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la capital can el nombre de barrio de Candelaria Su oblación habia aumentado notablemente, pues los

~ 668 habitantes que contaba en 1773 (según los datos publicados por Pedro Pérez Valenzuela en su intere– sante libro sobre "La Nueva Guatemala de la Asun– ción), se habían convertido en cerca de 5 000 Ha– biendo emiglado al centro de la ciudad todas las

familias acomodadas, no quedó en este barrio mós que gente pobre

l

en su mayoría artesanos o jornaleros

De suerte que a pesar de ser tan pocas las casas bue– nas construídas en la Ermita, a la hora de venderlas

no se encontraron compradores a pr~cios razonables y

SUS dueños tuvieron que enajenm tas. por cantidades

irrisorias Por lo menos así aparece en la escritura

que el 22 de Enero de 1800 autorizó el Escribano Real Don José María Martínez de Zeballos, en la que consta que Don Fernando Palomo de Rivera y Manrique de Guz món , a nombre de su tía Doña Antonia María Manrique, traspasa a Miguel Can era su casa de la Ermita, cuya órea mide 45 voras de frente por 51 de fondo, y por la suma de 300 pesos plata Cuando aún no había sido destruída por los ¡erremotos de 1917-18, se le conocia en el barrio por coso de las Turcios, apellido de la segunda esposa de Miguel Ca–

rrera, que fue quien más la disfrutó, pues él murió a

los ocho años de haberla adquirido.

*

El 3 de Agosto de 18Q5, poco antes del amanecer, el viejo Miguel Carrera, instalado ya en ~u nueva y

magnífica residencia, recibía fa visita de varios de los

principales vecinos del barrio, a quienes había invitado para una boda que iba a celebrarse en la iglesia parro– quial antes de la misa de seis de la mañana Aunque de su casa a la parroquia de Candelaria la distancia

no era mayor de trescientos pasos, apenas habían

sonado las cinco cuando ya la familia Carrera, seguida de sus invitados, se encaminaba al templo Al llegar al atrio, fueron saludados por los numerosos campesi– nos que les esperaban desde hacia ya largo rato Procedían éstos de las aldeas circunvecinas, y la ma– yoría de ellos estaba emparentada con la familia Ca–

rrera y con sus acompañantes, pues tanto unos como

otros eran nativos del Valle Bien acreditaban todos su origen campesino al llegar can tan excesiva antici– \lUción al acto que allí les congregaba Afortunada– mente no les faltaban motivos de conversación para entretenerse mientras abrían las puertas de la iglesia, la época los brindaba a profusión, siendo uno de las más interesantes que ha vivido la humanidad De lo Madre Patria llegaban noticias importantísimas sobre los últimos acontecirnientos de la Europa, entregada

~?s que nunca a los furores de la guerra por la ambi– Cian Insaciable del Emperador de los franceses Se esperaba pOlo muy pronto una batalla decisiva entre la :scuadra inglesa y las escuadras combinadas de Espa– na y de Francia ¿Cuál sería el resultado? Si triun– faba Inglaterra, ¿cómo podrían mantenerse nuestras comunicaciones con la Península? ¿No acabará

:s~ ~opoleón por apodera·rse de la Monarquía espa–

~o a. ¿Qué será entonces de estos reynos? . . <Se harán independientes como los Estados Unidos?

¡Cuidado.! Estos ternas políticos son muy expuestos a chismes y a delaciones ¿Y para qué hablar de política si o la vista tenían el espectóculo magnífico de la edificación de la ciudad, temo inagotable de comen– tarios? Las discusiones no tardaban en empeñarse sobre cuól Ilegaria a ser mejor, si el templo de los do– minicos o el de los franciscanos, el de la Recolección o el de la Merced ¿Tendrán razón los que sostienen que la nuevo catedral no será ni tan grande ni tan be– lio como la de la antigua metrópoli? En otros grupos se hablaba de asuntos del campo ¿irá o con– tinuar indefinidamente el alza de los terrenos? _ Muchas de los propietarios del Valle non perdido la cabeza y han vendido sus tierras, para luego no saber qué hacer con el dinero o para invertirlo tontamente, como este pobre Miguel, que ha enterrado un capital en la casona que venimos de admirar. ¡Ya todos quieren vivir como señorones! j Y todo por la vanidad de las mujeres! Aquí la oportunidad para los vie– jos de lamentarse por la perversión de las costumbres,

an1es tan sencillas¡ lan aust8ras¡ tan cristianas, ¡y

ahora! ¡Qué relajación!, ¡Qué inmoralidad!

i Cuándo se había visto una desvergüenza semejante a lo de esta boda' ¿Qué necesidad había de este es– cándalo? Ahora se vé claro la liviandad en que han caído nuestras mujeres por el mal ejemplo de las capitalinas por atrapar un novio hacen tantos avan– ces o los hombres, que ya no extraña que uno como

éste, serio

l

retraído, hUi año, haya caído en tan grave

falto, siendo sobre todo tan leligioso y tan devoto .. Las mujeres desde su llegada habían formado círculo aparte, departiendo alegremente sobre temas que ignoramos, pues lo única noticia que ha llegado hasta nosotros es que hablaban todas a un tiempo ¿Quién de ellas era la novio? . Por el traje no era fácil descubrirlo, pues todas vestían de menga/as, va– riando solamente los colores y las calidades de las telas.

Cuando llegó el momento de penetrar en el tem– plo, un hombre que había cumplido ya los 38 años, de mediana estatura, bien constituído, de tez blanca tos_ tada por el sol, ojos claros de un color entre verde y castaño, cabello y barbo de un rubio rojizo y vistiendo el traje del campesino endomingado, se acercó tími– damente al grupo de las mujeres, y dirigiéndose a una moza que podía ser su hijo, pues no había cumplido aún los 19 años, la tomó de la mpno para conducirlo

01 altOl Pudo verse entonces que el hombre serio, hUI año y devoto no había hecho ton mala elección, a pesar del GOlor excesivamente moreno de la doma, de un moreno sospechoso, y o pesar también de unos la– bios muy gruesos y muy abultados y de unos cabellos

neglOs de menudos quiebres, no menos sospechosos,

pero al lado de esto unos ojillos encontrados, vivos, su–

gerentes, y por momentos imperiosos, apremiantes,

indemnizaban aquel rostro de la ordinariez de las fac– ciones Al incentivo de su mirada hacía honor un cuerpecito ágil y nervioso y sólo temporalmente defor– mado Cuando lo feliz pareja atravesaba la nove de la iglesia, los pocos burgueses que habían acudido al llamado de la pI imera misa, clavaban sus ojos en la novia y ninguno dejaba de sonreír maliciosamente Dejemos murmurar a estos indiscretos y, mientras duro

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