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LA VANIDAD DE RUBEN

DE DIA EN DIA HA CRECiDO

ReferenÍe a eSÍe ilusj re poda y lileraÍo

argentino, tengo que dar a luís lectores una

noticia dolorosa.

No es la de su muerie, que esia sería de

más gravedad para él, aunque 110 para su no111bre de poeia y de escritor e"imio, ni pa–

ra las letras americanas.

No, él eslá vivo, pero indudablemenie ha sido viclima de un desequilibrio inÍelec–

tual, Y no sería extraño que dentro de poco

abandonara por compleio los d0111inios de la

razón, COl1.LO ha abandonado en li±eralura,

los dominios del aríe y del buen gus10. Los sínfomas de ese desequilibrio, que cada día se le desarrolla más y l11ás, se adver– lían en él désde hace muchos años.

Para descubrirlo no se necesila el ojo de un gran observador.

El ruido que en el mundo liierario han

hecho sus obras; los necios aplausos con que

aprendices de liieraÍo y escriÍores de mal gus– ío, han acogido sus l11as locas extravagan–

cias; y la vanidad que sin descanl?o le ha

aguijoneado desde niño, han conÍribuido a que se despeñe en los l11ás hondos precipi–

cios.

aVolverá sobre sí? ._.- Yo no lo creo: Gón– gorano volvió.

Conservo de Rubén algunos recuerdos. El era niño 1odavía, pero ya revelaba sus grandes doÍes inÍelecíuales. Sus versos habían sido favorablel11en1e acogidos en nuesÍros salones. Il11provisaba· con sorpren– denÍe facilidad. La prensa lo había dado a conocer con el sobre110111bre de Poeía-Niño; pero ya desde aquellos íiempos la serpiente de la vanidad se le había enroscado en la garganta. No aÍendía nunca las observacio– nes que Se le hacían. Enseñaba sus versos para que se los aplaudieran.

Una vez me leyó una composición íilu– lada La Cegua. EsÍa composición la juzga– ba él de gran mérito liíerario. Cuando con– cluyó la lecíura me preguntó aGué tal? Ma– la, muy mala, le conÍesíé. Consultó con oíros amigos que fueron de la misma opi–

nión.

Años después, cuando sus alas de poeta Se habían agitado ya en un espacio inmenso, me regaló un eje111plar de su composición a

V. Hugo. Cuando le hube leído 111e pregunÍó ¿que íe pareció de 111i composición? Mala, muy =ala, le coníesíé. Eníonces, con. sobe– rano desprecio, me dijo: No 111e confor1110 ,con íu juicio: íu inÍeligencia no puede meclir

MARIANO BARREro

rllri~consulto de nota, Politico destacado, reconocido

filólogo, escritor )' poela, [lutor del libro "Bishop" de

nuestro lenguaje.

111is versos, íu gusÍo liíerario no puede sabo– rearlos. Vmnos a recabar la opinión del Maestro Coníreras (critico respeíadísimo por él). Llegamos a casa del señor ConÍreras, le c1ejmllos la c0111posici6n, y pocos días des– pués publicó un artículo en que la despeda–

zaba.

La vanidad de Rubén ha crecido de día

en día Según se expresa en sus Prosas Pro–

fanas y oíros poe=as, él no for=ará escuela, porque nadie podrá imiíarlo. Sus obras no

serán juzgadas, porque los críticos de más

vuelo no pueden llegar a él, no comprenden el arie G6ngora no presumió ianÍo.

Rubén íiene ya dos épocas como las Íuvo el auÍor ele las Soledades. El Rubén del Azul es in111ensa111eníe más grande que el de las Prosas Profanas. El pri=ero es fresco, na– 1ural, exhuberanÍe de inspiración, rico de 111elodías, forjador de frases nuevas, de pen– sa111ie11íos delicados. Aríisía de la palabra, seduce con la gracia y los encanÍos de su es– tilo. A111aníe de la liÍeraiura francesa y em– papado en ella, no pierde, sin embargo, el sabor de las buenas leíras casíellanas. El se– gundo es oscuro, alambicado, iniriÍéligible a VeCéS. Piensa que arranca cor¡ su plu111.a de

oro los rnás Ínfimos ~ecreios del arre, y se

pierde en el laberinio de una liíeratura de– ÍesÍable. En medio del véríigo, en médio de los delirios de una faníasía exfraviada, pien– sa que huella con su planía de Rey los jardi– nes de la belleza, cuando deja sus vestidos hechos jirones en ásperos e inÍrincados zar" zales. Piensa que es dueño absolu10 de los carnpos en que las ideas florecen, en que los

pensamientos nuevos, grandes, originales, se

desarrollan al i=pulso de una sabia genero– sa, cuando ímnbalea y cae en profundos des– peñaderos.

Si Rubén hubiera escuchado la voz de

la crí1:ica juiciosa e imparcial; si por mOrrLen–

Íos al menos hubiera descendido del palacio de irisados cristales en que la vanidad le ha encerrado, no hubiel"a bajado hasía los úl– iímos peldaños del =al gusto en maíerias li– ierarias. Bien eS verdad que esíe poeÍa V

liferaío desequilibrado tiene lúcidos iníerva– los. He visto un artículo de él referenÍe a España. En ese ariículo brilla en íoda su fuerza la inieligencia vigorosa y el gusío acendrado de un escriior que respeía los fue· ros de la razón y que engrandece los call1pos de una her=osa liíeraíura.

Ya sabrán mis lecíoresque Rubén, en

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