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« Previous Page Table of Contents Next Page »rosa para el progreso de un pais, esa es una verdad que no necesita de derrtOsJración. Los influjos de un buen gobierno son inaprecia– bles. Sólo afirmaremos que El no puede ha– cerlo todo, sino que al pueblo loca la ma– yor parle de la obra.
En tal concepto, tenemos fundadas es– peranzas en que el Congreso en sus próxi–
mas sesiones ordinarias, nos dará un buen
reglamento de agricultura, cuya falta ha pro– ducido un clamor general. Lo necesitan los empresarios de agricultura que con ellos con–
traen los operarios, dando a los jueces de
agricuHura las facu1±ades y medios suficien– tes al iniento. Con esto se habrá hecho mucho. Suponemos que Gobierno habrá pedido a los Prefectos y Municipalidades de la República los informes de que nos hablan, COn el objeio de suministrarle al Congreso para la fonnación de la referida ley. - El Gobierno, en su constante soliciiud por la me– jora de la agricuHura, no podia haber ocu– rrido a mejor fuente para saber con certeza los m.ales que la ley puede remediar en la
materia, porque aquellas corporaciones y o
aquellos funcionarios son el órgano más fiel de las necesidades públicas. - Ojalá que de un buen resu1iado tanto tino! El Gobierno ha llenado su deber, y esperarnos que el Con– greso hará también el suyo.
Un buen reglamento de agriculiura, bien ejecutado, es capaz de hacer mucho bien;
pero de ninguna manera cortará de raíz el
mal que deploramos, sólo la instrucción de las masas podrá obrar eSe prodigio. - Son frecuentes los ejemplos de males que la ley no puede remediar y iiene que ceder su lu– gar a las costumbres, a la educación, y la imprenta.
En tal concepto, la instrucción pública es el objeto a que el Gobierno debe didgir io–
dos los esfuerzos. Instruir el pueblo ense– ñándoles a leer, escribir, algo de ari±rnética
y lo que es aun más la religión que profe– samos, inocularle las sublimes máximas del cristianismo que han enseñado al hombre sus
obligaciones para con su creador, a respetar–
se a si mismo, dándole la aliisima idea que
su ser merece, sus obligaciones para con sus hijos, para con sus esposas, es echar sobre ba–
ses sólidas los cimientos de la prosperidad pública.
No creemos que esta tarea aunque lenta, tan dificil como a primera vista parece, asi
en este sentido emplea el gobierno sus es– fuerzos, la civilización penetra en nuesfros
pueblos con mayor facilidad que pudiera creerse observando su estado aciual. Por
ahora nos limitaremos a recoznendar el es±a–
blecimiento de escuelas centrales en el cora– ZÓn de nuestras principales ciudades, que los
niños a xnás de la instrucción que reciban de sus luaestros, tendrán para su educación el
grandes influ- ejemplo de los más selecios de nuestras socie– palanca pode- dades
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Ca o nada comprenden de aquellas saluda– bles máximas de nuestra sagrada religión
que annonizaron las sociedades, definiendo
los deberes de los hombres en sus diferentes
eslados o condiciones y así es que el mismo
que devoto consagró su tiempo y su dinero a aquellas prácticas, faHa a sus compromi–
sos sin pensar siquiera en el daño que con
mal proceder ocasiona al empresario con quien Se comprometió y sin sentir el m.enor
escrúpulo por el mal que hace, confiado tal
vez, en. que ellas borrarán iodo el ánimo.
De iodo esto resu1±a: que sobre ser po–
cos los brazos con que la agricultura puede con1ar enire nosotros, no todo lo dedican al trahajo, y los que lo hacen sólo es para ga–
nar lo muy poco que necesitan para salisfa–
cer sus necesidades, que casi se limitan a las naturales, circunstancia que multiplica los
obstáculos que la agriculiura encuentra y en
que Henen reducida a pocos empresarios, sin
la espmanza de que se generalice en el pue– blo. ¿Y podrá el Gobierno impulsar una so– ciedad semejante? Podrá hacer progresar un pueblo que no quiere el progreso? Eso es pedir al Gobierno un milagro económico El
mal eslá inoculado en las venas de la socie– dad, y en nuestro concepto, no hay; que es– perar mejoras antes de rectificar las cosiUIn–
bres y mejorar las ideas del pueblo.
Con frecuencia admiram.os el plogreso
de paises más adelantados, y quisiéramos
notarlo en nuestro suelo; pero no podem.os
conseguirlo porque aquellas sociedades están compuestas de hombres muy diferentes a los
nuestros.
Com.párase un hornbre del pueblo de los EE. UU. de Norte América con otro del nues– tro, y se notará desde luego la gran diferen– cia entre aquél, de un corazón henchido
siempre de esperanza, aspirante, lleno de fe
en el porvenir, industrioso y dedicado al tra– hajo porque la posesión de una fortuna es el objeto de sus constanles deseos, y este aban–
dono, descorazonada, sin aspiraciones, sin fe,
y descansando y diciendo en la holganza: "A quién Dios le ha de dar, por la galera le ha de entrar". "Salud te de Dios, hijo, que el saber poco te importa", son firmes reglas de conducía para nuestros pueblos, son prover– bios que lo dominan, que le hacen dejarlo todo a la suerte, como si ella fuera un genio
y ha de buscar a sus escojidos. Nuestro pue–
blo, corno nada instruido, es fa1:alisia.
Las mismas causas que tienen. en ruina a
la agricultura, impiden también el progreso de los demás ramos de riqueza, y aun fuera fácil demostrar que el órden público se ve agitado por su funesto influjo. Esas caUSas se hallan en la ignorancia del pueblo. Pro–
curese instruirlo, y creará sociedades que lo
harán dedicarse al trabajo, y cada hombre,
siendo un productor, contribuirá a la lTIasa
de la riquéza general.
No intentarnos negar sus jos a la ley. No; ella es una
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