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de la emoción que experimelllOl la la Gobel nadara, en

tanto otr os juzgan que fue intencional y que al esco–

ger pata su firmo el desconsolador cognomento de La

Sinventwa , como queriendo no ser conocido en ade–

lante sino con él, expresoba no sólo inconformidad¡ sino una espec.ie de I ebeldíu con la voluntad divina, que pronto tendría SLl merecido castigo, opina el his– tOl iador Don José Milla

Los vecinos sobrevivientes de la ca'lástrofe que desll uyó la pequeña ciudad -la segunda GUCltemala que Jorge de Alvarado fundOl a en el plácido valle de Almolonga, (Ji pie oc los volcanes de Agua y de Fue– 9 0 -, en lu aciclgcl noche en que p8reció Doña Beall iz, impulsados por fanéltica indignación contto ella, con– sideraban que In catástrofe no 81C1 sino un castigo del cielo por las manifestaciones di:': loco 01 quilo y pOI Jas expresiones de inconformidad qlle había pterctido al conocer lu muerte de su marido Imbuídos en tal creencia liegO! on a sugeril muchos l que el cadáver da lo GobelllaclOJ a, rescatado del fango diluvial, debia sel anojado a los penos, corno el de lIno nlleVa Jeza– bel Y tal vez habrion manchodo sus manos con el impar donable desacato, a no set por la intervención del bondadoso e ilustl ocio Obispo Don FI ancisco de Manoquín.

Desde el Jueves 8 de Septiembre de 1541, infor– man los cronistas que llovía diluvialmentc, sin interrup– ción, como ocurre hasta ahOlo en algunos años de los sectores aledaños al Pacífico, en todo el Istmo Centro– americano, cuando se pt aducen las prolongadas y te– midas lluvias que el vulgo llama "vendavales" El sábado, dos horas después de habel anochecido, según unos, o dos horas después de media noche, según atlas, COIl estluendo inusitado bajó del volcán de Agua una tonencial avenida que arrastraba piedras, árboles y cuanto encontraba a su paso Pronto la pequeña LII be fue invadida pOI el pavoroso torrente, aglavado con la obscuridad de la noche Las casas que quedaban en las faldos del volcán, entre las que estaba la de la Gobernadora, fueron la más amena– zadas En ésta, en una pieza baja que tenía una ventana sin rejas que miraba a la ['laza, se alojaban dos capellanes quienes al vel que el cuarto se inunda– ba, saltaron [lar la ventana, siendo anastlados por la con iente. Medio muertos {ueron 1 escotados cerca de la casa del Obispo

de los patios y del huelto había caído y las aguas con ían libl emente hacia afuera Doña Beatriz

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no considel ándose se9ura en su alcoba con las compqñe– lOS que pudielOn llegar, entre ellas la pequeña Anico y algunas de los damas españolas, avanzaron hqsta la copilla recién constl uída en el sector que consideraron el más segulo de palacio pOI ser el más alto Pero SllS pOi edes Iesultaron débiles ante el embate de las ClgllClS y habiéndose lesqueblajado un tramo, se des– plomó el techo sable las desprevenidas mujeles

Las infortunadas víctimas que perecieron llevadas pOI Stl eXlremada lealtad hacia la adolorido mujer Iccién designada Gobernadora de Guatemala, o la cual hadan compoñía en esa noche que paro ellas no tuvo etrncmecer y cuyos nombt es la histot jo ho rec.ogido

J {lIeron Juana ele Alteaga, Luisa Renteros, Josefa de ICI CClva, MOl iquita Alonso, RClfaela Degollado, Joa– qllinCl Villacreces, Luz Lucientes, Moría Juález Villo– tal Catalina Mejía, Serafina Lugo

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Isabel Rosas, Juana

rU\~ntes Rioja, i\'latgarita Palencia

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Eduvigis Lados y

J\~agdalena BOInqueto Con ellas perecieron también I\nica, hija del Adelantado, y algunas mujeles de la sel vidumbl e tn el epitofio colocado sobre la tllmba de Doña Juana de Al teoga, en la caiedral primitiva de la Guatemalo de Almolonga, había el et ror, onota el historiador Juarros, de afiJ mar que aquellas damas ho[)ían muel to a causa de un tel remoto

El primelo que trató de llegar a la deshecha constl ucción en auxilio de las víctimas fue el hel mano de Beatriz que vivía en la vecindad

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quien al oír el luido de! desplome, apoyándose en una lanza a modo d8 pértiga, solió pOI encima de las paredes del ruídas de SllS corrales, donde distinguió un bulto en lo obs– curidad, que Jesultó ser un caballo Cabalgó en él, pela no pudo llegar, pues también le arrastló la co– n ienle y apenas pudo salvarse al ser detenioo en unos maderos cruzados en la calle, donde pasó muchas hOlas

El Obispo Malloquín informoba después que 60 indios de servicio perecieron esa noche en casa de Don Francisco de la Cueva, lo que da idea de la magnitud de la catástl ofe

Uno ele los regidoi8s, Junn Pé¡ez Dmdón, y el Ohispo también pretendieron ir en auxilio de la Go– bernadol a, pela inútilmente

Cuando al clarear el alba y amainada la lempes– tau pLldiolOn llegar a la den uida capilla, ya que en la cClsa a nadie encontraron, intuyeron la realidad de la dolorosa lragedia

El palacio -llamémaslo así- quedó sin más hombres que los tímidos indios de sel vicio y un viejo

pOI tero Doña Beatriz, 01 escuchar el ruido de las aguas desbocadas que hacían lemblOl la tiell a, dicen que envuelta en un cobertor salió de su dormitorio y

~?mó a las doncellas y amigCls que le hacían compa- Fntre las mujeles que se salvOlon milagrosamen– nto y a la servidumbre Entre las primeras se conta- 1e estuvo Leonor

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glacias a no habel avanzado a llegar ban Leonor y Anica, hijas naturales de su difunto a la capilla y haber sido arrastrada por la con iente esposo, dos hijas de Jorgo de Alvmado y otras señoras hasta las afueras do la ciLldad, donde le fue posible principnles, algunas de las cunles correspondían al detenerse asida de las ramas de un árbol Otras, en glUpo que con ella vino de España Al acudir a su cambio, pudieron salvOlse glacias a los cordeles echa– lIatnado

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encontráronse con el torrente que inundaba dos por algunos vecinos, desde sil ios seguros donde los patios y la planta baja, habiendo sido arrastradas habían alcanzado a refugiarse Tal fue el caso de algunas señoras, pues las paredes que cercaban parle Juana Céspedes, Melchora Suárez y María Armijo

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