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« Previous Page Table of Contents Next Page »hoigadamente todos los opiniones, su corazón republi– cano llevaba lo tolerancia a un extremo exagerado, pe– ro nunca censurable, que su tranquila conciencia jamás hubo de mancharse con la sombra de una accián que no fuera sana y recta Y si provisto de estas ar– mas de honradez que aseguraban el éxito, no se lanzó decidido a lo int, incado de la lucha, fue porque siem– pre temió que del chapotear del lodo, salpicara alguna mancha su blanca toga de armiño Enamorado de
Minerva, oscuro sacerdote de su templo, sentía aver– sión por Selona Pero si lo salud de la patria exigía el sacrificio, celebraba desde lo más íntimo de su sen– timiento, la conciencia' del deber y la altivez del civismo Por eso no trató él jamás de reprimir los impulsos de aquel su hermano querido, -el inolvidable don Félix MOlales-, que, con la exaltación del partidario, se movió siempre humilde, pero honradamente, en los círculos polí1icos, y que no escatimó nunca su coopcla– ción cuando la creyó necesaria en la lucha pacífica, con su activa propaganda, en los momentos del peligro, con el
QI ma 0\ brazo
Sus habituales ocupaciones le impidieron casi siempre desempeñar los cargos públicos a que su ho– norabilidad y demás recomendables cualidades le tra– maban Sólo una vez sirvió el cargo de Regidor de la Municipalidad de Managua, y otra, en 1871, el de jura– do Por idéntica causa estuvo siempre exonerado del servicio militar En dos ocasiones, sin eml1argo, la
festinación del momento o el excesivo celo de jefes militares subqlternos, fue motivo de que prácticamente Se demostrara por las autoridades superiores, el aprecio que siempre mereció el maestro En la primera de dichas ocasiones, ya reclutado en uno de los cuarteles de la ciudad, y tan luego como se tuvo noticia de su presencia en aquel lugar, devolvió le en el acto la liber– tad, tras las explicaciones del caso, el hoy General don Hipólito Saballos, en la otra ocasión a que nos referi– mos, el año de 1858, fue excepcionado expresa y ter– minantemente por el Dr don José Gregario Juárez,
éncargodo temporalmente del Poder Ejecutivo, mien– _tras lbs Generales Jerez y Martínez se ocupaban en el osúnto dé la eterna cuestión de límites con la Repúbli– ca dé Costa Rica
En creencias religiosas, como en materias políti– cas, no obstante lo profundo y arraigado de sus firmes convicciones, la tolerancia del maestro fue una nOl ma de conducta no quebrantada jamás En esto como en aquello procedió siempre lo mismo, era su modo de ser, no había aspereza ni sinuosidades en aquel carác. ter terso como la superficie de un espejo El sabía que la imposición envilece, y no había de prestarse, por lo tanto, a secundar sus propósitos, ocupado como esta– ba en la labor incruenta de levantar el pensamiento al nivel de la conciencia, y la conciencia a la altura del deber
El maestro fue, como todos lo sabemos, un cle– yente fervoroso. No era fanático ni podía serlo Profesaba la doctrina predicada por el Justo para la rehabilitación del hombre, y estaba firmemente con– vencido de que la religión es el primer elemento para prevenir los delitos, moralizando a los pueblos ¿Por qué, pues, había de abstenerse de profesar sus doctri– nas? ¿Por qué había de negar la fe que se anidaba en
el fondo de su corazón? ¿Habrá quien le aCuse por ello de haber vivido, como se ha dicho de otros, con la cara vuelta atrás? Oh! no Recordamos haber leído en alguna parte, que libertad y ateísmo son dos pala– bIas que se contradicen El absolutismo desprecia a Dios, porque lo que necesita son esclavos, la libertad busca a Dios, parque lo que necesita son hombres libres.
y ¿qué es lo que forma los ciudadanos? Dos senti– mientos inseparables el del derecho y el del deber
¿Y qué derecho puede concebirse sin tener en el cielo un padre universal? Y ¿qué deber puede pretenderse sin que exista un juez que falle entre los hermanos que litigan?
Hay quien opina que la ignorancia es inocencia en dulces temperamentos y con hábitos tranquilos, apre– ciación que envuelve una censura a los esfuerzos con– tra la barbarie El maestro, a su turno, aseguraba que la instrucción es peligrosa, si el que debe recibirla no tiene religión, que la educación carece de efecto si no está basada en la moral cristiana, y que el castigo más riguroso quitará los medios de violar la ley, pero
no alcanzará al ateo para producir su corrección Estas convicciones estaban profundamente arraigadas en su conciencia, circulaban con la sangle de sus ve–
nas, ardían en su cerebro, latían en su corazón, y de aquí el particular empeño con que él atendía a esta faz importantísima de la educación del niño, a despe– cho muchas veces de las restricciones que le imponía la suspicacia oficial La virtud preconizada, la moral en
acción, las prácticas religiosas ocupaban lugar de pre– ferencia en su modesto programa de enseñanza El
maestlO no perdía oportunidad para dejar caer la se– milla de la religión en el tel reno virgen que con fe apostólica cultivaba Sus disdpulos asistían frecuen– temente al templo bajo su inmediata inspección; y,
conclLiidos los oficios divinos, conducía los de nuevo al recinto de la escuela, donde les explicaba los más minuciosos detalles de las místicas ceremonias que ócobaban de presenciar, infundíoles con sus sencillas explicaciones el sentimiento de la religión, de las obli– gaciones pOi a con Dios, se extendía a los deberes para con la patrio y la familia, la moral, la urbanidad, las doctrinas del cristianismo, todo cuanto estuviera mós o menos conexo con el acto sagrado a que se acababa de asistir, componían el tema de estas modestas con–
ferencias, explicadas en lenguaje claro, sencillo, ade cuado 01 objeto saludable a que tendían, y salpicadas de oportunas observaciones, de preceptos y cansé jos que tenían por fundamento [a máxima de "no hagas a otro lo que no quieras para tí mismo", que es la prín– cipal base sobre que el orden descansa.
En sociedades formadas para la vida cristiana, Jos hombres se acostumbran a amar la religión, a prac– ticar la virtud, a obedecer la autoridad, a reprimir ese
ahinco por los intereses privados, que rebaja y enerva
la naturaleza del hombre El maestro, indudablemen– te, estaba convencido de semejante verdad, y esto eX– plica su plausible proceder Alguien ha aconsejado que se empleen todas los armas que la sociedad pueda esgrimir, llegado el caso, en defensa propia, pero que la primera sea el trabajo El maestro decía -Em– pléense todas, sí;, pero que la religión sea la primera El obrero más activo podró ser un buen obrero, pero si
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