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su misierio propio, su enigma indescifrable, su virginidad inviolada e inviolable. Por eso cuando el ceniauro Eureto afirma:

"Si el hombre -Promeieo- pudo robar la vida,

la clave de la loAuede serále concedida".

Quirón le conlesia inmediaiamente:

"La virgen de las vhgenes es inolvidable y pura. Nadie su casio cuerpo tendrá en la alcoba ObSCUlU,

ni beberá en sus labios el grito de viciaría, ni arrancará a su frente las rosas de la gloria"

y en el desierto de "La página blanca"

se la ve cruzar sobre un. dromedario, señora

y guía de la caravana

"la Pálida,

la vestida de ropas oscuras,

la Reina invencible, la bella inviolada:

la MueTie",

y en sus bellas elegías paganas también

pennanece intacto el misterio de la lTIuer±e.

La muerte es el olvido, lo oscuro, lo imposi– ble. Así a Mima, "la soberbia y blanca ru– sa que danzó en Buenos Aires" la vemos pa– tinar en el "lago de la muerte", pero ella es "princesa del Imperio Imposible":

"Como la Diana de Falguiére ella ha pen±ido,

virgen a lanzar flechas al bosque del olvido. Como la Diana de Falguiére blanca y pura a cazar imposibles entre la selva oscura".

y en ese trozo de mármol viviente que ea el aoneto de la "Urna Votiva" la alegoría magnífica envuelve con su velo poético al misterio que encierra el vaao mortuorio. La simbología cris:!iana y la pagana se mezclan armonipaamente cc;>nl.o si la urna votiva fue– se copia del alma mism& del poeta: la alon– dra fugaz, imagen del vuelo del espíritu, jun– to a la estatua de Diana, encarnación de la Muerte para el poeta, y junto a la lira, coro– nando la obra, una cruz; la misrna cruz que se eleva resplandeciente sobre el horizonte en el Responso a Verlaine iluminando la montaña de Pan por donde discurren sátiros y náyades, canéforas y cenIauros:

"y el Sátiro contemple sobre un lejano monie,

una cruz que se eleve cubliendo el horizonte,

y un resplandor sobre la Cl uz".

Pero profundamente humano como era, Rubén no podía eludir en su poesía un en– frentamiento más real y doloroso con la Muerte.

"Vamos al reino de la Muerte por el ca– mino del Amor", dice en su "Poema de Oto– ño", y en este verso está sintetizada la tra– yectoria de la muerte en la vida y en la poe–

sía de Rubén Daría.

El, "Hisloria de mis libros" cqnfiesa: "Existe en mí ciertamente desde los comien– zos la profunda preocupación del fin de la existencia, el terror a lo ignorado, el pavor de la iumba". ",Ay! Nada ha amargado más las horas de meditación de mi vida que la certeza tenebrosa del fin. ¡Y cuánias veces me he refugiado en algún paraíso artificial,

poseído del horror falídico de la muerte'"

Pero en el camino de su vida, que es primero

camino de la juventud, camino del amor, es posible poetizar la Muerte, encarnarla, COn_ ver:!irla también en la musa de carne y hue– so, lo que no obsta para que en horas de re– flexión y pesimismo aparezca la muerte co– mo sombla fatal, y "en medio del camino de

la vjda" sea más bien, COlnO dice en el poe–

ma Thanatos corrigiendo al Dante: "en me– dio del camino de la muerte".

"y no hay que aborrecer a la ignorada

emperatriz y reina. de la Nada.

Por ella nuestra fela esfá tejida y ella en la copa de los sueños vierie

un contrario nepente: ¡ella no olvidal"

De la misma copa de los sueños surge de pronto el pavoroso recuerdo.

y ya es al lado de Rosalinda que toca el dulce son de mTIor en el clavicordio de la abuela mientras

"al terrible viaje largo

empuja el ronco vienio amargo

cuyo siniestro nombre hiela".

O en el poema "A un pintor" donde en la caza de colores, en medio del bosque, en– tre dríadas, flores y engipanes, surgen

"Ráfagas de sombra y fI ío

y un errante ir "

Y el grito espantoso:

"¡Vamos a morirf ¡Dios míof ¡Vamos a morirl"

O en la becqueriana fechada en 1889:

.. cuando una mano mniga

descubra

nli faz que cuairo cirios

alun1.bran"

O entre loa "Cantos de vida y esperan– za" ese canto de duda teológica y de angus– tia espiritual en el cual "no sabemos a don– de vamos ni de donde venimos" y lo único cierto, lo ineludible, lo fatal es la muerte:

"el espanto seguro de estar mañana muerio"

Ese espanto y esa angustia en que vive el poeta de otoño lo hacen apostrofar a la lTIUerte:

.. ~Quién la copa fragante vierie'?

~Ouién detiene el paso El la suerte'?

¿,Quién a la Esperanza pervierte'?

La Muerte".

Por eso exclama en tiLo fa±ar':

"Dichoso el árbol que es apenas sensitivo

y Il1ás la piedra dura pOlqUe esa ya no sienie"

exclamaci6n que se convierte en súplica par<1. la hora de la muerte en el poema "Ple–

garia":

"Dante que sea como los árboles del monfel

como las rocas de las playas y como el duro diamanie O que una estrella surja en el horizonfe que ±raiga la luz clara para el problema oscuro.

¡Y que no me cuenta del instante supremo'"

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