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APELLIDO QUE ES
UNICAMENTE
RUBEN
ALEJANDRO MIRANDA
Liberal doctrinarlo, fundador de la famosa libreTÍn
"¡,as do.'! cnratulas" cuya sIgnificadOR fue (le gran
IruportanCla pal>' ,,1 d"~,,,rroJlo dcntlfico y literario
de nuc~tla :;ocied:u! en el primer cuarto de este Rlglo
El nombre de Rubén Darío se ha hecho
grande ya en América: el "poeta niño" se
convirtió en giganie para escalar las cimas de ese monie mitológico conocido con el nombre del Olimpo.
Cerebro ardienie y faniasía soñadora, imaginación poderosa que vuela en alas de lo ideal, pensamienio airevido que se remon– ±a más allá de lo azul en el espacio, sí, éSO
enconiramos en la obra literaria de Rubén. Nació artisia y con su pledro divino hizo so– nar esa lira de mágicos sonidos que se escon– de iras el velo inconsúiil de la madre natu– raleza.
A Rubén se le acusa de decadenie y se le tiene por Maesiro de esa Escuela en nues– iros países indohispanos; pero no seré yo quien se atreva por eso a lanzar sobre él el más leve reproche: los sueños del poeta cuan– do son como doradas mariposas que revolo– lean en torno de la luz de la palabra, ¿qué importa que los colores que brillan en sus alas sutiles sean de polvo impalpable que se pierde con el más ligero soplo, si así apare– cen tan bellas y primorosas, y recrean la mi– rada siquiera por un momento?
En las poesías de Rubén se bebe la miel de la armonía: hay en sus cantos bélicos, so– nidos de clarines y tambores que se oyen cla– ramente, así como en aquella traducción de Las Campanas de Edgard Poé, hecha por Do– mingo Estrada, se percibe el sonido del bron– ce allá a lo lejos, pero claro y evidente: ese es el gran poder de la armonía.
Desde años airás, que fue nombrado Cónsul General de Colombia en Buenos Aires, allá reside el célebre cantor de las glorias de Chile.
Tan luego el Gobierno de Colombia su– primió aquel consulado, Darío ocupó a prin– cipios del corriente año, el puesio de Secreta– rio privado del Diredor General de Correos y Telégrafos de la Argentina.
Las noches tempestuosas que han pasa– do sobre su vida, como él dice, le han lleva– do a aquellas playas extranjeras; pero no ol– vida a Centro América y mucho menos a Ni– caragua, lugar donde nació.
Los golpes rudos que ha sufrido lo han hecho escéptico. para él ya no hay familia,
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ya no hay amigos, ya no hay afecciones de esas que ligan al hombre con el hogar donde
vió la luz primera.
Sobre esto oigamos lo que le dice a su amigo y antiguo compañero de lerras, el se–
ñor don Román Mayorga Rivas, en una car– ta que le escribió en Febrero de este año:
"Yen verdad, fengo yo a qué volver? No Fami–
lia? Tengo YO; he fenido yo familia acaso, en ioda aquella genie de mi apellido, apellido que es mío
hoy únicamente?" .
¡Cuántos no extrañarán oir eso que dice Rubén! Pero si sUpieran las decepciones que sufre un hombre del iemperamento de Ru– bén, con las indiferencias de la familia y de sus amigos, le darían la razón.
Más adelante, agrega en la misma car-ta:
"Tengo un hijo y un recuerdo sagrado, esa eS
red famiia Amigos dirás Pues si mis amigos de infancia, que son los únicos, se han concluido 1am.. bién. Unos han muerlo, ofros se han alejado, oirós cuando he llegado, me han mirado como a un ex..
hanjero, me han :tratado sin la confianza de los pri..
meros años He encontrado una generación nueva
qua yo dejé en la infancia".
"En fin, cada vez que me he acercado a la Herrs en que naci, ha sido para padecer. Oh, Román, :tú
sabes las fristezas morales de mi niñez, las penes da
mi juventud, sabe iambién, amigo mío, las cosaS
dolorosas del hombre I .
"Qué más decirle de mí? Que hago una vida de trabajo Que he dado a la prensa sobre fodo a "La Nación", en estos fres años, 10 suficiente para fres o cuafro libros. Que continúo y continuaré en la bre..
ga".
Eso basta para demostrar lo que sufre moralmente el gran poeia centroamericano en sus horas de nostalgia, allá lejos, en la New York de Hispanoamérica.
¡Y pensar que tiene sobrada razón en sus quejas que envuelias en acíbar hemos leído en esa caria!
y en poco está que no exclame como aquel antiguo romano ¡oh tierra ingraia, no poseerás mis huesos!
¡Y yo sería el primero en decir. tiene ra–
zón!
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