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Bien lo recuerdo. Hace más de veinti– cinco años, una larde de oloño, paseaba yo con un colega mío, por la Calle Real de lq. Melrópoli nicaragüense, y al pasar por Las Cualro Esquinas, adver±í que un niño, en la casa de doña Bernarcta Sarmienlo, primorea– ba farrlOsamenle en un acordeón.
Mi compañero y yo enlramos en esa ca–
sa, porque nos dió prurito de conocer al mú– sico infantil y de relacionarnos con él.
Era un muchacho endeble, cabezón,
crenchas rubias, tez blanca, rosiro aquilino,
frenle espaciosa y ojos grandes y cenlellean–
fes.
Desde aquella larde fui su amigo; y co–
U10 yo era profesor de prirL1.era enseñanza, su
madre adopliva, la señora Sarmienlo, lo
mand6 a mi escuela.
Por es±a circunstancia, pude comprender
desde el principio, que en la cabeza de aquel humilde párvulo se albergaba un inleleclo
111onsfruoso; pues en tan caria edad, y cuan–
do apenas sabía leer y escribir, ya hacía muy
buenos versos, que empezó a dar a luz, a ve..
ces ligeran1enle castigados por mí.
Bien lo recuerdo. Yo le enseñé el cris– lus y el Calón Cristiano y el Calecismo del padre Ripalda; porque en aquella época, en nuesiro pa1s, eso era lo que de rigqr se ense– ñaba a los chiquifines en las escuelas ele–
mentales.
Yo fuí quien escuchó sus primeros ±rinos
y gorjeos.
Rayaba por el Orienle, en el horizonle
de mi vida, la risueña aurora de mi juventud,
y el era un niño. No --como ya lo dije– cualquier niño, semejanle a los demás de mi escuela y de lodas las olras de Nicaragua, si–
no un nirio extraordinario, excepcional, que
por su lalenlo prodigioso, revelaba que más larde sería lo que hoyes: el fénix de los poe–
fas lafinoaraericanos.
Desde enlonces pensé, como pienso aho– ra que aquel endeble muchacho, era un po– llo de cóndor, una cría de águila; verdade– ra larva de un genio.
Era RUBEN DARIO I
Después aquella larva se lornó maripo– sa de luz, que voló por el camp9 risueño y fl?rido de las lelras humanas, por±ando se– dlenla en el perfumado cáliz de las rosas del
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FElIPE IllARRA
Abogado, uno de los má!l destacados filólogos y gran
1l1lrifltn del idioma, IJOeta. auto-r de SUl; conocidas "Becquerianas" mae~tro de ¡lrimelas letra" de Rubén
Dario
Parnaso el dulcísimo néC±ar de la verdadera poesía.
Aquel pollo de cóndor fue creciendo y emplumado, y al senfir un día la poderosa fuerza de sus remos de águila, rerrlOnló su vuelo por los diáfanos horizonles del Ar±e, y
se enculTIbró en ese, espacio infinito, incon–
mensurable, hasla llegar a la región de los
soles, sus hermanos!
Ingresó en Chile, y allí fué proclamado ingenle alumno de las H"LUSas.
Pasó al Viejo Mundo, y el parnaso euro– peo lo recibió con grandes ovaciones.
Al llegar a París lo saludaron lodos los diarios de la larde.
Llegó a España y a Halia, y en esas na– ciones fue coronado rey de los poelas his–
pano-aITleficanos.
y al volver hoy a su país, después de larga ausencia, 1 viC±orea y glorifica el pue– blo nicaragüense.
Hora su palria le hace una verdadera apoleosis.
Salve al excelso espírjlu!
Canlemos al genió el sonoro poema de la gloria!
Canlemos al poela la canción del méri– lo, el solemne epinicio de sus lritmfos en ho– nor de la palria I
Aquel niño endeble, que fue mi discípu– lo, ya no primorea famosamenle en el acor– deón.
Hoy tiene en sus manos el brillanle plec. lro VÍC±or Hugo y la regia lrompa del divino Homero!
Ahora es el dios Apolo, rodeado de las
lnusas, con su luágica lira, en la sacra mon–
laña del florido Helicón!
Su palabra de oro resuena en lada la haz de la liena.
Sus raros pensamienlos en prosa y ver– so; cada uno de sus períodos sublimes y ca– da una de sus bellísimas eslrofas, son gran– des bloques diamantinos en que descansa el edificio de su inmor±alidad, como lileralo y poela incomparable.
, Canlemos, pues, al fénix de los poelas, la canción del mérifo!
Canlemos al genio el sonoro poema de la gloria!
Salve, oh Rubénl Yo le aplaudo y le admiro I
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