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que fopográfica–

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gisfrado hasfa ahora muy pocas desgracias. El agua es tibia, la ola corfa, el! vienfo znode– rada por lo regular, salvo cierías épocas bien conocidas. El calor, inCÓ1TIodo de dia por causá de la reverberacion de la superficie, esfácompensado por la esplendidez de las noches; el horizonte está se:ml;>rado de ver– des islas, y, se percibe entre los volcanes el perfil de la pequeña cordillera que separa los lagos del mar.

El corazon se oprizne involunfariamenfe bajo el peso del silencio de muede que reina sobre fodas estas znaravillas. Se quisiera, en medio de lanfos elementos de riqueza y pros– peridad, encontrar ciudades populosas, ver el humo de las fábricas, oir el pito de las loco– znofivas. Los bosques deberian ceder el lu– gar á grandes explofaciones rurales, las fal– das de los cerros, sembrarse de alegres casas de caznpo y el hodzonte de los lagos llenarse de cenlenares de vapores. Es imposible que, temprano Ó tarde, las ventajas, inauditas de una disposicion topográfica tan excepcional– mente favorable no atraigan ;hácia N~cara­

gua las dos cosas que le faltan: poblac10n y capital.

La znárgen occidental de los lagos es el

umbral de la parle civilizada de la Repúbli– ca. Aquí están las ciudades Pl1incipales, con sus calles que Se cruzan á ángctlo recto, alre– dedor de una gran plaza sin 'sombra; aquí ±ambien esián las hac~endas de cacao, café, añil, e±c, que forman la base de su agricul– ±ura industrial; los bosques, casi raquíticos en comparaeion de los del declive oriental, indican de cual1±os en¡¡;ayos y desmontes han sido el teatro.

La pequeña sierra que el viajero Hene que a±raves¡:tr para llegar al Pacífico presen– ±a varios desfiladeros bajos, cuya ascension es apenas sensible. Del afro lado, el país e~

znas vírgen y mas despoblado pero no és mas que una banda Ell3trecha, y luego el rui– do de una resaca retumbante anuncia el mar. Cuando uno confempla:; desde el remate de algun promontorio, las olas de la "Tasca" asaltando ±umultuosamenfe la base de los acantilados que orlan la costa, se explica di– fícilmente como Se ha podido dar el nombre de Pacífico al Océano que ciñEil á lo lejos el horizonie, y es preciso haber rlavegado á lo largo sobre esta luminosa ruta de la antigua China Ó de la jóven Australia para reconocer la exactitud de la denominacion.

Tales son, á vista de pájaro, los rasgos pinforescos mas notables de cada uno de los declives de la cordillera nicaragüense. El viajero que entrara en el país por el lado del Pacífico encon±raria los mismos caracteres, pero en órden inverso.

Hemos explicado ya lo

menfe es la fierra calienfe, templada ó fria. Acabamos de ver que la fierra caliente, por el lado del Pacífico, confiene mas de la mi– iad de la poblacion actual de la República, que la cultiva en su mayor paríe. Aquí es– tán las mas grandes aglomeraciones de ciu– dadanos, los mayores capitales, y por ciedo aquí está concentrada la existencia política del pals. Los departamentos situados en la fierra templada están, por faHa de carninas, en un estado de aislamiento que impide su desanollo industrial y aun intelectual.

Es±a preferencia dada por los poblado– res españoles á la tierra calienfe del Pacífico fué debida, no solamente á la feríilidad del suelo y á la facilidad que los lagos y el mar presentaban pa;-a las comunic~ciones, .sino que tambien fue la consecuenCla del chma, el cual, aunque caliente, es de una salubri– dad incon±esiable y no presenta el menor im– pedimien±o para la aclima±acion inmediata de Europeos.

Por el contrario, en la tierra caliente del Aflántico las lluvias, mas abundantes y fre– cuentes, ocasionan enfermedades que hasta ahora han alejado y alejan la colonizacion. El lodo se opone á la circulacion y á la con– servacion de los caminos. La fertilidad ex– ±raordinaria del suelo está, por decirlo así, nlllificada; los tru±os de la lierra se pudren en parie antes de llegar á su madurez. Esos inconvenientes Son muy sensibles por lo que ioca al valle del río San Juan, valle que, por su posicion, parece deslinado á un halaQÜe– ño porvenir. Sin embargo, este inconvenlen– ±e de las lluvias constituye lo que se pudiera llamar un círculo vicioso. En efedo, la cau– sa del exceso de ll'4via esfá en la ex±ension y la espesura de las selvas, es clecir, en la faIfa de colonizacion, y sin embargo, los bosques no pueden desaparecer sino por esa misma colonizacion. De fal modo, que sé acabarán las lluvias excesivas y las enfermedades, so– lamente cuando se haya empezado á colo– nizar, no obstante las lluvias y otros inconve– nien±es que son 1& consecuencia de ellas. En±re aquellas dos zonas de tierra calien– te, la del Pacífico y la del Atlán±ico, se eleva el conjunto mon±anoso que las separa; en sus faldas y mesetas Se encuentra la tierra ±em– pIada, y en las cumbres, la fierra fria. En ambas, la temperatura experimenta una dis– minucion considElrable, y si el mediodía re– cuerda todavía que el país está entre los ±ró– picos, en ca;rnbio las noches son bastante frias para obligar á cubrirse formalmente. De modo que la aclima±acion en ellas carece absolutamente de peligro, y aun Se efectúa sin período transitorio de malestar.

La tierra tElmplada deberia, pues, ser la 1egion por excelencia en que se desarrollase el espíritu de empresa. Desgraciadamenfe, su alejamiento de la cosfa del Pacífico hace que fenga, como el declive del Atlántico, el inconveniente de lluvias excesivas que, si no

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