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y al derecha de propiedad Los guatemaltecos veni– mos a experimentar lo que ero el despotismo hasta que fuimos independientes, y ésto desde el ptimer lustro de nuestra vida autónoma De esta verdad hay

testimonios aplastantes Todavía, a mediados del siglo pasado, el pueblo, y muchos gentes de las clases

sup8riores

f

añmaban Jo dominación española Así lo

Clfit nlClIl escritores imporciales de nacionalidad extran–

jera, que viviet on entt e nosotros sondeando nuestros

pOi eceres y nueshos íntimos sentimientos

Volviendo a las actividades del sabio Valle, ¿no es verdad que asistia alguna razón a los que propu– sieron en el Ayuntamiento que se le glorifacase coma al héroe móximo de nuestra Independencia? Una

vez conquistada ésta, sucedió 10 que pasa genelal– mente en esta clase de movimientos políticos los ver–

daderos motmes, los que han sido cerebro y brazo del

movimiento, se ven eclipsaoos y relegados por los más ambiciosos, por los más despreocupados y charlatanes En el caso que examinamos, {L1~roil Bm runcHa y Moli–

no los que se adjudicaron todo el mérito del triunfo, y

hasta Don José Cecilia del Valle apateció como triun– faclor ¿No habia sido él quien ,eciactara el Acta famosa? ¿Qué mejor prueba de que a él se le debia todo? El Doctor Don José Matías Delgado también, eclamaba su parte en los honores del t¡junfo ¿Cuándo y dónde se escuchó el primer gl ita de inde– pendencia en Centro América? El 5 de Noviembre de 1811 en San Salvador ¿Quiénes figuraran como

cabecillas de ese movimiento? Entre atlas! i el padre

Delgado' Los jesuitas de la vecina república sal–

vadoreña, en su periódico "Cliterio lf

,

publicaron hace

poco un estudio de la pe, sonalidad del Cura Delgado, exhibiéndolo en forma tal, que, políticamente, na se mbe que admirar más, si el aspecto trágico o el g' 0–

tesco de esta figura hislól ica A la luz de nuevos

documentos, demuestt an que precisamente fue este

clérigo ambicioso quien malogró el movimiento de lBl J, po, su tenacidad en mezclar en el asunto de la independencia el negocio de la Mitra, de aquella Mi– tra objeto y fin de Sil vida, por la cual batalló hasta sus últimos instantes ¡Y qué batería la qUe dio el Cura! En el fondo de todos los conflictos y de todas las guerras entre los Estados, se hallaba siempre la Mitra de Delgado i Esa Mitra costó torrentes de san– gre' Al fin se la colocó, a la diabla, por supuesto,

sin contar con el Papa ni con nodic, con lo cuul se rect udecieron las camorras cuando comenzaban a

calmarse Con el padre Delgado se completan los cuatlo Próce,es que han disfrutcrdo hasta la fecha el

rango de héroes máximos de nuestra emancipación política En realidad no son cuatro sino más bien cinco, pues en los cuantOS gráficos que se suelen pu–

blicar cada 15 de Septiembre, aparece una figura central (¿quién lo creyera?), la de ¡Don Gabino Gainza!

El Canónigo Castilla y Don Mariana de Aycinena, apehas si figuran entre los Próceres del montón Fueran relegados a segundo término desde el ptimer

momento, Aycinena no alcanzó ni siquiera una cre–

dencial de diputado en el primer Congreso de Centro

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América Pero pasó el tiempo, se gastaron los valores de relumbrón, el pueblo guatemalteco se cansó de las locLIJ as de Barrundia y de Molino, de las ma. niobras tortuosas de Valle, y le llegó su hora de popu_ laridad a Don Mariano de Aycinena Fue electo Jefe del Estado por uno gran mayoría Pronto se su-po que no aceptaba No era su renuncia de las qUe

suelen presentar los políticos para hacerse interesah~

tes, para ser más deseados, el Prócer tenía motivos

muy fundadas para no querer enhm de lleno en la política Era el único gestor de los negocios de Su

familia, en cuyos bienes apenas le correspondía una

pequeña parte, pues la principal pertenecia al mayo.

razgo, q su sobrino Juan José Su resistencia, POr consiguiente, fue sincera y decidida Pero nada vCl~

lió ante los reiterados empeños de los conservadores

pC1ra quienes eSa elección significaba su arribo al Po~

der, su revancha de las derrotas sufridas en los años

ttanscurridos, y no tenían en sus filas otro hombre, de

igun/es pI estigios, pma sustituir a Don Mariano Ca~

si a empel!ones lo llevaron a ocupar la Jefatura del

Estado Fue éste un empeño suicida, porque tanto los

políticos hondureños como Jos salvadoreños, oborre~

cían a la aristoclocia guatemalteca, y elevar a uno de

sus más calificados miembros a lo cumbre del Poder

era tanto como agitar un trapo rojo frente a un tor~

bravo Los sCllvador eños perdieron el saldo de sere– nidcrd que les quedaba, movilizaton su ejército y se

dejmon venil soble Guatemala, sin anunciar el motivo

ni las finalidades de la guerra, porque eran inconfe– sables Don Mariano hizo frente a la situación can

extraordinaria energía En un momento impl avisó un

ejército, que puso a la disposición del Presidente de la República, Genel al Don Manuel Jasé A, ce, una de las figuras más simpáticas de aquella época Derrotados los salvadoreños en la batalla de Arrazola, tanto Arce

como Ayeinena cometieron el error de continuar la

guerra, la que se prolongó par más de das años, con Un resultado desastroso para Guatemala Como bien se comprende, una guena tan prolongada tenía que consumir grandes caudales Agotadas los disponibles,

fue preciso I ecurrir a los empréstitos forci-voluntarios,

y como Aycinena na podía exigir a los ricos que sus·

cribieran las fuertes sumas que se requerían sin darles

el ejemplo, cada uno de las listas iba encabezada por la suscripción de la Casa de Aycinena Para hacer

frente a estos erogaciones, fue preciso que Don Ma– riano hipotecara, una después de otra, casi todas las

grandes propiedades de su familia Cuando al final de la contienda, el Estada de Guatemala quedó ven– cido por los ejércitos de Morazán, ya era muy poco lo que quedaba libre del patrimonio de los Aycinenas y

ese poco hubo que enajenarlo para cubrir las sumas que exigió el vencedor Sólo la casa solariega y la Hacienda de "El Naranjo" se salvaron del naufragio por se, legalmente inajenables, pues estaban vincula– das al mayorazgo Estas dos propiedades fueron los

que, Clndando el tiempo, devolvieron a sus dueños una

pat te del capital del primer Marqués, pera la Casa de Aycinena no volvió a recobrar nunCa su antiguo es– plendor

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