de mi padre, para con él, el gran poeta no vaciló en escribirle una carta en que

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