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poeta una laguna, un pedazo de techo sin cu– brir.

Un Halo-nicaragüense simpático e inge– nioso, hombre de mucho dinero y gavetas, ex Embajador de Nicaragua cerca del Cuiri– nal, José Frixione Avilés, se querelló con Ro– sario por asuntos que no vale decir.

En las :tardes cálidas de Managua, la ca– pital de Nicaragua, los vecinos sacan sus si– llas de balancin a la acera, para recibir el airecillo que baja de las sierras y la brisa que sube del lago Xolo:tlán. Llegan amigos y se establece la comadreIia del barrio.

Por su carác1er temible, Rosario era de pocas amistades, pero en honor de la dama, hoy dormida para siempre en el seno de la tierra, debe decirse que era sincera de cora–

zón, franca y caritativa, a:rnena conversado–

ra e ingeniosa. Su mejor amiga fué Mónica de Urroz, la esposa del ariísta nicaragüense Profesor Luis Urroz, descendiente de una fa– milia que corno la de Bach, nació oyendo y escribiendo música, ejecutándola y dirigién– dola. lvlónica era asidua visitante de Rosa–

rio, discrefísima y bondadosa, con un fino

sentido de la ironía. Por muchos años fue– ron entrañables amigas y jamás entre ellas se suscitó la menor desavenencia, ya no di– gamos contrariedad.

Cada vez que Rosario se aventuraba a solazarse en la ace1Í'l de su casa o a tomar el frescor del atardecer, 50Ha pasar el hoy Se– nador Frixione, quién entre diente decía co–

SBS a la dama que ciello estoy no era el Ma– drigal de Gutierre de Ce±ina, pel'D sí eslaban

relacionadas con olores, que no eran en la

dama, ni de rosas ni retamas. Injus±o. Por–

que si hubo mujer cuidadosa de su aseo y

apariencia personal fue Rosario, que diaria– mente, a las cinco de la mañana con reloj despertador de cuco, tomaba su baño con agua amanecida, por ciedo. A las frases de Frixione, proseguía el diluvio de dicierios de Rosario. Gran Maes±re en ese decir. Era tormenta, tromba, tempestad bravía y de– moledora. Macado de risa el chuzón y en– tre contertulios, comentaba la punzante bro– ma.

Pero un día la Señora ya no pudo más. Se presentó a la Dirección de Policía, puso formalmente la queja y pidió un agente pa–

1 a que testificara las ofensas que recibía ±o– dos los atardeceres de aquel demonio de hombre.

-"Ya oirá Usted lo que José me dice Ya Usfed

~e dará cuenia que no e.'mgero y que mi queja ss

Justa y ya no aguanfo mas. Venga Usted a las ch\–

co de la farde a mi casa, pero sin unifonne de pai-

sano", '

Noticiado José Frixione del ardid de Ro– sario, se apersonó en el cuartel de Policía para declarar que el insultado era él y que esto quedaria probado; y cuando esto fuera él la llamaría a los Tribunales obligándola e:

rendir la fianza de la haz.

A las cinco de la tarde, muy oronda, en– tre encajes y peinetas, la envejecida garza morena esperaba a su gratuito detracior. El policía en la esquina cercana, disimulaba muy bien su identidad. José Frixione de impecable traje blanco del mejor lino irlan_

dés, con sardónica sonrisa contrayénclole sus

menudos labios de cantador de barcarolas

caminaba en la pisfa con dirección a Rosa~

rio, que sin disimular su nerviosismo, se ba.–

lanceaba rí1micamente en su mecedora aus_ triaca. Al pasar junto a la ofendida dama Frixione, con parabólico alarde y sin profe:

rli- palabra, desplegó la albura de su pañUe– lo perfumado de Kananga y se lo llevó a la nariz. Rosario no pudo contener la ira Si sus palabras hubieran fenido poder nu: clear hubieran gasificado al ocurrente caba– llero.

Doña Mercedes, la madre de la que fue– ra esposa de Rubén Daría, tenía por aque– llos lejanos años, una pensión. Era flore– cien±e negocio de seleciísima clientela, nada menos que el eminente tribuno centroameri_ cano Docior Modesto Barrios, ±on~aba sus ali– mentos en el comedor de Doña Mercedes. Fue allí donde Rubén conoció a Rosario.

"Era fan aiurdido -me confaba una vez la da–

ma- que en cierla ocasión., y por caminar sin de–

jar de miranne, fropez6 con una piedra que lo hizo

caer de bruces".

En aquel entonces era también enamo– rado de Rosario, el ilustre político nicara– güense y ex Presidente de la República, Don Pedro Joaquín Chamarra, pretendiente que luega halagaba a Doña Mercedes que no po– día ver ni pintado al otro enamorado, al jo–

venzuelo aquel sin porvenir, sin un cuario

en los bolsillos y que de remate se dedicaba al improductivo negocio de hacer versos. La hija pensaba, no obstante, en otra forma, pues con orgullo :me decía Rosario:

URubén se inspiró en mi para escribix su cuen–

fo PALOMAS BLANCAS Y GARZAS MORENAS, Y la

CABEZA DEL RABI está dedicada a nú. pues yo me

llarao Rosario Emelina y el poen1.a está dedicado a

Emelina, léalo, para que se convenza"

La juventud de Managua se daba cita, como antaño los madrileños a orillas del Manzanares, de lo que Gaya ha dejado cons– ±ancia en un bello tapiz, en la costa del lago. Las noches de luna, con las cercanías de las resedas en plenitud de aromas en los pafios vecinos, por aquellos distantes años del ro– manticismo en plena cosecha, airsían a la flor y na1a del donaire y la belleza de la so– ciedad capi1alina. Y entre rubores que la lu– na escondía, risas que el abanico ahogapa

y suspiros que se llevaban la brisa, damitas y caballeros Se dedicaban a los juegos de prenda. Rosario y Rubén muchas veces eS– tuvieron juntos en esos juegos; y para poder recuperar su prenda, un botón, un alfiler de corbata. un anillo, el poeta tenía que recitar

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