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das esas precauciones no iíenen éxito, por– que los Sambos, con toda la astucia que los caracteriza, se las ingenian para dar con ellos Yo he sabido de pipan±es que salen de la aldea en la laguna de Black River en una expedición, y regresan a los pocos días car– gados de cosas que han sido quitadas a los horrorizados Indios. An±eriormen±e se prac– iicaban grandes crueldades en la persona de esoa desaforiunados, dando el ejemplo el je– fe principal de los Sambos, General X ., quien, cuando necesitaba que Se cons±ruye–

ran casas, o que se corlara algún plantío, en–

viaba a uno de sus ayudantes, para que un número determinado de Indios lo ayudaran. Es±os eslaban obligados a oberecer, y los ayu– dan±es (o mensajeros), lomaban lo que que– lían como pago por el tiempo que habían perdido en ejecular las órdenes del jefe, y si por cualquier razón no Se podía obtener el número especificado de hombres, se lleva– ban a varios muchachitos y niñas, como "al– bas", (esclavos) y se tenía que hace un pago para recuperarlos. Otra exigencia cruel era la de obligarlos a arrancar un número de– terminado de moños de zarzaparrilla en un tiempo deienninado; y si no lo cumplían, 1e–

nían que arrancar más para pagar a los Sam– bos que se veían obligados a hacerlo Tam– bién estaban sujetos a muchas injurias de si– milar naiuraleza. Anies de mi salida de Black River, se recibió un papel del Superin– ±endenie de Belize, ordenando que los Indios no debían arrancar zarzaparrilla o trabajar, o hacer nada, sin ser recompensados debida– m.enie por su trabajo, esta orden fué leída al

general, lTlUY a su enfado; sin embargo, dió

su consentimienio, y al llegar los "Povers" río abajo, les infonné, en el lenguaje Mos– quito que algunos de ellos eniendían, de la orden, por lo cual se alegraron mucho. El Superiniendente de Belize personalmente de– claró libres a todos los esclavos de Corn Is– land V de otros lugares, V el Rey de la Costa Mosquiia puso en libertad a todos los que te– nía, después de 10 cual el General firmó el papel, que proclamaba la liberiad de iodos los que hasta ese día habían sido sus escla–

vos.

Los Indios Poyer±ienen pelo largo neg10 que les cae hasta los hombros, rostros anchos,

ojos pequeños, con una expresión exfraña de

tristeza y docilidad, que predispone al que los ve en su favor. Son bajos, pero muy fuer– les, y capaces de llevar pesadas cargas en las verdes faldas de las empinadas monta– ñas, sin mucha fatiga Se encuentran mucho más desfigurados que los Sambos por el bo– cio, debido, en mi opinión a la falta de sal.

Su amor por la fidelidad y honestidad es absoluto, pero estos, como iodos los de razas salvajes, también sienten predilección por el

licor. Traen a vender zarzaparrilla, cacao,

pimentos, "kinkooras" y varios iípos de gra–

nos para hacer pan, aves de corral, pavos,

paios, etc. que cambian por ollas de hierro,

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navajas, machetes, polvos, balas, cuentas pa– ra collares, etc.

Anies el distrito del Golfo Dulce a Cabo

Gracias a Dios era conocido con el nombre

de Tologalpa, y más al sur, Taguzgalpa. De acuerdo con don Domingo Juarros, en el año

1,600, el emprendedor Andaluz, de nombre Crislóbal Mariínez de la Puerta, llegó a la

cos..l:a de I-Ionduras, desetnbarcando en Truji–

llo, y en una expedición al interior, se en–

con±ró con que el país eslaba muy densa_ mente poblado, y los nativos :muy dispuestos a cambiar la idolairía por el Cristianismo. El joven Cristóbal, sin poder

1 esis±ir el deseo de

convertirlos, comenzó sus labores, yendo a

la ciudad de Gualemala para hacerse sacer_

doíe; pasó sus exámenes con mención hono–

rífica, y fué ordenado sacerdole, y comisio_ nado para llevar la palabra de Dios a los idó– latras.

Pasó muchas penalidades, y dos veCes fué desviado de la cosía de Taguzgalpa por

vientos contrarios, pero resisfiéndose a aban–

donar su e:mpresa, penetró finalmenie en la

región, vía Cabo Gracias a Dios, acon'lpañado

de Juan Vaena, persona de excelente cmác– ter, virludes y cualidades. Los dos se in±er–

naron en ±erreno desconocido, rodeados de

bárbaros, sin más proiección que la de la Pro–

videncia, en un acto de gran devoción a la causa, mucho más heróico que el ponderado

aclo de Corlés, en ordenar que fueran que– mados sus barcos después de su llegada a Veracruz, encontrándose igualmente rodea– do de salvajes, pero con el auxilio que le prestaban sus gallardos oficiales, que le ser–

vían de consejeros, y su.s soldados lisias pa..l

ra hacer que Se cumplieran sus órdenes; ade– más de 10 cual, tenía armas de fuego, que por sí solas sembraban el terror en el áni–

mo de suz enemigos. En cambio esíos eran

simplemente dos pobres flailes, sin oira cosa en sus manos que el Evangelio de la paz y

buena voluntad, exponiéndose en una nación

de caníbales. No puedo narrar este relato en palabras :mejores que las de Juarros, tra– ducidas por el Teniente Dayley- R. N.

"Los misioneros se enconÍlaron en una

playa desierta, sin la menor señal de que la raza humana jamás la hubiera habitado; de

vez en cuando, sin en1.bargo, veían a lo le–

jos uno que otro Indio, que, al percatarse de la presencia de los extranjeros, inmediata– mente huían consten1ados. En esa soledad

pasaron dos días; a la mañana del tercero,

observaron un nutrido grupo de nativos, mu– jeres y hombres, que se aproximaban. Los hombres iban desnudos, con la excepción de

un pequeño taparrabo, piniado en rojo, con plulT\as en la cabeza, y lanzas en las manos;

las Hlujeres también estaban pinladas de ro– jo, y llevaban pequeños delantales por de– lan±e, y guirnaldas de flores en las manos; el úHimo del grupo era un anciano venera– ble de pelo largo canoso. Al llegar a los mi–

sioneros, és±e hizo una profunda reverencia,

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