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MUERTJE

QUE ES SUJP'ERVKV'JENClIA

Antes se celebraba la fecha del naci– miento de Rubén Daría. Es la muede de los hombres que valen la que consolida esto del valer. Han venido la vida y la lucha crean– do, limpiando, perfeccionando y depurando la obra y la mente, hasta que llega la muer– te a dar contornos de perennidad y definüi– vos a la gloria de un hombre.

La muede, que en el cornún de las gentes es olvido, en aIras es supervivencia. Talvez exigente la fanta, pidiendo tnás y lnás cuando el hombre escribe, y sino correspon– de lo escrüo con lo que se le pide, entonces la tierra se traga al hombre y lo escrito, y lo cubre todo el olvido.

Viene a ser -pues- la muede tamiz o crisol para valorar la vida. En Rubén Daría no fué así. Gozó él en su vida el sabor de la gloria y se supo grande e inmodal cuan do deambulaba por el mundo, como un rey recibiendo vasallaje. Y Se tornó orgulloso. No conozco libro ni ensayo en que se estudie

este aspecto de la vida de esíe hombre. No puede ser herencia de sus antepasados, por– que casi son desconocidos: un Manuel Gal-–

cía, de raíz peruana, de cuya paternidad se viene dudando, sobre todo en estos úHimos años de crítica inflexible. Una Rosa Sarmien– to joven y graciosa, a quien resulia estrecho el ambiente pueblerino y la vida con un hom– bre un poco burdo. Se está escarbando de– masiado en la vida de los hombres ilustres.

Está desasido de los que han venido apa– reciendo como sus antepasados, sobre todo del padre. Dato curioso es el descubrimien– to de la primera influencia que recibió en la vida, y que fué de la bella mujer serrana Pe– trona Tercero, que le enseñó el abecedarío romántico de la naturaleza en el vallecito de San Ramón, cerca del cerro de este nombre por San Marcos de Colón, entre Ocacona y Pedregalito frontero a Segovia. Cada árbol una letra! Una puesta de sol una sílaba. Ahora cuentan que élla lo llevaba a ver

cerros, ríos, las monfañas empinadas y mag–

níficas y los pájaros multicolores; puestas de sol que por esas tierras yesos cielos Son incomparables. Como si dijéramos que esta mujer desconocida abrió la ventana del reino imponderable y mágico de la belleza a este niño desconocido también, llamado a ser

CARLOS A. IlRAVO

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grande. Pero, no hay nada en la obra de este hombre que atestigüe esta leyenda. Apenas si Se refiere a las bellezas de la Naturaleza en uno que otro verso suyo como snnple alu–

sión. Y cuando m.enciona su niñez en las

montañas de Nicaragua, conserva tan sólo el recuerdo del "sol de encendidos oros" y la figura de un buey, y para nada describe el marco en que se le reveló la escena.

Ustedes han leído es10 en: "Buey que ví en mi nmez un día, bajo el nicaragüense sol de encendidos oros". Talvez de esos años de

montañas es la i.Inpresionanfe reflexión que

con :lriste y honda amargura provoca en su allna de más tarde la presencia de un árbol la queja profundamente dolorosa y pesimis: ta:

"Dichoso el árbol Que as apenas sensitivo"

En "Coloquio de los cen:lauros" habla li– gerísimarnente de la "sagrada naluraleza" para la que pide himnos.

Es curioso, y lo apul1Ío COlTlO dato, que el propio Rubén Daría manifieste ufanía del acervo chorotega que hay en su ser, y que a pesar de ello no ejercitó ninguna influen– cia ni en su alma ni en su obra. El indio ama a la n10niaña, Se identifica con el suelo, ad– n-ura al río cuyas aguas bebe, sabe del paisa– je de la tierra, y ha divinizado al volcán, creyéndole un dios.

El indio cree que por el volcán, por el cerro, por la altura, llegan a la tierra las co– sas del cielo: el rocío, la lluvia, la luz. Tam– bién nosorros creemos que Dios está en lo alto, y cuando se le busca en los momentos de angustia, levanta uno de los ojos porque cree que puede verlo lTlás allá de las nubes, desde donde él ve al Ser que necesita y le pide ayu– da. Ahora dicen que no, que Dios no ocupa lugar. Yo quiero creer que lo llena iodo.

Entonces no se busque atingencia in– dialla por este lado del suelo en Rubén Da– río. Vivió y naciQ -porque se vive en for-

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