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« Previous Page Table of Contents Next Page »gistra y cataliza marcando la evoluci6n tras– cendental de su poesía.
A través de esa evoluci6n espirifual la idea de la muerte sufre en la obra de Rubén las más variadas transformaciones poéticas.
* * *
En sus poemas de adolescencia y prime-ra juventud canta Rubén la muerte cristiana convencional, la de la retórica parroquial, Cipreses y guirnaldas, consuelo y resignaci6n, en este mundo ±Tisteza y escoria, y allá arri– ba Paraíso, eternidad, querubes, gloria. Son las elegías amistosas y de ocasión dedicadas a Don Victoriano Ar9Üello y a Don Antonio Tellería, y el "Himno a Jerez", elegíaco yes– colar.
En Epístolas y poemas" apunta ya el hambre de gloria del poeta. Su largo poe– ma difirámbico "Víctor Hugo y la Tumba", eS un canto a la inmortalidad del genio, y el esfuerzo poético realizado denota claramen– te el afán de emulaci6n y la poderosa ambi– ción que han prendido sus garras tenaces en el alma juvenil del artista. Para el joven cantor Hugo es el gigante, paradigma de poetas, el vencedor de la muerte:
"Oua no muera", Orión desde su lilnpia esfera El coro de los asfros repitió: "Que no muera."
y resonó ese grifo por el inmenso azur"
y el "grupo sacrosanto", Homero, Dan– te, Esquilo, Tácito, Cervantes, "todos los ge–
n~os que pasaron", y con ellos Jesús, reciben al poeta en la mansi6n celeste y le brindan su asiento en el infinifo. Pero le advierten: "no te cures del mundo, quien ha de suce– derte será enviado de Dios". Y entrelíneas podemos leer el íntimo pensamienté;> de que acaso ese sucesor de Hugo sea su joven can– tor,. que con tamaño despliegue poético pa–
reCI~ra qu.erer ponerse a la altura del genio desapareCIdo apuntando ya su vocaci6n de inmortal.
* * *
Esta idea de la inmortalidad del genio corona su poema "El Arte" e!U
el cual hace al artista partícipe de la divinidad, y apare– ce de nuevo en "Cantos de vida y esperan– za" donde llama a los poetas: "Torres de Dios, pararrayos celestes, rompeolas de las eterni–
dades".
El adjetivo "divino" que Rubén aplica a los grandes poetas y artistas es el signo consagratorio de inmortalidad:
"Marques lcomo el Divino lo eres) te saludo",
Sin embargo en "Phocas el campesino" parece decaer en el poeta esa conciencia de la inmortalidad del genio. Hay' una falfa de fé en sí mismo, en S? destil~o de poeta, cuando cree ver en el hiJO la Crisálida de su alma y un renovador de la Itama extinguida del padre:
"pues tú eres la cris~lida de mí alma entristecida
y fe he ver en medio del triunfo que merezcas ' renovando el fulgor de mi psique abolida.". ,.,.,.
Pero la idea de la muerte más iípica– mente dariana hemos de l:lUscarla en los te– mas de la mujer y del amor. Para el poeta esencialmente er6tico, que era Rubén Darío, en el sentido más noble e integralmente hu– mano de esta palabra er6fico, la muerte y el
amor van unidos radica1rnente, se mueven y
se ~o~funden en un vario y alterno juego de Imagenes y de símbolos altamente poéti–
cos con hondas resonancias vifales.
Unas veces el amor aparece rnunfante sobre la muerle, y el príncipe azul que en–
carna el aInor de la princesa de "Sonatina"
se caracteriza por ser el vencedor de la muer– te:
"el feliz caballero que fe adOla sin verle
y que viene de lejos vencedor de la muerle
a encenderle los la.bios con su beso de aInar".
Otras veces la Muerte se opone al amor o lo dispuJa al amante arrebatándole a la amada:
"la Muede, la celosa, por ver si me queI ías,
como a una Margarila de amor te deshojó".
Todavía más característica en Darío es la encarnación de la mueríe en la mujer y en la amada. Rubén es el poeta carnal por excelencia ("horno carnalis" lo llama Pedro Salinas), con un hondo sentido humano des– de luego, pues no se trata de un rebajamien– :to o anulaci6ri del espíritu sino de ut!a su– blimaci6n del cuerpo por obra y gracia del Arte y la Poesía.
, "C~rne, celeste carne de la m.ujer'T, can–
!o Ruben. Y para un poeta de :tan vigoroso. y agudo carnalismo debia serIe parficular– mente odiosa la idea de ~a mueríe que no
es sino corrupción y des±r~cción de la carne.
Pero ante la Inevitable Rubén :tiene una sali– da póéfica: la carnaliza, le da forma: cQtp6– rea. La mueríe en Rubén no es nunca es–
quel~to si~o carne, carne bella de mujer y de dlOsa, dIgna de sel; deseada y de ser ama– da como la misma Venus:
"La Mueríel Yo la he visto. No es demacrada y
. (muslia
nI ase corva guadaña, ni tiene faz de angustia
Es seme~anfe a Diana. cBsta y virgen como ell~,
en su lostro hay la gracia. de la núbil doncella
y lleva una guh nalda de Iosas siderales.
En su siniesira liene verdes palmas friunfales y en sU; diestra una copa con agua del olvido
A sus pIes, como un perro, yace un amor donnido"
Nunca poeta alguno pintara tan bella imagen de la muerte ni la cantara en tan Lírico arrebato. La mueríe pierde su ate– rradora aquendidad y se incorpora al tiem– po vital del hombre, dándole sentido y belle– za a la vida humana a punto de causar la envidia de los dioses: ,
"La Muérte es de ,la ~ída la. inse'p'ar~ble h:ennana; La Muerle es la VIctOrla de la proga:r-ne humana" .. ,. . .
"Los mismos dioses buscan la dulce paz que vierle
La pena de los dioses es no alcanzar la muerte". .
Mas a pesar de todo la Muerte conserva
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