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« Previous Page Table of Contents Next Page »tal vez estaban jugando el pan de sus hijos Es fre– cuente en lus mesas de ruleta, cuando hay mucha aglomel arión de jugadores, que el banquero se equi– voc¡ue¡ pagando a quien nada debe y dejando de pa– ear a quién le elcbe l.os defraudados en estos casos =-agregaba el Ministro de Cuba- reclamaban tan tímidamente que rclrns veces clan atendidos por el banquero, Y se quedaban tan indiferentes y tan con– formes como si nada hubielan perdido Si esto ocu– lIiera en mi país, se oirían altercados furiosos y no tardarían en salir a relucir las pistolas" j Lástima grande que sólo hayamos heredado cualidades tan
impropias para triunfar en nuestro siglo!
l.o peor de todo es que no se heredan sólo las cualidades sino también los defectos iY qué repug– nante es el de la envidia! Esa envidia que nos
empuja a couliqol nos contra todo aquel que se distin– gue, pora negarle méritos, para regateárselos, para
trotar de anular lo de cualquier modo Esta paSlon es
tan fuerte en nasot! os, que a todo otro sistema polf~
tico preferimos el despotismo, bajo un régimen des– pótico a nadie le es permitido sobresalir y esto nos pOi ece que compensa todos los otros moles de ese sis– tema Por eso es tan peligroso hablar en Guatemala de la existencia de una aristocracia, al sólo meniar esta palabra, hasta las gentes más pacíficas fruncen el ceño y hacen un gesto que quisiera ser despectivo y les I esulta colél ico Pe, o, ¿qué hacer? ¿Cómo escribir la historia de este pais sin hablar de ese factor social que ha desempeñado en el régimen de Carrera
UI1 papel tan importante? ¿No hemos visto que la llamada sangre azul corre por las venas de todos y que sólo conservaron el 110mb,e y el rango de nobles aquellas familias que lograron conservar algunos bie– nes de fOl tuna? ¿Qué es entonces la aristoclacia sino un factor económico?
VIII
EL MARQUESADO
Laarjstocracia guatemalteca no alcanzó más que un sólo Marquescrdo -dice Don l.orenzo Montúfar– luego no se puede hoblor de 01 istocracia en Guate– mala sin incLitrir en el ridículo ¡ Ridículo!, repiten a coro todos los escritoles, y los más biliosos no se con– ten1an con este adjetivo, sino que, ensañándose en la víctima, la llaman nobleza cimarrona, de opereta, de cartón -piedra for rana de papel norado, 01 istocracia falsa, grotesca, lisibfe, apócrifa, in ¡Ay!, ¿por qué no existirán adjetivos quemantes, disolventes, co– 'Iosivos?
¿Y qué culpa tuvieron los apagados nobles de nU8s11
(l 1jet ro de sel tan pobres? Si hubiéramos lcnido aquí más capitalistas, habrían menudeado los Títulos como 811 México y en Lima Los Títulos no son certificados de rancio Clbolengo, sino mercedes que conceden los Reyes a quienes, por la ínfluencio que ejercen en la sociedad, pueden fortificar su Co– rona, y hace muchos siglos que esta influencia se ejer– ce de un modo espécial rOl medio del dinero iOjalá fU8lcm los Reyes tan desinteresados que otOlgaran estas distinciones lltlicamente al mét ita de las perso– nas! Alguna vez lo hacen, ¡ckllo está!, pelO tara vez desinteresadamente por lo gener al se trata de polí_ ticos o de escritores que hon llegado a ser temibles y a quines hoy que tener propicios ¿Qué le vamos ha-cer? ¡Asi es la humanidad'
Los tlobles gU<ltemoltecos fueton siempre modes– tos l.a apología de sus antepasados no la hicieron oílos sino los hijos y los sobr inos de los grandes aristó– cratas de la Corte, que venían a Guatemala a desem– reñar empleos honorificos, como los de Oidores, Tesoreros Reales, Corregidores de las províncias y co– n1andahles de cuetpos militares ¡Hay que leer los memor iales que elevaban al Rey los militares que soli– cifClboh su ven10 pera casOIse en Guatemnla! ¡Cómo se extqsiaban en Iq contemploción de los mé_ ritos de 10$ conquistadores, antepa~adps de la dama Cuya dote deseaban atrapar!.. Y tenían razón de
extasiarse, pOlque ellos bien sabían que los antepasa– dos suyos habian recibido el Título, en el mejor de los casos, por haberle ganado (ti Rey una batalla, una ciudud, una pt ovincia en caso ext, emo [n cambio, a los conquistador es de América debía la Corona algo más que una ciudad, que una provincia, todavía más q':18 un reino j todo ün continente1 ¡todo un nuevo mundo! ¿No merecía un Título Don Pedro de Alvarado que compartió con Her nán Cortés el mérito de la conquista de México; y que, al concluir ésta, em– prendió la del reino de Guatemala, llevándola a feliz tér mino? i Pues apenas si obtuvo un nombra– miento de Adelantado! En cambio, un tal López, mar inero de oficio, se dedicó al tráfico de esclavos, comprando negros en las costas de Africa a vil precio, para luego revenderlos eh la Isla de Cuba con enorme ganancia Hizo una gran fortuna, que multiplicó luego en Barcelona financiando diferentes empresas, y el Rey pagó estos méritos con el marquesado de Comillas y el Títula de Grande de España de primera clase ¿Hay derecho para sonrojar a nuestros nobles con la muletilla de que no merecieron más que un símple Título?
Que a los guatemoltecos no se les conside,ana indignos de las altas distinciones, >está demostrado por el hecho de que todos los que fueron a radicarse a la Madre Patria durante la segunda mitad del siglo pa– sado, todos sin una sóla excepción, obtuvieron un Tí– tulo del Reino y dos de ellos con Grandeza de ESLJaña La primera en recibir un marquesado fue la viuda del General Barrios, Doña Froncisca Apat icio, dama de la aristocracia quezalteca ¡Comprado! -dírá el lec–
tor~~· No tal, ni siquicr a solicitado Doña Fran– cisco, más conocida aquí por Doña Pancha y en España por Doña Paca, se fue a los Estados Unidos a los pocos días de la muerte de su marido Después de una larga estancia en Nueva York, donde fue muy
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