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EN SU MUERTE

Los pueblos aman a sus poetas como a sacerdotes del sentimiento. Los pueblos cantan por sus poetas; ellos son los in±érpre– fes de la mu1±ifud, que no puede hablar con el misterioso lenguaje de la p'oesía, reserva– do a los escogidos.

Al abrirse la tumba de Daría explotó el sentimiento de cariño para el bardo compa– ±rio±a. Una corriente de emoción intensa circuló por las almas; se contempló su ocaso con el pavor con que se hubiera visto el hun– dimien±o de un volcán en gigantesca convul–

sión.

Los jardines brindaron sus flores, los ci– preses, sus encrespadas cabelleras para ador– nar los despojos del poeta. Un quejido lasti– mero, corno el lúgubre clamor de una cam– pana inmensa, resonó por la tierra de los la– gos. fHa muer±o el poeta! El que arrancó a la lira castellana ignotas melodías, el que tejió con las flores de la idea ramilletes fra– gan±es; el que con el ronquido del mar y las llamas del sol fué majestuoso y sublime. ¡Ha muerio!

Los preclaros hijos son el legHimo orgu– llo de un país: más que la exubenin±e nafu– raleza y el filón de oro en las entrañas de la tierra, los hombres ilustres son el timbre de gloria nacional. Ese sentimiento noble ex– perimen±óse en la muerte del esclarecido can– foro Se pensó en sus triunfos, en su brillan– ±e carrera literaria, en los aplausos del mun– do castellano al inspirado artista del verso y de la idea, y se vió toda su gloria cayendo sobre la patria, corno copiosa y perfUmada lluvia de flores. No habíamos presenciado tan honda sensación, ni apoieosis tan esplén– dida. El Esiado, la Iglesia, todas las clases sociales se unieron para la glorificación del ilusire muer±o.

Tocóle a la Iglesia su parie en el progra– ma de los funerales. La Iglesia ha sido siem– pre amiga y pro±eC±ora de las artes, reflejos de la divina Belleza. La His±oria de los Pa– pas, los monumentos religiosos de Europa, lo pregonan.

Dichosamen±e el bardo nicaragüense no fue impío; y si alguna vez su musa manchó las alas blancas de cisne en el barro de la tierra, con más frecuencia alzó el vuelo a la inmensidad del espacio y buscó a Dios más allá de las nubes entre las estrellas ru±ilan– tes.

Darlo es sublime, incomparable, cuando

NICOLAS TlJERINO y LOAISIGA

Canónil:O Onülor lIuRrado Confesor del Poeta, a quien dUHmte 8U lIgonia le brindó los ultimos auxilios

de la Religión Posteliormente Obispo de León

el sen±ilnien±o religioso sacude las cuerdas de su lira.

¡Oh Señor Jesucrislo! porque tardas, que esperas Para tender fu mano de luz sobre las fiel as

y hacer brillar al sol ius divinas banderas I

Surge de pronfo, y vierte la esencia de la vida Sobre 1ama alma loca, ±lisie o empedernida,

Que amante de tinieblas fu dulce aurora olvida

Ven, Señor, para hacer la gloria de Ti mism.o

Ven con temblor de estrella y horror de cafaclismo Ven a traer an1.or y paz sobre el abismo

t

y fu caballo blanco, que miró el visionario,

Pase Y suene el divino clarín exfraordinario, Mi corazón será brasa de tu incensario

Cualquiera se imagina al Rey salmista con el rostro extático y la mirada encendida cantando al compás del arpa ante la grande– za de Dios.

. Las· dos úl±imas estrofas del Poema a Carmencita, qtte sirve de prólogo a los Cuen– tos de Salvador Calderón R., son de gracia encantadora y delicadeza exquisita.

y asabes tu, niña mía, Porque l1inguna hada había? Porque allí, estaba cerca de tí,

Quien tu nacer bendecíaJ Reina más -que todas ellas

I

La Reina de las Estrellas

t La dulce Virgen María QU,e ella fu senda bendiga, Goi1.1.o -fu Madre y tu arniga;

Con sus divinos consuelos

N o 'lemas infernal guerra¡ Que p~rfume 1us anhelos

Su nombre que el mal destierra,

PUéS ella arOlna los cielos

y la tierra.

Murió como buen cristiano. Purificó su alma con ardientes besos al Crucifijo y el sa– cramen±o de la penifencia.

Era el úl±imo día de enero del corriente año. El sol derramaba torrentes de fuego so– bre nuesira ciudad. El foque de una campa– nilla hacía caer de hinojos a los transeúntes. Iba Jesucristo sacrmnenlado a visitar a un moribundo.

Daría yacía en su lecho de enferma, pá– lido, extenuado. Sus labios se abren a la ora–

ción, y sus ojos se fijan in±ensam.en±e en la

hostia blanca. Comulga con muestras de fe sincera y recogimiento piadoso.

El Cristo Reden±or dejó en el espíritu del poeta las alas pm a volar a las regiones de ul· ±ra±umba ...

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