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El año de ochenta y uno, á los vein±iseis de Diciembre, comenzó aquel volcan á echar fuego más de lo acostumbrado, y fué tanto lo que despedia, y con tanta furia, el dia si– guienle veintisiete de Diciembre, por una bo– ca que tiene en lo aHo, que de la mucha ce– niza que dél salia, se vino á espesar y á en– negrecer el aire de tal suerte, y á cargar á las once del dia sobre la cibdad con tanta

espesura, que no Se vian unos á oiros. Fué

fan±a la turbacion que causó en la gente, que se hicieron luego procesiones y discipli– nas, y eran lanías las lágrimas y grifos de las mugeres que parecia ser llegado el dia del Juicio. Confesábanse hombres y muje–

res á voces, sín advertir que los vian y oían,

y aun hubo algunas delicadas y regaladas que desamparando las casas se iban huyen– do por los montes, sin ver por donde cami– naban, porque parecia de noche. Era tanta la obscuridad que la espesa ceniza causaba,

que aquel dia comieron en nuestro convenio

(con ser á medio dia) con candelas encendi– das, y se hizo la disciplina en el coro, abier– fas puedas y ventanas; pero fué nue\'lfro Se–

ñor servido que veniase un recio Norie, el

cual llevó la ceniza hácia el mar del Sur, de– jando la cibdad clara y la gente della alegre y consolada, dando gracias á Dios,que los habia librado de semejanfes tinieblas y de peligro lan manifiesto: llegó aquella ceniza muchas leguas de Gua±emala, á la provincia de Xoconusco, donde se hallaron árboles cu– biertos della.

El n,es siguiente de Enero, princlplo del año ochenta y dos, á catorce del mes, comen– zó el mesmo volean á echar de sí tanto fue– go, que se ±eilUó algun gran mal, porque en veinticuafro horas que duró la furi>;t; no se veia cosa del volcan sino rios de fuego y pe– ñas grandísimas hechas brasa, que saJian de la boca del volcan y bajaban con grandísi– ma furia é ímpetu. Los truenos que; en las entrañas del volcan se oian eran tantos y tan temerosos que andaba la gente tan afemori– zada como cuando echó la ceniza sobre la cibdad. Hizo aquel fuego mucho dafio en la costa á la banda del Sueste, donde' arruinó un pueblo de indios llamado San Pedro, dos leguas de Gualemala, aunque no pereció gente ninguna, porque sucedió de dia, y pre– venidos de espanto y miedo se huyeron todos los indios con tiempo, desamparando las ca– sas. Los raudales del fuego, que descendian del volcan, hicieron grandísimas barrancas en el camino de la costa, llevando iras sí pie– dras de estraña grandeza. Los rios que sa– len de la halda de aquel volcan y van á dar al mar del Sur, que son cuatro ó cinco, lle-

varan aquellos dias tanta agua y corriente que no fué posible pasarlos ni á pié ni á ca_ ballo, y pasada aquella furia, cuando se Va_ deaban, no osaron los indios en muchos dias pasarlos á pié, porque iba el agua tan ca_ lien±e que si algun caballo pasaba se le pe– laban los piés. Finalmente cesÓ aquella tem_ pes±ad de fuego, y quedaron los de Guate. mala libres de aquel peligro, aunque siem_ pre con recelo de tan mal vecino y padras. tro. Todas estas coSas y airas muchas con_ taron al padre Comisario general muchos re. ligiosos fidedignos que se hallaron en Gua_ ±emala cuando sucedieron, y por muy cier_ fas y verdaderas se trataban entre iodos, y por lo que el mesmo padre Comisario gene.

ral vió, cuando estuvo en aquella fierra, se

puede creer iodo lo arriba referido, y mucho más, que cierto es raro lo que en aquel vol– ean pasa.

Cuando el padre CoilUsario llegó de Mé– xico á aquella cibdad de Guatemala, estabEl aquel volean muy quieto, y no echaba fuego ni humo, ni le echó mientras allí estuvo, qUe fué desde diez y nueve de Abril hasta cinco de Mayo, como queda dicho, pero cuando volvió de Nicaragua era cosa de admiracion y espanto verle; más de veinte leguas án±es de llegar á Guatemala, bajando el puerto de Zonzona±e, vió con sus compañeros el fuego grande que despeq.ia de noche y de dia sin cesar. Parecia de.qia humo muy espeso que llegaba á las nubes, y de noche fuego :muy vivo y encendido. Dijéronle cuando llegó á

Guafe:mala, que habia treinta y cinco dias que no cesaba de salir así aquel fuego, ni cesó mientras él allí estuvo, que fueron airas cincuenta, y así le dejó cuando partió pa– ra México, con lo cual no dejan de estar :me· drosos los vecinos d,e aquella cibdad; lo qU<;j parece asegurarlos l"¡lgun tanto, es que la bo, ca, por donde sale aquel fuego y humo, está á la banda del Poniente, hácia la costa del mar del Sur, aunque ±ambien á la de Orien. fe, que es la de la eibdad, se derru:mban pie– dras que allí se queman y mucha ceniza, pe· ro no tanto como por la otra banda. Pué. dese decir, y aun creer, que quiere Dios ±e– ner allí levantado aquel azote tan recio y pe– sado, para que teilUéndole los de aquella He– rra vivan como deben, y hagan lo que son obligados, y que de cuando en cuando le :me– nea y a:menaza con las tempestades referi– das, para prevenirlos y despertarlos del sue· ño de sus descuidos, y aun se puede te:mer que pasando estos :muy adelante, y llegan– do los pecados y vicios á prescribir y ser ca– nonizados por virtudes, descargará Dios de golpe aquel azote y lo asolará iodo.

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