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« Previous Page Table of Contents Next Page »detenidamente á los que leyeren un relato general de lo que son aquellas vastísimas partes.
Ello es que, en medio de todo, daréme grande diligencia en la mayor amenidad que me sea dable, tanto de las gigantescas sie– rras, como de los valles y llanuras.
Estos indios habitadores de tales regio–
nes eran ex±rernosalTIen±e discurridores y
despejados de entendimiento: veíaseles en to– do su artificio ,su industria, su trabajo de sa– biduría, un grande modo de hacer.
Tenían grandes semejanzas con los de la Nueva España. Estaba en el uso el mismo
sistema cronológico; se daba casi los rnismos
nombres á los días del mes y á los meses del año y se hablaba el idioma natural por bue– na parte de los moradores. Había también libros escritos sobre tiras de cuero de vena– do. En ellos se pintaban las heredades, los
caminos, los cerros, los ríos, los bosques y las
costas; por ellos se explicaban los ritos, las
ceremonias, las leyes, los trastornos de la na–
turaleza y las vicisitudes de los pueblos. Es–
cribíaselos con Hnta, ya negra, ya roja, y se
los doblaba al modo de los aztecas. No fal– taban tampoco templos ni sacrificios. Los sa–
crificios se hacían, sin embargo, no en los
mismos templos, sino en tÚITIulos coniiguos,
no más altos que una lanza. Alli se subía por unas gradas el sacerdote con sus vícti– mas, les cortaba la cabeza y rociaba con la sangre la cara de los ídolos. Se inmolaba
ordinariamente prisioneros de 9 u e r r a, y
cuando no se los traía al volver de una cam– paña, se colocaban los capitanes alrededor de los túmulos y lloraban y exhalaban lasti–
meros alaridos. Pero ±arnbién, corno en Mé–
jico, se empleaba para hacerse propicia al dios de las lluvias los holocaustos de niños y niñas. En honor de los dioses se vertía asi– mismo la sangre ajena y la propia, de la lengua de los labios, del miembro mismo se la derramaba. Sólo la mujer estaba exenta
de tan penosos sacrificios. Ni concluían aquí
las semejanzas entre los de la Nueva España y los nicaraguatecas. Creian también éstos que los dioses gustaban de olor del incienso, y que sólo se satisfacían con la sangre y el
corazón de los enemigos; creían que iban. al
cielo las almas de los que morían en el cam– po de batalla. Eran aztecas hasta los nom– bres de algunas de sus divinidades. Ouiateot (Ouiahni±l, aguacero; Teo±l, dios) se llama– ba al dios de la lluvia, Hecat (Ehecatl, aire) al dios del viento y la borrasca, Marat (Ma– ra±l, venado) al dios de los cuervos; Tost (Tochtli, conejo) al dios de los conejos y de las liebres, Vi±Zeot (Vitro, cosa espinosa, punzante, y Teotl, dios) al dios del hambre. Con una palabra, nahuastl, Se designaba, por fin, en aquel tiempo al más célebre de los volcanes de Nicaragua; con la de Mesa– ya, y también con la de Popogatepec, co– rrupción, á no dudarlo, del nombre de Popo– catepetl, que se había dado al volcán sito á
la entrada del valle de Nueva España. Ma– saya, Popocatepetl, Pagatepec, eran voces de tres lenguas distintas: la chorotega, la na– hua±l y la niquirana ó nicaraguana, y las tres significaban Montaña Ardiente. Seme– janza debía haber, y no de poca importan– cia, entre los nicaraguatecas y los yucatecas. Los nicaraguatecas Se labraban el cuerpo sa– jándose polvos de carbón en todo el trayecto de la herida. Tenían para realizar estas la– bores de gobierno diestros, y las llevaban distintas, según el cacique ó señor á que per– tenecían. En lo de sangrarse el miembro se parecían á los yucatanes, no á los de Nueva España, que jamás lo hicieron. También en
la escritura usaban, además de imágenes,
caracteres, y leían en sus libros COInO noso–
tros en los nuestros. Mas no por esto los ni– caraguatecas dejaban de tener su fisonortÚa
especial, sus especia.les instituciones y sus
costumbres. Hallábanse divididos, cuando la conquista, en cuatro grandes grupos: los niquiranos, que estaban hacia el Pacifico, entre el mar y los lagos, desde el golfo de Fonseca al de Nicoya; los chorotegas, los chontales y los caribisis. La cultura era ma– yor de los lagos al Pacifico. El parestesco de estas razas con las que poblaron el Ana– huac, en nuestro sentir, es indiscutible. De los fundadores de Colhuacán se suponía des– cendientes á los chorotegas. Estos nicara– guatecas iban ya vestidos. Son dignas de notar las diferencias entre los dos sexos. No era en Nicaragua la mujer, sino el hombre, quien barría la casa y encendía la lumbre. La mujer tenía allí principalmente á su car– go ir á vender lo que el hombre ganase por la caza, la pesca, la agricultura ó la indus– tria . Estaba reservado el comercio á la mu– jer y los demás trabajos al hombre. La mu– jer no gozaba, sin embargo, de gran consi–
deración entre estos nicaragua±ecas. No se
le permitía poner el pie en el templo. No podía tomar parte en ningún acto religioso. En las grandes fiestas no le era licito ni si–
quiera salir de casa, COInO no fuese para ir á
recoger por la noche á sus hijos y á su ma– rido borrachos. Figuraba sólo en algunos actos civiles. En otros, y esto es lo más sin– gular, danzaban hombres vestidos de mujer y no mujeres. Considerábaselas, indudable–
:m.ente, corno seres iInpuros. No se les acer–
caba nadie cuando estaban en sus menstruas. Tampoco durante ninguna de las fiestas sa– gradas, ni desde que se sembraba el maíz hasta que se recogía. La cantidad no era, con todo, grande en Nicaragua. La mujer,
tal vez á causa de ese misIno envilecimiento,
se prostituía con harta frecuencia. Habia multitud de rameras que vendían sus gracias por diez almendras de cacao. Habia rufia– nes que las acompañaban y guardaban el hogar sin estipendio, y por sólo el deseo de complacerlas. Había burdeles públicos. Aun hijas de nobles padres, se entregaban de sol– teras á gran número de mancebos, con el
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