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da actividad aristocrática La caza, en la que se montaba a caballa y se hacía usa de las armas, duran– te la que se ejercitaban las habilidades de lo persecu– cián y el tiro, semejando el arte de lo guerra, -en la que la nobleza posaba el tiempo y su vido--, se volviá el pasatiempo favorito

Los espesos bosques de los alrededores de París, fueron los escenarios en los que la Realeza y lo alto

aristocracia con sus respectivos séquitos, actuaban co–

mo en el campo de batallo, sufriendo los fatigas y enfrentándose a los peligros Ero como un aprendiza– je poro el más serio drama de la guerro

Las damas se agregaban o los partidas de cocería Poco sabían o les importaba, de si los perros localiza– ban o la zo, ro o el venado, pero lo aventuoa de uno salido bien valía las incomodidades del viaje Su

presencia además servía de un mayor incentivo a los

cazadores, quienes rivalizaban por demostrar su habi– lidad

Junto con la cazo, lo equitación se convil lió en un deporte nocional, en el que los franceses han exce– dido desde entonces.

La pl'omenade

Mientras la caza y la equitación se volvían los deportes favoritos de los hombres, lo IJlomenade, el paseo, ero el deporte favorito de los mujeres La pro–

menade era una pasión y un rito

La Vi/le y sus alrededores tenían bellos lugares, que difícilmente se podían encontrar en alguna otra parte

Allí estaba Fontainebleou, donde na se sabía que admirar más, si el arte de su castillo, o la belleza natu– ral de sus florestas Allí estaba Saint Germain, desde

cuya terraza panorámica se podía admirar el sinuoso

curso del Sena Allí estaba Versalles y los melancá– licos valles de Port Royal y Chevreuse AIJí. estaba Compiégne sobre las frescas riveras del Oise, y Mont–

morency con sus encantadoras vegas! YVincennes ton

sus pintorescas lorres y su floresta en la confluencia del Sena y del Mame Allí estaban Chantilly, Anet, le Raincy, y muchos otros lugares, atractivos entonces, mas ahora degradados o en ruinas Y en la propia

Vil/e, en París, no faltaban los alegres y placenteras paseos Los nobles y ricos residentes de la Place

Royale pasaban las tardes en sus jardines privados Y después de la venida de Le Notre, y aun antes que él, las Tulleríos ofrecian sus majestuosas avenidas y sus bosques sombrí'Os

Pero el paseo a la mode era le Cour-Ia-Reine, en las riveras del Sena, entre las Tullerías y Chaillot Ese era .el rendez-vous del mundo elegante, le beau monde

Se llegaba a él por la puerta de la Conferencia al final de la terraza de los Tullerías La Reina Madre, María de Médicis, que frecuenlaba ese paseo, le dio su nombre Ero, al principio algo rural y rústico, ca"

mo puede verse en la miniatura de Isroel Silvestre LUis XIII, en 1633 lo embelleció. Demolió la vieja puerta de la Conferencia, que estaba en ruinas, y edifi– có otra, más grande y más adamada.

Viniendo de los afueras, del campo, al entrar a

París por esta puerta, uno admira una pI eciosa vista

a la izquierda, las Tullerías y su magnifico jardín, a la derecha, el sinuoso Sena con sus riveras bordadas de elegantes mansiones, 01 frente, el Pont Royal y el Pont Neuf, y en el fondo, en perspectiva, el centelleante campanario de Sainte Chapelle, las imponentes torres de Notre Dame, y más allá, la elegante y noble cúpula de Val-de-Groce

Porelle ha reproducido, al óleo, este punto de

vista

Como habían pocos peatones, las damás venían en sus cache. abiertos, mostrando el buen gusto y la

riqueza de sus trajes, y sus propios, personales encan

R tos Los coballelOs venían o caballo, rivalizando en– tre sÍ', en gracia y elegancia Primero formaban vallas a la entrada y saludaban a las damas que entraban en sus coches, luego cabalgaban a lo largo del pasea La "promenade" se prolongaba hasta bien tarde y al regreso, la elegante concurrencia se apeaba a des– cansar en el jardín Renard, situado junto o la puerta de la Conferencia al final de los Tullerías (1)

Pasatiempos

y como en el curso de la vida feliz, una alegría sigue a otra, el espíritu de fiesta y de euforia del paseo,

-una interrumpida conversación, un romance en

flor-, cualquier pretexto bastaba para que los pa–

seantes decidieran reunirse en la noche para una colaci6n, o un concierto, o una serenata, o un ballet

y estqs actos sociales llegaron a ser los pasatiem– pos favoritas de la saciedad francesa que iba ya alcanzando la madurez de la elegancia social y distin– guida.

La costumbre de las colaciones, ó I'ita/ienne Ó ó

l' espagnole fueron introducidas a Francia por la ita– liana María de Médicis, y la española Ana de Aus– tria.

Una 110 podía considerarse hombre de mundo, sin

dar, de vez: en cuando, una colación a las damos, con

violines tocando tiernas melodías, ya en el jardín o en el río .

El mérito de esta clase de diversiones consistía

en ser, o aparecer, como improvisadas Se les llama– ba, un cadeau, esto es, una sorpresa, un incidente

galante e inesperado

Uno invitaba a las domas al jardfn y paseando por sus calles distraídamehte, encontrarse de pronto, en un rincón sombreada y fragante, una mesa elegante– mente servida

O bien, durante una noche, cuando las con–

versaciones están más animadas, la música de los

instrumentos y las voces del coro se oirían de la calle,

y las damas, gratamente sorprendidas, se mirarian

unas a otras con ojos inquisitivos

t

pensando en honor

de quién sería lo serenata

También tenían los grandes conciertos dados por la Corte, o par un Príncipe, o una Dama de alto rango,

(1) Vfctor CoulIfn La SocMté Francnl!le au XVII SI~cle Vol JI,

bp 28.(·6 Sixieme Edftion :Perrin et Ole

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