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« Previous Page Table of Contents Next Page »8lelon en verdad muy interesante, pero que no invalida en nada Jas declaraciones hechas anterionnente á propósito de los volcanes de Nicaragua, todos aislados de la cordillera. En toda la pequeña sierra que se extien– de á lo largo del Pacífico, nada indica la pre– sencia de vetas metálicas, y si por casualidad se encuentran, es en el estado de vestigios, que no tienen sino un simple interés minera– lógico, y sin ningun porvenir industrial.
Al contrario, del otro lado de los lagos, aquellas vetas ya en relacion con el axis del sistema montañoso hondura-nicaragüense, pueden tener algun valor, puesto que hacen parte del gran alzamiento central de que ocupan la pendiente occidental. En varios punios, los relieves del suelo son todos meta– mórficos, y aun, á veces, aparece el porfidio reciente como precursor de las rocas primiti– vas que constituyen el esqueleto de la cordi– llera vecina: el azogue, por ejemplo, es uno de los metales ya frecuentes en toda esa zona.
Pero, desgraciadamente, la fonnacion de la segunda línea volcánica, de que hemos hablado, ha trastornado toda aquella banda comprendida entre los lagos y la cordillera, y las deyecciones de toda clase que cubren la mayor parle del suelo impedirán, quizás pa– ra siempre, los descubrimientos m.inEjralógi– cos en esta parte de la República. En cier– ios punios las cenizas se han extendido en capas tan perfecfamente horizontales, que las aguas no encuentran desagüe, y no pueden salir de allí sino por evaporacion. Se forma entonces una "ciénaga", disposicion del sue– lo particular á la América volcánica y muy inferesante bajo todos conceptos.
La ciénaga sería un pantano, si el suelo fuese arcilloso ó peñascoso, pero, compuesto de partículas yuxfapues±as, sin cohesion, y, por consecuencia, muy permeables, las aguas se infiltran entre ellas, llegan hasla el fondo de estos sedimentos de extraña clase que un naturalista ha llamado "sedimenios ó seco", y se acumulan allí durante la estacion de llu– vias. Despues se elevan poco á poco hasta la superficie del suelo, cuya materia consti– tuyente fiene por decirlo así, en suspension. Se concibe, pues, que, en este estado, la cié– naga debe ser intransitable: es un océano de lodo profundo. Luego viene la estacion se– ca, durante la cual los rayos del sol que no atenua ninguna hoja, vienen á absorber el agua hasta en las úHimas capas, y obligan así esÍe terreno ligero y especial á henderse en todos sentidos, presentando á cada paso grietas, que, á veces, Henen un pié de ancho y algunas varas de profundidad.
Estas ciénagas ocupan vastos es~acios,
y son en todo tiempo un obstáculo seno pa– ra la circulacion. Absoluiamente inútiles, presentan el aspedo de la desolacion: algu– nos arbustos torcidos y sin vigor, jicaros, cactos y una yerba rasa como el liquen, hé aquí todo lo que puede crecer en algunas
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pulgadas de fierra vegetal, ennegrecida y apestada por la acumulacion de las sales or– gánicas de que no se purifica nunca. Los animales, como tambien el hombre, apresu– ran su camino al atravesar esos horribles de– siertos, donde reina un silencio de muerte.
¿Significará esto que la ciénaga haya de ser condenada en el porvenir, como lo es en el presente'? Es p!8rmifido esperar lo contra– rio, y se puede creer con algun fundamento que, en caso de un aumento considerable de la poblacíon, un "drainage" especial permi– fiera al menoS cul±ivar en ellas el nopal de la cochinilla 6 praderas artificiales. De to– dos modos, esta operacion facilitaria la cir– culacion, y, á faHa de un cul!ivo adecuado, la selva se apoderaria de estos terrenos y crearia, con el tiempo un suelo nuevo, propio para todos los cuHivos.
Esto nos recuerda que no hemos insisti– do lo suficiente sobre aquella form.acíon de la tierra vegetal en la América intertropical. Sobre amontonamienios de pedruscos, que presentaban á veces enormes honduras ó realces, han crecido al principio musgos hele– chos y todas esas plantas cuya semilla im– palpable es llevada por los vientos. Sus resi– duos, acumulados han llenado algunos in– fersHcios, en los cuales han podido germinar semillas de bejucos ó arbustos, llevadas, las mas ligeras por el viento, y las mas pesadas franporfadas en el estómago de las aves fru– gívoras, ó por cualquier otro de los mil mo– dos tan interesantes que la naturaleza em– plea para el trasporte de las semillas. Los restos de aquellos arbustos han fonnado un detritus mas esposo, mas suculento, en el cual han podido implantarse y desarrollarse ve– ge±ales de dimensiones regulares. Estos, á su turno, han cedido el lugar á árboles de mayor tamaño. Conviene observar que la fuerza exfraordinaria que el sol y la hume– dad comunican á la vegetacion bajo los tr6– picos abrevia tambien la vida de las plantas, ademas, los mas grandes árboles, aquellos que por su desarrollo lenlo y la dureza de su parte leñosa parecen destinados á vivir eter– namente, perecen sin embargo con una pron– titud relativamente espantosa, bajo los es– fuerzos combinados de los bejucos, de las pa– rásitas y de los insecfos de toda clase. Y co– mo muchos 11.0 necesitan mas que una super– ficie muy reducida para crecer con vigor, se sigue, de todas esas causas reunidas, que los relieves mas exagerados del suelo se nivelan muy pronto, y desaparecen bajo las capas es– pesas de una tierra vegetal tan excelente que pudiera muy bien exporiarse y vende!se co– mo abono.
Tal es la marcha, visible aun en nues– ±ros días, de la formacion de esta tierra vege– tal americana, que Se presta, sin abono y ca– si sin trabajo, á toda clase de cul±ivos, y re– compensa con resul±ados maravillosos el mas pequeño esfuerzo del hombre. La teoría que
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