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« Previous Page Table of Contents Next Page »LA ESPOSA NICARAGüENSE
EDGARDO PRADO
Periodista Miembro de lIuestro Cuerpo Diplomático. en el que hu servido ni puis con su acuciosa pluma
de ('scritor.
Y más tarde, como lazarillo de Dios, apa– rece la que más se acercó a llamarse esposa del poeta. Iba a ser la resignada compañe– que se esforzara con rústico amor a mitigar sus desalientos, que cual una lebrela velara sus horas de insomnio y libaciones: la humil– de Francisca Sánchez. La campesina de Na– valsáuz que no solamente fue amante y ocu– pó asiento de esposa, sino que llenó el vacío de la madre que nunca tuvo el poeta, pues, con palabras de Don Miguel de Unamuno "todo amor de mujer es en sí verdadero y en– 1rañable, amor de madre. La mujer prohi–
ja a quién ama".
~Arnó Daría a Francisca? Es innegable. Pero no lo amó como poeta, sino con el sen– timiento natl1ral del hombre que se siente atraído por la mujer con quien va a integrar un hogar rodeado de las cosas triviales, sen– cillas y cotidianas de la vida, sin literatura, sin alma gemela, sin artificio. El claro y normal amor de la pareja del Paraiso Terre– nal.
Antes de Stella y de Francisca, fue Rosa– rio. La garza morena, la del talle juncal, la que embelesaba con su guzla e hipnotizaba con el sortilegio de sus vivaces ojos verdes.
Conocí a Rosario Murillo cuando ya era una matrona entrada en años y el tiempo había borrado y desfigurado los ángulos, li– neas y perfiles de su belleza. Pero era fácil adivinar lo que había sido aquel rostro de hermoso.
En los años que me relacioné con ella
era vehemente, apasionada, agresiva; y así
debió ser desde que nació, trayendo en su sangre el atavismo de una familia ardiente– meníe tropical.
Mucho se ha dicho de Rosario, se ha murmurado, por mejor decir, pues, nadie ha inteniado hasta el momento escudriñar su vida y su innegable presenéia en la del poe– ta nicaragüense. Siendo Rosario un perso– naje central en el drama doliente del poeta, se hace preciso su análisis, cualitativo y cuan– titativo. Rubén como figura genial pertene– Ce a la investigación del pensamiento uni– versal y así también aquellos que estuvieron vinculados con él, que fueron testigos y par– ticipantes de su vida material y espirifual.
Se ha dicho de Rosario más de malo que de bueno o regular, pero esas opiniones, ba– sadas en talo cual hecho, no se han atrevido a escribirlas, quedando en la bibliografía del
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No fue afortunado con las mujeres el poeta Rubén Daría. Este genio nicaragüen– se que revolucionó con su forma poética el verso castellano, que cantó liricamente a cis– nes y princesas, y que en los primeros años de su am.arga juventud escribió madrigales en flor a bellas adolescentes sobre las sedas de sus abanicos, no fue el dichoso amante que podríamos imaginar. En la época en que a Dario le correspondió vivir y sufrir, to– davía las mujeres amaban la poesía, y des– de luego admiraban al poeta. Mas tarde las mujeres prefirieron la bizarría militar y el brillo de la espada y de los uniformes de ga– la. Actualmente parece que la preferencia del bello sexo está por los deportistas y los cantantes de radio y televisión de la "última
ola".
Sin embargo, para dicha de los poetas y soñadores, hay doncellas que aún suspiran con un poema de amor. Y para un poeta, el suspiro que su poema arranca del corazón
femenino, es la consagraci6n.
Darío era feo. De abultada nariz, de en– marañado y abundante cabello bruno en su niñez, de pocas palabras, tímido. Ya hom– bre, cuando la gloria puso en sus sienes lau– reles y pámpanos, su fealdad era hermosa y gustaba de vestir con elegancia. De exquisi– tas maneras y cauto en los ademanes, tenía vanidad por sus manos, que él mismo dijo, elan de marqués.
Pero no precisamente por su fealdad fue Daría infortunado en amores, sino porque ca– recía de persuación para la conquista eróti– ca, con sus ojos soñadores, vagos y nimba–
dos de tristezas, perseguía Huna forma", que
lo hacía contemplativo y ausente. Y esa for– ma era la de su propia poesía. La mujer pa– ra él era la sustancia de su creación, pero sin adueñarse de ella, sin atreverse a verla más qUe a través del sueño. Sus ninfas y náya– des, sus pastoras y princesas nostálgicas, no eran más que imágenes de su fantasía, pre– texto de su poesía enmarcada como en un lienzo de Walteau.
Sabemos quién fue la esposa idealizada del poeta: la dulce Rafaela Contreras, que con la sutileza de su prosa hirió el corazón de Daría. Amor fugaz, idilio truncado por la muerle, relámpago que rasgó los cielos de ensueño del pbeta y que instantáneamente Se apagó, dejando su alma atribulada, pre– guntando a los lirios por aquella por quién Su canto a veces era triste.
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