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« Previous Page Table of Contents Next Page »Hemos visto la cirpular en que el Gobier– no pide a los Prefectos Municipales de la Re– pública opiniones a cerca de las causas que tienen en tanto atraso la agricultura, o sobre las me~lidas que crean convenientes dictar para remediarles el mal.
El Gobierno actual, constante en su pro– pósito de promover mejoras, no cesa de pro– curarlas disponiendo de todos los medios que están a su alcance.
Muy satisfactorio es a iodo el que desea el engrandecimiento de su patria verla regi– da por un mandatario que con tan ardiente celo y voluntad constanle, se esfuerza PO!' quitar a la agricultura los inconvenientes con que tropieza a cada paso; más el mismo deseo de progreso hace sensible el malogro de los esfuerzos del Gobierno, mirándole aco– me,ter una ernpresa superior a los medios de que para llevarla a cabo puede disponer.
'1'a1 es nuestro juicio; iales son nuestras con– vicciones.
El atraso en que la riqueza de Nicara–
gua, estriba en causas que el Gobierno no
podrá remover en su 101alidad, por acerta– das que sean las medidas que sobre la lTIa– teria dide con tal objeto.
La opinión es casi general de que es el Gobierno que tiene en sus manos los nledios de hacer al pueblo ir delante, en vez de ser acertada, produce en Nicaragua dos males graves. Es el primero esa lTIultitud de dispo– siciones que han complicado tanto nuestra legislación, habiendo de ocurrir con una pa– ra cé¡da abuso, para cada mal que se note. Es ,,1 segundo el desprestigio en que con tan– ta facilidad caen entre nosotros los primeros
mandatarios, pues como de ellos se espera
el progreso y no se les ve obrarlo o no pa– ,-ece, tienen que sufrir toda la amargura de la esperanza fallida, por más que hayan he– cho, corno hoy, todos los esfuerzos posibles, por más que sus intenciones sean rectas y
constantes.
A la ley o al Gobierno se ha pedido siem– pre entre nosotros la mejora del país en to– dos los ramos. Es muy general la creencia de que en Nicaragua sólo faltan leyes bue– nas para que la agricultura se desarrolle con todo el lujo de que nuestro suelo es capaz. Para la generalidad no se han menester más que dos elementos para llegar a la más alta prosperidad agrícola; ya la naturaleza dió el primero, destinándonos por patria un pe– dazo del Edén que habitamos, y el Gobienlo no ha podido o no ha querido dar el segun– do que es una buena ley, ya que Dios y él deben de hacer toda la obra.
Para que quienes así piensan fueran ló–
gicos en sus exigencias, deberían investir al
Gobierno de un poder absoluto y otorgarle una sumisión sin réplica de todas las volun– tades y de todas las opiniones, porque es iló-
EN 1860
LA INFRAESTRUCTURA
DE
NICARAGUA
EXAMINADA POR UN HIJO DE RIVAS, EL AGRICULTOR
JOAQUIN ELIZONDO
gico exigir de alguien un fin superior a los medios que puede disponer. .
Se observa constantemente que cuando un pueblo eS civilizado, y por consiguiente industrioso, no nec.esita de los impulsos de
su gobierno para mejorar su riqueza, es oira
la misión del Gobierno allí, pues que el im– pulso está en la misma sociedad.
Por el contrario: cuando el pueblo es ig– noranie, y por consiguiente destituido de aspiraciones, la pereza, la flojedad, el aban– dono y los vicios serán su patrimonio. Un hombre de ese pueblo, sin necesidades por–
que está acostumbrado a vivir en la m.iseria,
no tiene estímulos que lo aguijen a dedicar– se al trabajo, porque de muy poco necesita
para su limitadísim.o consumo. Padre aban–
donado, ve a sus hijos vivir en l'niserable condición y crecer en la ignorancia, sin pen–
sar siquiera en que está obligado a sacarlos de tan misera condición porque no sabe sen– tir el peso de ella. Mal esposo qué le impor– ta la desnudez y la miseria de su esposa a cu– yo bien dedica todos los esfuerzos el hombre que comprende sus deberes?
En esta materia, lo que se dice de un hombre en particular puede decirse de un pueblo entero, y si examinarnos la condición
actual de nuestras masas, verelUOS que por
rudo y repugnante que el cuadro anterior pa– rezca, es el retrato fiel de ellas. Nuestros jor–
naleros, sin el amor que la civilización da a
la riqueza, sin aquella aspiración noble a la mejora de la propia condición, niegan sus brazos al cultivo, o a cada paso se olvidan de
sus compromisos, porque sin ningún amor
propio les hace despreciar su palabra y su
crédilo: sin buena reputación, están seguros
de hallar donde quiera, en nuestro suelo p' i– vilegiado, el miserable sustento que necesi– tan.
Aún las creencias religiosas de nuestros pueblos son un fuerte obstáculo a nuestra mejora social. No hay quién no haya nota– do que el sistema religioso de nuesiras ma– sas, en último resultado, está limitado a po– cas prácticas de cUI10 externo, sobrado anti– económicas al tiempo y al dinero. Muy po-
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