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al parecer, o poco menos La modestá casa del maes– tro era demasiado estrecha para contener desahogada– mente aquel considerable número de alumnos, había, pues, que conciliar con la absoluta falta de tecursos este nuevo inconveniente La necesidad fue siempl e para Gabriel Morales, como para Pestalozzi, una musa inspiradora El maestro, en aquel caso, ayudado por algunos de sus discípulos y por uno que otro entusiasta padre de familia, -de esos que en medio de su hu– milde condición, no tienen más que sus brazos y una firme voluntad para cooperar a una obra meritoria-, propónese construir una espaciosa em amada, que sombree parte del patio interior de la casa, y haga asÍ' más espacioso el local para la escuela Pronto queda concluído aquel trabajo, y el maestro se ve libre del dUla trance, que por un momento pareció amenazarle, de tener que cerrar sus puertas a los que lIegarun a él en busca del pan del alma La dificultad estaba ob– viada ya había local para todos unos bajo la rústica enramada, otros a la sombra de algún árbol corpulento allí inmediato, los más en el interior de la estrecha y pobre casa, y sobre la cabeza de todos, como una in– mensa cobija, el manto del cariña y del afecto

¡Cómo sacuden nuestro espíritu, y cuán profun– das emociones despiertan en el fondo de nuestro cora– zón, al evocarlos, estos recuerdos imperecederos! Aun nos parece estar viendo aquellos grupos de niños, de todas clases y condiciones, diseminados aquí y allá, oímos el confuso rumor de sus repasos a media voz, miramos sus mil diversas aptitudes el uno que lee, el otro que escribe, aquel que furtivamente conversa con el compañero vecino, el que ríe a hurtadillas y el que estudia gravemente Yen media de todos, des– tacándose severa, la figura simpática del maestro, que todo lo vigila, que a todo atiende, y ya se desprende de sus labios el consejo cariñoso, ya la lección saludable, ya la reprensión enérgk:a, solícito, atento, infatigable, sentado al frente l1e su modesto telar, cuyos hilos se mueven rápidos de una en otra dirección, y a las veces empapados con el sudor de su frente!

El año de 1876, Nicaragua pasabaí como en otras ocasiones, por un período tristísimo los gritos de Qmenaza que se le dirigían de las otras Repúblicas hermanas, mantenían el espíritu público en una viva ansiedad Como en situaciones análogas sucede siem– pre/ estaba fuera de vigor el orden constituc;ional. Las escuelas de la República, a cargo entonces de las Mu– nicipalidades/ suspendieron temporalmente sus tareas, pero el maestro Gabriel, para quien hemos dicho que no eran insuperables obstáculos de esta clase, trasladó a su propia casa la escuela que dirigía, y en ella conti– nuó voluntariamente sus funciones, por todo el tiempo que duró la situación anómala porque pasaba el país

~11í le sorprendió el desastroso aluvión que por aquella epoca arrasó a esta capital, dejando como huellas de su paso, miseria y desolación En el momento de la catástrofe na se hallaba en la escuela, afortunada– mente, más que un niño, hijo del señor Lic don Pascual Fonseca. a él se dirigieron los primeros esfuerzos del maestro, para poner a salvo su existencia, conseguido

I~ cual, consagróse a atender d su familia, presa del pá–

niCO general En las más delicadas fibras de su exquisi– ta sensibilidad, quedó grabado para siempre el grato re-

cuerdo de los oportunos y eficaces auxilios, que en aquel crítico trance prestaron a su familia, los señores don Fulgencio Fonseco, don Terencio Garda, don Francisco Cubillo, don Manuel Ramírez, y, sobre todo, el capitán don Teodoro Largaespada, que, con riesgo inminente de su vida, vino desde un apartado barrio de la ciudad, a ayudar con sus esfuerzos de salvación a la atribulada familia del maestro

Cuando el incidente diplomático ocurrido en 1878 entre nuestlo Gobierno y el del poderoso Imperio ger– mánico/ y por el cual tuvo Nicaragua que cerrar sus escuelas públicas, para subvenir a los gastos exigidos por Alemania con las bocas de sus cañones en nues– tras costas indefensas, el maestro Gabriel, con más en– tusiasmo que en ninguna otra ocasión, puso todo el contingente de su patriotismo, al servicio de la causa a que venía sirviendo con tesón inquebrantable Las escuelas públicas se cerraron, pero él, -como lo había hecho ya en años atrás" y lo mismo que lo hizo después en el período azaroso de 1885-, abrió las puertas de su humilde casa, Y a ella se trasladó, seguido de sus alumnos, nunca jamás abandonados, a continuar las tareas que un incidente fatal se propuso interrum– pir. (1 )

En su camino no se interponía obstáculo, que ,no fuera al fin vencido Ya lo hemos visto ¿Se cerra– ban, por uno u otro motivo, las escuelas del país? Pues el maestro Gabriel, a despecho de todos tos incon– venientes, continuaba con la suya ¿Qué no había en su estrecha casa local suficientemente capaz para un número considerable de alumnos? Pues el paciente

maestro iba a las afueras de la ciudad, y cortaba los árboles necesarias, y él mismo los trasladaba a su casa; y con ramajes y troncos trabajaba sin descanso, y ca– vaba la tierra, y se hacía sangre fas manos, y agotaba sus fuerzas ,pero al cabo veía concluída la fresca y rústica enramada que dabÓ'ensanche al local ¿Qué la escuela carecía de textos para el estudio? Pues él pasaría horas y horas conseéutivas, doblado sobre la pequeña mesa, escribiendo lec<;iones para los ejercicios de lectura, haciendo con nimia escrupulosidad tablas pitagóricas para la Aritmética, copiando lecciones de Derecho Público, aun mucho cintes de ql¡e los "c!,ladros citolégicos// apareciesen en las escuelas de la Repúbli– ca, rayando el papel para IQs planas caligráficas; lu– chando, en fin, con cuantos inconvenientes para el estudio pudiera presentarle a sus queridos discípulos la total carencia de textos, que, por aquella época, se sen– tía en todos los establecimientos de enseñanza En estas fatigosas labores de cincuenta años, contrajo, sin duda, la penosa enfermedad que, minando paco a poco su existencia, había de llevarlo, años más tarde, al se– pulcro

La misma omnipotente mano que le había señala– do su ruta sobre la tierra, reunió en las facultades del maestro cuanto distingue y constituye al verdadero pedagogo capacidad, voluntad, paciencia y la más

(l) Es de j\lstieia hacer r:on~tar aquí. que idéntica muestra de pa.f;t'io~

tismo la dio en aquello. oC81ión el' señor 'don Ter~ncio Garda, antiguo dis~

Chn.l1o fIel ntAe:'ltro, Y que a la. sD.zón dirigía una escuela ~c primaria La

58tisfncción del maestro. ni vel6e secundado en su pab iólieo proceder por

qu!en habín 8}llCnclido al lado suyo comD~~ tamiento tan noble, fue gr8Jiüe,

proCunda, inmensa LA labor de tantos años le daba al cabo esos frutos El local para )a e:ume)a fue cedido patriótica y generosamente por nuestro ilustrado y matogrado Dr don Jesús Garera.

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