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li.éramos a la mañana siguiente.
A nuestro regreso al Cayo de Media Lu–
na, tuvimos mucha suerie en atrapar dos pe–
ces grandes, y dos tortugas pico de Halcón. El modo de atrapar una tortuga es algo sin– gular: cuando íbamos remando por el bajío, la mirada de William fué atraída por un objeto distante, hizo una señal a Ben, y am–
bos empezaron a remar de una manera agi–
tada para un lado y para oho, para airás y
para adelanie - todas sus energías concen– tradas en algo en el agua, que yo en vano hataba de descubrir. Al fin, triunfaron en
su empeño, que era de encaminar a la tortu–
ga a un lugar seco; súbitamente William se tiró de la embarcación, y antes de que yo
!TIe hubiera recuperado de lUí estupor, sur–
gió del agua llevando sobre su cabeza una tortuga pico de halcón. La segunda que alra– paran lo mordió severamente, porque el no la cogió de la manera usual, debido a cierta dificultad con que se tropezó. Al pasar por
uno de los cayos, observarnos una inITlensa
cantidad de cierlos pececillos que recogimos porque sirven para un magnífico estofado, y también para carnada para la pesca.
Al llegar al cayo, cenamos muy bien con sopa de tortuga, estofado, y bizcochos fritos;
me recosté en mi hamaca, resuelto a comen–
zar de nuevo al alba. Al salir el sol me hice
a la mar, de acuerdo con las instrucciones del Escocés, con mis dos Indios, que estaban bien familiarizados con las travesías de ese
tipo; pero después de siete horas de viaje,
nos vimos obligados a regresar, porque nos
perdimos debido a que seguimos las señales que habían sido hechas por los cortadores de
pinos; por tanio regresan"lOS donde el Esco– cés, quien al enterarse de nuestro fracaso, se
ofreció como nuestro guía al día siguiente. Tendimos algunas palmas de coco a la ori– lla de su choza, y después de una cena de
perejil y cocos, 8n esperas de mejor suerte al
dia siguiente, yo y mis dos fieles compañe–
ros nos dorrni.rnos tan profundamente corno
si hubiéramos estado reposando en colcho– nes del mas fino plumaje.
Nos levantamos junto con el sol, y parti–
mos con buena disposición, con la esperanza
de obtener una buena comida de parte de los
compañeros del Escocés, con quienes esperá– bamos encontrarnos al otro lado de la isla.
Después de algunas horas de viaje por ma– torrales y elevados árboles, o teniendo que abrirnos paso entre los arbustos, a veces te–
niendo que subir ernpinadas montañas, o
bajarlas cautelosamente, porque eran empi– nadas y ásperas, llegamos a la cima de una de las más altas, a la cual el guía me llamó
la atención, diciéndome que era una nllna
de plata, que de antaño había estado bajo la dirección de un Inglés llamado Sheen, y quién, después de muchos gastos y dificul– ±ades, empezaba a sacarle provecho; desa– fortunadamente para él, los Españoles se en-
teraron de su existencia, vinieron a la isla, lo
echaron, y cerraron la mina; ninguno de
ellos tuvo el valor de mantenerla en opera_ ción, por riedo a la venganza del Inglés. MacMillan (nues±ro amigo Escocés) me ase– guró que el metal enconb:ado era de gran calidad. El sitio en realidad parece haber
sido una n1ina de cierto calibre; está comple_ lamente desierta hasta su base, mientras que
a todo su alrededor se pueden apreciar ris_ tras de árboles de caoba, de pinos, y del no– ble y señorial árbol de Santa María, bueno para la fabricación de mástiles de gran ta–
maño; chirirnoyos y cedros, y una variedad
de otras maderas bien adaptadas para la
construcción de barcos; árboles frutales de
muchas clases, tales como lTIarañones, cirue~
los y peras en bendición. A pesar de que los Españoles, celosos de que los Ingleses se hu– bieran apoderado de la isla, conslantemente derribaban los árboles que necesitaban, y no titubeaban en cortar todo árbol frutal a su paso, para evitar que los ingleses cosecharan el fruto. Es en realidad, una desgracia que
se corÍen los cocos simplemenie para uiilizar la fruta, destrozando así, en pocos minutos lo que ha fardado años en crecer, y sin em~
bargo lo siguen haciendo muy a menudo los Caribes, de Trujillo; y en una visita reciente de un soldado Francés, cortaron como dos– cientos, en una de las parles más bellas de la
isla.
Poco después de pasar la isla desolada, escuchamos el grito de bienvenida "Searpe barrosa" (He ahí el mar) y al negar a la pla–
ya, nos encontramos mortificados con que la
embarcación había partido, y en la arena estaban todavía las huellas recientes de hom– bres y perros, de no más de dos o tres horas.
Cansados y con los piés adoloridos, en vano buscarnos agua para calmar nuestra sed; és–
lo lo sentimos mucho, porque no pudimos en–
couirar siquiera cocos con que refrescarnos
las gargantas resecas, habiendo solo pocos árboles en la vecindad, y ya todos los cocos COn agua habían sido tomados Después de descansar unos minulos, MacMillan observó que sería mejor continuar, porque probable– mente la embarcación había dado la vuelfa a la isla hasta llegar a su cayo; de lnodo que deshaciendo nuestros pasos por una distan–
cia corta, llegalTIos a una vereda nueva y
después de tres horas de viaje por nUlTIerOSOS matorrales y espinales que nos lasceraban ±e– rribleluente, nos enieramos atónitos de que nuestro guía se había perdido; sin embargo,
el firITle Escocés, coniinuaba avanzando con porie lTIsjes±uDso, con un brazo descansando
en un cabestrillo, y los piés chorreándole
sangre, abriéndose paso con la ayuda de su machete en la dirección oue el creía nos con– duciría a la laguna, en la que estaba nues– ±ro "dorey", pero sin éxito. Nuestro en±u– siasmo, sin embargo, se mantuvo despierto
porque constantemente nos encontrábamoS con fuentes de agua, en las que nos detenía-
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