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de Simón Carrera, y de achacarla al descrédito de los principios cristianos por influjo de las ideas que pro–

pagó la revolución francesa, influjo que se hacía sentir

en Guatemala desde hacía ya varios años

IIHay muchos ricos hacendados españoles en este

valle --decía Gage en 1635- pero éstos son gentes

I ústicas y grosetas, que saben más beneficiar las tie–

rras que manejar las 01 mas" Dos siglos después, los

descendientes de estos ricos hacendados cansel van todavía en gran porte su sangre española, pero esta

sangre, preservada con tanta fidelidad, es e[ único te– soro que les queda, pues los más de ellos han perdido hasta los pequeños jirones de las antiguas haciendas que heredaron de sus padres Si los antepasados eran rústicos y groseros en 1635, en 1835 la mayoría de sus descendientes son de una rusticidad 101, que los señores de la' ciudad los tienen por salvajes, y no sólo

por salvajes sino por indios, pues visten como éstos un

:olzón y una camisa de manta de algodón y un som brero de petate o po jo del país En cambio, ya no son ineptos para el manejo de las armas como preten– día Gage que lo eran los viejos hacendados, sino todo 'o contrario Dos años más tarde, en 1837, van a demostrarlo de manera brillante, lanzóndose a una guerra desesperada canto a las autoridades de su país, sin mós armas que sus machetes de labranza y unas

pocos escopetas, YI después de linos meses de lucha,

los veremos formar un ejército bien organizado y pro– visto de toda clase de armas, Que han arrebatada al enemigo, pOI que nadie les ha prestado ni un centavo

en dinero

l

ni un fusil, ni un cartucho j Quién había

de ayudar a estos I/bárbaros JJ

,

si constituían el mayol

peligro para nuestra civilización! i Para los individuos de raza blanca, sobre todo, que índudablemente serían

devorados si llegaban a triunfar estos "caníbales"! Porque estos "indios feroces" eron los que formaban

las hordas que acaudillaba el zambo Rafael Carrera Este mismo cita en sus Memorias los nombres de los principales compañeros de su facción Vicente Cruz, Higinio de la Cruz, Don José María Morales, Coronel Muñoz, Rito Revolorio, Sebastión Beles, Don Doroleo Manterroso, Don Domingo Palencía, Dóvila, del Cid, José de la Cr uz, José María Ordóñez, Mariano Alvarez, González Lobo, Cloro Lorenzana, Don Cecilia Morales,

etc

I

de este último dice que erd su primo y es cierto,

pues por los registros parroquiales se ve que era hijo de Simona Carrera, tía de Rafael, y de José Morales, Quienes se casaron el 22 de Febrero de 1794 De mo– do que no cabe [a menor duda de que estos "salvajes",

"antropófagos ll

,

"trogloditas", eron los llamados " co _

churecos", i los malditos cachurecos!

Los epítetos de salvajes, bórbaros, feroces, hay Que ponerlos a la cuenta de la pasión política, no así el calificativo de indios, porque la gente de la ciudad lo aplicaba de buena fe, juzgando por el traje de los ca– churecos y por el color de su piel, que, el ardiente sol del trópico había obscurecido, aproximóndolo al color moreno de los indios Ademós de que entre ellos un

15 a un 20% eron mestizas o mulatos, con un por– centaje muy bajo de sangre española En cambio, un 25 a 30% eran todavía de pura raza española, y

14

un 50 a 55% pudieran considerarse como castizos

pues, la pi oporción de sangre indígena o africana, ~

de ambos o lo vez, el o pequeño, y en muchos, muy

pequeña

Sobre esta confusión de razas en los habitantes de la parte central de la República, tenemos un testi–

monio curioso en lo que nos refiere el escritor francés

Alfred de Valois, quien vino a Guatemala por e[ mes de Septíembre de 1848, con el cargo de Canciller del Consulado de Francia Algunos años mós tarde y con el tílulo de "Mexique, Havane et Guatemala", escribió un libro donde relata sus impresiones de viaje Al describir el que hizo de Zacapa a esta Capital, cuenta [o conversación que tuvo con el Capitón Morales, jefe de la escolta de lucíos Que le había dado el General Don Vicente Cruz para custodia suya y de su acom– pañante

"El S, Moroles nos hizo viajor po, caminos des– viados que no eran ni nlenos buenos ni mós malos que

los caminos reales, pero como no conocía muy bien

esta parte de la montaña, tuvimos que tomar guias en la aldea que acabábamos de dejar Llegamos 01 cabo de una hora de marcha sobre un terreno elevado y

llano, arriba del cual se elevaban algunas casas Yo me mOl ía de sed y me adelanté a la puerta de uno de

ellns para pedir un poco de aguo Una joven de quince años, bella, casi blanca y vestida muy limpia–

mente, me trajo un guacal lleno de chicho

-No bebas aguo, me dijo, bebe lo que te doy Ella tenia ojos azules, cabellos rubios y sus meii– 1I0s eran lO'adas

--¿Esta muchacha tan bonita, es india?, pregunté al SeñOl Morales

-Sí, Setior, me respondió Hay en estas mon-

tañas una raza muy bella que es casi blanca y que vive mucha más confortablemente que los indios del

otro lada Estas gentes son dulces, cultos, obsequio–

sas, se casan entre ellas y viven casi todas en familia

/-Iay cuatro o cinco caseríos sobre este terreno Se

llaman los habitantes hijos de caciques

-iOiablo!, pero es entonces una princesa la que

tengo delante de mis ojos, sabe usted, señor Morales? -Sí, se dice que los Caciques eran los príncipes del país

Oevolvi a lo joven su guacal vacía y le pregunté

como se llamaba

-¿Por qué quieres saber mi nombre?, me dijo -Paro ver si es ton dulce y tan hermoso como tu

rost,o, mi bella niña

-Yo me llamo Luz, y tú, ¿cómo te llamas? -Tú tienes un nombre magnífico, yo, me llamo

amigo

Atravesamos las aldeas de los Caciques y llega–

mos en la tarde el cortijo de la Savaneta Este cortijo, que pertenecía a un ex-Ministro de Guatemala, estaba

entelOmente abandonado, no pudimos encontrar allí

más que algunos indios, que consintieton con gran di–

ficultad en darnos alojamiento Estas pobres gentes estaban muy asustadas de ver entrar a sus casas hom– bres armados y que pertenecían al ejército insurrecto Cuando se piensa que todo este desorden de los

(Ominas, que todos estos crímenes cometidos por indios

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